Dos fechas están marcadas en rojo en el calendario electoral porteño de este año: el 14 de julio, 60 días antes de las PASO, los partidos deberán inscribir ante la Justicia Electoral sus alianzas y frentes; y el 24 de julio, diez días más tarde, vence el plazo para la inscripción de precandidatos y precandidatas. A esta altura de junio, hay olor a internas en los dos principales armados. Tanto en el oficialismo, que dejará de llamarse Juntos por el Cambio, como en el Frente de Todos, aunque con mayor intensidad en las huestes amarillas. Las razones para presentar más de una lista son distintas en ambos bandos. En el primero hay un desacuerdo político determinante con miras a 2023: Patricia Bullrich, vocera del ala dura y presidenta del Pro, reclama ocupar el mismo atril desde donde María Eugenia Vidal pretende relanzarse. Un choque de planetas: mientras la ex ministra de Seguridad expresa las posiciones de un decaído Mauricio Macri, Vidal es el reaseguro de una buena elección y proyección de Horacio Rodríguez Larreta, de clara ambición presidencial. Será un momento de confirmaciones: no hay lugar para los dos, y la convivencia dejó de ser tensa para casi no tener retorno. Enfrente, los problemas son otro: toda la diversidad y la amplitud que supo recoger el peronismo a su alrededor en 2019 se choca ahora con ánimos bajos y aspiraciones módicas, lo que forma un embudo por el que no pasan todos. Con pocos cargos para repartir, no falta el espacio que amenaza con sumar una lista disidente para pelear en las urnas el lugar en la lista que la rosca, por ahora, no les garantiza.

Elija y gane: ¿qué se juegan Juntos por el Cambio y el Frente de Todos en CABA?

UN SOLO FRENTE PARA MUCHOS

Repasemos: “Unidad Ciudadana”, aquél frente de resistencia encabezado por CFK en Provincia en 2017, se llamó “Unidad Porteña” y consiguió 3 bancas en Diputados por la Ciudad y otras 6 en la legislatura porteña, gracias al pobrísimo 21,74 por ciento de los votos. A Diputados ingresaron Daniel Filmus (renunció para asumir como Secretario de Malvinas, su lugar lo ocupa Gisella Marziotta), Gabriela Cerutti y Juan Cabandié (renunció para sumir en Ambiente, su lugar lo ocupa Carlos Heller). A la legislatura, Mariano Recalde, María Rosa Muiños, Victoria Montenegro, Leandro Santoro, Santiago Roberto y Lorena Pokoik. Todos esos mandatos vencen y deben ser renovados.  

Aquella lista contenía, a duras penas, al PJ más histórico vinculado a Víctor Santa María y a Juan Manuel Olmos, y a las expresiones de CFK, especialmente La Cámpora. Pero al Frente de Todos le salieron varios brotes dos años más tarde y se le sumaron más tarde el frente Patria Grande de Juan Grabois (había ido a internas en 2017), entre otros grupos progresistas y, claro, el massismo. En la última reunión electoral de cara a esta elección, que fue esta semana vía zoom, se lo vió conectado nada menos que a Matías Tombolini, otrora mediático cacique massista en terruño porteño. También hay que agregar al Movimiento Evita, que en aquél turno fue colgado del armado disidente de Florencio Randazzo. Y uno más: los gremios docentes, encabezados por UTE, que tanta visibilidad lograron con la discusión de la vuelta a la presencialidad en la Ciudad, también tiene su flamante armado político, en alianza con ATE y el gremio del Subte, entre otros. Y ni que hablar del arribo de Matías Lammens y su tropa, que también pujará por su lugar.

Suponiendo que en el mejor de los casos, los cálculos más optimistas dan un porcentaje de votos al peronismo y sus vertientes bastante superior al de cuatro años atrás, lo más cerca posible al 31 por ciento que supo cosechar Lammens de la mano de Alberto Fernández en 2019, aun así no hay manera de contener tanto espacio dentro de una lista con pocos cargos expectantes. El problema se agudiza cuanto más abajo calen las expectativas, que no son para nada fulgurantes. Así las cosas, hay cargos contados con los dedos para repartir entre dos fracciones del PJ (Olmos, Santa María), del cristinismo (La Cámpora, radicales K y satélites), el massismo, el Evita, los sindicatos y Grabois y sus satélites.

Elija y gane: ¿qué se juegan Juntos por el Cambio y el Frente de Todos en CABA?

De todos modos, hay un matiz ineludible: a diferencia de JxC, en el Frente de Todos hay, por así decirlo, una unidad de discurso de campaña, que tiene que ver con la defensa y la validación de los dos años del gobierno de Alberto Fernández (sobre todo, la economía y la gestión de la pandemia), la unidad política que sacó a Macri del poder y la confrontación de dos “modelos de Ciudad”. Si esa es la prioridad, una interna no sería bien vista por quienes conducen el espacio. ¿Para qué generar divisiones donde no las hay? En ese esquema, hay dos candidatos posibles para encabezar la lista: Lammens o Santoro. El radical tiene el visto bueno de un sector del PJ y un amplio conocimiento entre el votante kirchnerista, y además le juega a favor su cercanía con el Presidente y su alta rotación mediática. Lammens, hoy, corre un poco de atrás, sobre todo porque habría que ver incluso a qué precio pone su cuerpo en la campaña, qué pide para encabezar. Pero la fórmula, en principio, no sale de ellos dos.

A INTERNAS POR EL CAMBIO

A Rodríguez Larreta lo obsesiona su proyecto presidencial de cara a 2023 y sus decisiones respecto de esta elección sólo pueden ir en ese sentido. Viene de tres elecciones consecutivas rozando y superando el 50 por ciento de los votos. La Capital es su territorio casi exclusivo, al menos hasta el próximo turno. Ni él ni su principal aliado, Diego Santilli, pueden renovar si el proyecto fracasa. El juego es a todo o nada.

Por eso mismo, por lo bajo, cerca de Larreta reconocen como un error haber aceptado en su momento la propuesta de Macri de entronar a Patricia Bullrich como presidenta del Pro. La ex ministra fue la vocera de una cuasi guerra de guerrillas ideológica contra la gestión de la pandemia, de la que el propio Larreta fue uno de los protagonistas. Esa inflación desmedida del personaje hoy es un dolor de cabeza, porque logró ubicarse en un lugar de representación de la derecha moderna, libertaria, conspiranoica, antivacunas, “anti-zurdos-de-mierda”, etc. Y ese espacio de representación tiene un epicentro geográfico, la Ciudad.

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Por lo tanto, pese a que representa un obstáculo, Larreta no deja a la vez de necesitarla. Necesita contener ese voto desbocado anti-gobierno para crecer camino a la Rosada. Por eso, por ahora, elije no confrontar con ella. Lo mismo le sucede con Macri, que no le hace ningún favor: viene de decir que dejaba de trabajar a las siete de la tarde para ver Netflix y de minimizar al Covid como una “pequeña gripe”. Resulta muy tentador para terminar de romper. Pero el reclamo de Bullrich y Macri es otro: tiene que ver con la defensa simbólica del gobierno anterior, por su reivindicación. Larreta calla: casi no se lo oye decir nada de su ex jefe político. Para él, el período 2015-2019, nunca existió. ¿Hasta cuándo se puede sostener ese equilibrio precario?

La que no tiene pelos en la lengua es María Eugenia Vidal. En su libro, que parte de una autocrítica, se despega fuerte de Macri, algo que sus voceros ya repetían el año pasado. Entre ambos, la ruptura es total. La decisión de hacer un enroque con la General Paz de por medio con Santilli (él a provincia, ella a la Ciudad), le resulta el camino más cómodo y directo para resurgir. En su entorno hacen cuentas que le dan un imposible de vencer al peronismo unido en el conurbano. En cambio, ganaría caminando en Ciudad con el respaldo de Larreta, incluso en una interna con Bullrich. Y la deja en posición de suceder a actual Jefe de Gobierno si es que no le da para la presidencia. Santilli, que no tiene reeleccción en territorio porteño, encabezará su propia cruzada, la misma que hizo Vidal en 2015. Todos contentos: por eso, la permanencia de Bullrich y el macrismo duro que sigue pugnando por espacio es aún más molesto, porque desencaja en un esquema conveniente para la renovación del espacio. Algo así como lo nuevo que no termina de nacer y lo viejo que no termina de morir.

Los radicales dejaron de mirar desde afuera la renovación generacional del Pro y empezaron a opinar. A juzgar por Mario Negri (córdoba), Julio Cobos (Mendoza) y Gerardo Morales (Salta), la apuesta para volver al poder es por el Jefe de Gobierno. Martín Lousteau, referente de la capital, en cambio, está en una disyuntiva: apostó a Larreta antes que nadie, se subordinó bajo su ala en 2019 con la intención –y la promesa– de sucederlo en 2023. La explosión de la disputa, que forzó a Larreta a buscar a Vidal para la Capital, por ahora lo complica, y mucho. Le salen competidores inesperados. ¿Se animará él también a terciar en la discusión? Por ahora, elige el silencio. Tiene su banca de senador hasta 2025.

Esa misma discusión se traslada a Diputados, donde varios halcones de Macri y Bullrich (y también de Marcos Peña) deben renovar sus bancas en este turno. Lo mismo sucede con los alfiles la Coalición Cívica de Elisa Carrió, retirada del recinto, que en todo el país renueva 8 de 14 diputados. En el combo de la legislatura entra también el espacio de Lousteau y del socialismo de Roy Cortina, en medio de una elección en la que Larreta necesita como el agua recuperar los dos tercios (la mayoría automática) que perdió en 2019. Varios proyectos pendientes de la Ciudad, como la privatización de Costa Salguero, y otros tantos, dependen del armado de listas y del resultado de noviembre. La sucesión del Jefe de Gobierno también es un hervidero al interior de su propia fuerza: varios cuadros fundamentales que tomaron la posta en 2015, como Felipe Miguel, o el jefe de campaña, Eduardo Machiavelli, buscarán sostener y potenciar sus estructuras de gestión y sueñan con escalar.