La relación de los países con el Fondo Monetario Internacional (FMI) siempre llega a los titulares de la prensa cuando los gobiernos ya se han gastado el dinero y no quieren devolverlo. Curiosamente, nadie parece criticar al FMI cuando rescata a los gobiernos de su despilfarro fiscal, solo cuando hay que devolver el dinero.

Lo primero que debería entender el ciudadano es que la mejor relación que puede tener un gobierno con el FMI es la misma que tenemos con nuestro banco. Confianza y responsabilidad crediticia. Una relación en la que el que pide prestado es el responsable de repagar. Echar la culpa al que te presta no ayuda ni a ganar confianza ni a repagar las deudas.

El ciudadano debe entender que el objetivo del FMI no es solucionar los problemas estructurales de una economía, sino dotar de liquidez y ayudar a los gobiernos a mantener su posición crediticia.

Si un gobierno despilfarra el dinero recaudado y destruye su confianza en el mundo, eso no es culpa del FMI.  Es más, si ese gobierno sigue aumentando desequilibrios como si el dinero fuera gratis e irrelevante, ni el FMI ni ninguna entidad global va a rescatarle.

En mi opinión, el problema del FMI no es que sea demasiado exigente con los gobiernos y que ahogue las economías, sino que es extremadamente benigno con los gobiernos despilfarradores y que jamás para los pies a estados que solucionan todo subiendo impuestos y hundiendo la renta disponible de los contribuyentes.

En los últimos treinta años el mundo ha vivido más de 100 crisis financieras de enorme calado. Casualmente esos periodos de expansión de burbuja y crisis posterior vienen dictados por las políticas de gobiernos mal llamadas “expansivas”, por los bancos centrales aumentando masa monetaria sin control y recomendaciones del FMI que los estados, enganchados a la deuda, están encantados de seguir.

El FMI no es una entidad liberal en ningún sentido. Es incuestionablemente estatista. Para el FMI el estado es el pilar de la credibilidad crediticia, el gasto público es incuestionables y el gobierno su garante.

El problema de recomendar gastar y endeudarse cuando hay tipos bajos y exceso de liquidez es que, cuando explota todo, los gobiernos se quejan de supuestas “austeridades” que esconden mantener a toda costa el peso del estado y supuestas “liberalizaciones” que han sido en gran parte medidas donde el gobierno seguía manteniendo una intervención masiva. Cuando el FMI pide moderar el gasto, los estados se rebelan, aunque hayan despilfarrado el apoyo previo.

A la enorme mayoría de las crisis financieras se ha llegado desde la intervención masiva a través de la creación de dinero, aumentos de gasto público y crédito excesivo y se han intentado solucionar buscando mayor intervención aún.

El Fondo Monetario Internacional ha respondido a todas las crisis de la siguiente manera:

– Aceptando las medidas de los gobiernos desde una perspectiva completamente diplomática y benigna.

– Recomendando unas medidas liberalizadoras y planes de moderación presupuestaria que, o no se han llevado a cabo para nada, o se han dirigido, como en Argentina o en la crisis europea, a sostener a toda costa las estructuras estatales hipertrofiadas. Casi todas las “medidas de austeridad” implementadas en treinta años han recaído en subidas de impuestos, y no en reducir gasto corriente, lo que debilita aún más a las economías.

– Finalmente, cuando el FMI reconoce no haber estimado correctamente los efectos de la crisis, suele recomendar de nuevo gastar y endeudarse.

De las más de cien crisis de los últimos treinta años casi siempre han salido los países más endeudados y frágiles porque los organismos internacionales nunca frenan el ansia intervencionista de los gobiernos y en muchas ocasiones la alientan.

Es verdad que el Fondo Monetario Internacional tiende a equivocarse en sus estimaciones, pero es uno de los que menos se equivoca y además, cuando se equivoca suele ser por optimismo al aceptar como buenas las expectativas del gobierno de turno. El problema del Fondo Monetario Internacional es que actúa como una especie de Departamento de Comunicación Corporativa para Estados y Bancos. Cuando hablan de “medidas estructurales”, pero no se cambia nada, como en Argentina o la Eurozona, lo aceptan. Palabra de gobierno, palabra de santo.

La relación que deben tener los gobiernos con el FMI es la misma que tienes con tu abogado o tu banco prestamista. Intentar usarlos lo menos posible.

Los problemas de Argentina no los ha creado el FMI. Si de algo se le puede acusar al FMI es de haber sido extremadamente paciente y optimista con las promesas de los gobiernos. El FMI no tiene la culpa de que el gobierno dispare el gasto público innecesario y lo financie imprimiendo unos pesos que nadie quiere dentro o fuera de Argentina. Eso sí, tiene la culpa de haber prestado miles de millones de dólares a un gobierno recomendando a la vez no reducir el gasto público, lo cual ha hecho imposible la reforma estructural esencial de Argentina: acabar con la política monetaria extractiva y fiscal confiscatoria.

Lo que tiene que hacer Argentina es recuperar la cordura monetaria y fiscal y no necesitará al FMI para nada preocupante.

*Doctor en economía, profesor de Economía Global y autor de bestsellers entre los que se cuentan La Gran Trampa, La Madre de Todas las Batallas y Viaje a la Libertad Económica, traducidos al inglés, chino y portugués. Twitter: @dlacalle