De forma innata y un poco alentado por mi madre, los atlas en mi casa simulaban ser mi biblia, la única que leía a pesar de haber ido a un colegio católico. Con el tiempo, esto influenció que, además de ser adicto al tenis y los chocolates, la geografía primero y el turismo después, sean dos pilares que marcarían mi desarrollo profesional, mi vocación, mi pasión.

Llego a Polonia como consecuencia de una beca Erasmus a la que apliqué por casualidad. Lo que no ha sido azaroso fue el destino en donde me encuentro residiendo hace 5 meses y monedas. Como mencioné, interpelo mapas desde muy chico y eso me llevó a interesarme por todas las geografías de una manera democrática… Guiado por la semántica en un principio, profundizando por una búsqueda en libros de historia o simplemente Google, la curiosidad era la misma por Francia que por las Islas Marshall desde siempre.  Sin embargo, al momento de optar mi destino de estudio, emergió una jerarquía cuyo costo de oportunidad fue desechar opciones más cómodas para mí y cualquier latinoamericano en su incursión debut por Europa. Atrás quedaron Valladolid y Salento, en España e Italia respectivamente para definirme firmemente por Lodz en Polonia.

El contraste cultural, la barrera idiomática (dzien dobry es buen día, do widzenia es chau y curva es un insulto muy usado), la amenaza de un invierno crudo, pero sustancialmente lo desconocido de la nación polaca pesaban menos que mi interés por la región de la Europa del Este, el escenario de la peor aberración en la historia de la humanidad y mis ganas de desafiarme a mí mismo en un espacio geográfico nuevo que suponía seguramente un sabor agridulce por instantes pero fructíferas recompensas a nivel personal en un futuro mediato.

Lodz es una ciudad demográficamente parecida a Bahía Blanca, donde nací. Es una ciudad universitaria donde se combina una apariencia vieja, gris y melancólica de un período previo en donde fue un respetable polo textil de relevancia (La Manchester de Polonia) y, por otro lado, lo moderno encarnado por su centro de compras llamado Manufaktura y su calle comercial y súper pintoresca, la más larga de todo el continente (y la más difícil de pronunciar): Piotrkowska.

Polonia en el atlas

Desde que vivo acá, mis mayores problemas fueron el idioma, probablemente uno de los más difíciles del globo, que me ha llevado a pasar horas en el supermercado con el traductor intentando comprar leche y no yogurt. Otro problema es la xenofobia de ciertos polacos, principalmente luego de que beben vodka hasta el surrealismo y se mezclan con estudiantes africanos, árabes o latinos con barba que pasan a ser árabes como mi caso, todo exacerbado por un contexto político que invita a hacer de estos defectos, algo implícitamente inevitable (su actual presidente Duda es un acérrimo defensor de una ideología de derecha y católica conservadora).

Por último, el café, no importa donde vayas, un buffet o la cafetería de un teatro, es imposible probar uno bueno en Polonia por lo que opté por el té… Ah! Por cierto, en pocos lugares venden yerba, pero muy cara, 10 euros el paquete más chico de Taragüí.

Lo dicho no opaca lo rico de sus Piekarnias (lo más parecido a una panadería), la exquisitez de sus sopas, en especial una llamada Zurek y el hecho de que cada plato principal (cerdo, pollo, carne de vaca) lo combinen con ensalada de zanahoria, repollo o mixta y las infaltables zemniaki (papas). Los polacos son respetuosos de las leyes, rozando lo TOC. Me ha pasado de tener que esperar a las 3am que el semáforo cambie a verde en una calle desierta porque ellos lo hacen, no existe ansiedad alguna. Por otro lado, son personas medidas y prácticas y a las que hay que irles ganándoles el cariño gradualmente… Algunos pueden pensar que son frías y es un rasgo real ya sea por el clima o por su triste historia pero como todos, luego se vuelven muy leales aunque nunca dejan de estar atados al reloj y la planificación.

Polonia es un país muy bien conectado ya sea hacia los Bálticos, la Europa Occidental o los Balcanes, gozando de un posición geográfica que es relativamente central. He tenido la oportunidad de descubrir otras ciudades de este país y recomiendo profundamente otras joyitas, descontando su capital Varsovia. Wroclaw o Breslavia, capital cultural europea 2016, esconde un bello casco histórico; la naturaleza de Zakopane es ideal para los que se aburren de tanta llanura y especialmente para los amantes del esquí; Cracovia posee una belleza comparable con un cuento de hadas y es una visita obligada para todo aquel que visite Polonia.

Y para mí, la ciudad más interesante, tal vez porque significó mi primer viaje dentro de suelo polaco ha sido Gdansk (Danzig) al norte de Polonia limitando con el Báltico reproduciendo una atmósfera colorida, histórica y única que, junto con Sopot y Gdynia la convierten en un triángulo litoral digno de explorar.

El sentimiento de los polacos por su país y su gente se evidencia en cada calle por sus banderas flameando, la defensa de su moneda (zlotys) y, simultáneamente en cada comunidad que conforman fuera de Polonia. Marie Curie, Copérnico y Juan Pablo II son algunas referencias repetidas en cada ciudad polaca. Otro dato interesante es que la cena suele ser a las 8pm, la vida nocturna no se extiende más allá de las 3 am, está prohibido beber en las calles y las polacas son realmente muy bellas.

Polonia es auténtica y sólo puede ser comprendida por aquel que se toma su tiempo en la comprensión de los lugares y decide involucrarse con la historia de su población local. En definitiva es una tierra con una belleza que debe ser buscada, entendida. Algunos dirán que la escala de los negros, grises y blancos es la que domina en el paisaje polaco por el rápido anochecer, Auschwitz y los cementerios y la nieve. No obstante, Polonia está salpicada de otros colores y secretos que sólo un viajero puede develar lo que la hace una geografía original.