No es una discusión novedosa: en los últimos años (incluyendo en esto tanto la gestión de Macri como la de Alberto Fernández), las proyecciones oficiales (o “metas” como se decía en la época macrista) de inflación quedaron siempre lejos, lejísimo, de lo que terminó sucediendo en la realidad. El ejemplo más reciente es el propio 2021: la pauta oficial era de 29% y el número real terminó por arriba de 50%.

Entremos entonces en las elucubraciones de este año. Mencionaremos tres números: el que figuraba en el fallido presupuesto 2022 rechazado por el Congreso Nacional el pasado diciembre: 33%. El del promedio de las consultoras del mercado: 55%. El que asume de hecho el gobierno en las nacientes negociaciones paritarias: 40%. A esto podemos agregarle un cuarto número, que lo llamaremos el “catastrofista”: si todo “va mal”, se dispara el dólar, fracaso o “cae” el algún momento el acuerdo con el FMI (ahora o en cualquiera de las revisiones trimestrales) y se entra en una fuerte inestabilidad financiera: entre 65 y 80%.

El primer número (33%) ya ha sido prácticamente descartado por el propio gobierno, que no habla más de él. El segundo número (40%) tampoco tiene muchos adeptos, incluso en las propias filas oficialistas. De hecho, el propio ministro de Trabajo lo colocó como pauta para empezar a discutir los reajustes salariales (en cómodas cuotas) pero tuvo que reconocer que, “si la inflación supera ese valor”, habrá que rediscutir lo pactado.

A partir del tercer número (55%) empezamos a movernos en el rango de las probabilidades más altas. Seamos concretos: las proyecciones que pueden acercarse a la realidad son las que dicen que la inflación de 2022 será ligeramente superior a la de 2021… Si todo “va bien”.

Las causas de la inflación

Preguntarnos qué va a pasar, y porqué un número alrededor de 55% (o si queremos, en el rango entre 54 y 60%) es el más probable, nos exige meternos, así sea someramente, en el resbaladizo tema de las causas de la inflación, fuente de discrepancias teóricas y políticas.

El pensamiento liberal (en todas sus escuelas y subcorrientes) tiende a acordar con la definición que sintetizó Milton Friedman: “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”. Traducido, hay una única causa: la emisión monetaria. A lo sumo, matizan esta afirmación aceptando “retardos” (de entre 6 meses y un año) entre el momento de la mayor emisión y la efectivización de ello en un aumento generalizado de precios. O aceptan que a la mayor oferta monetaria hay que cruzarla con la “demanda” de dinero, que puede incrementarse (absorbiendo esa mayor emisión y por lo tanto “digiriéndola” sin inflación o; al revés, reducirse y ser un factor multiplicador de la velocidad e impacto de dicha mayor cantidad de dinero sobre los precios).

Los que no acordamos con esta visión “monocausal”, sostenemos que la inflación es un fenómeno un poco más complejo, “multicausal”. Claro que ahí culminan los acuerdos entre un muy amplio y heterogéneo campo de economistas no liberales. Se trata, entonces, de analizar en detalle dichas “multicausalidades” y su impacto concreto en cada coyuntura.

En nuestra visión, la inflación sube en la Argentina porque es una de las formas más fáciles que tienen los grandes empresarios de realizar sus ganancias. Y lo pueden hacer porque existe una estructura muy fuertemente monopolizada y oligopolizada en una enorme cantidad de sectores claves, como la fabricación de alimentos secos, la cadena de la carne, bebidas, productos de limpieza y tocador. Y también en la producción de algunos insumos fundamentales y generalizados a casi todos los rubros. Las resistencias a los controles de precios (y también la poca vocación del gobierno por hacerlos cumplir), terminan haciendo que el índice suba mes a mes, a pesar de las rimbombantes declaraciones de los funcionarios y empresarios.

Pero la inflación también sube en nuestro país como consecuencia del incremento de un precio clave: el valor de la divisa. Cualquier fenómeno devaluatorio tiene efectos casi inmediatos sobre los precios, justificados (en el caso de rubros con insumos importados) o simplemente “para cubrirse”, generando expectativas de mayor inflación.

Por supuesto que a esto tenemos que agregarle el impacto en el nivel de precios de la suba de otros precios claves, como los combustibles o las tarifas de los servicios públicos. Y  agregarle el efecto multiplicador de una economía indexada por muchos años de inflación de dos dígitos y creciente. Y también sumarle, porque negar el carácter monocausal no significa decir que no tiene nada que ver, que la bola de pasivos del Banco Central (tanto dinero emitido como deuda en Letras de dicho organismo) es lo suficientemente explosiva como para aportar a la suba de precios. ¿Algo más? Sí, la inflación internacional, la más alta desde 1982.

Sintetizando, todos estos factores nos auguran, lamentablemente, otro año muy complejo. Que, acuerdo con el FMI mediante, terminará siendo pagado por asalariados y jubilados, con una mayor pulverización de sus ya magros ingresos. En ese marco, el pueblo trabajador debe tener en cuenta este escenario, y prepararse para defenderse exigiendo aumentos salariales que les permitan recuperar lo perdido en los últimos cuatro años. Porque si algo ha quedado claro, es que entre las múltiples causas de la inflación, los salarios, que siempre estuvieron a la baja, no fueron responsables de la estampida de precios. Al contrario, fueron sus víctimas.

*Economista. Docente e Investigador de la UBA. Dirigente de Izquierda Socialista y del Frente de Izquierda Unidad. Twitter: @josecastillo_is