Las expectativas son muy variadas, obteniendo un promedio del índice de precio del consumidor a nivel general para 2018 de 32% con un desvió estándar de 1,58 p. p, con un valor máximo de 37,2%. Para 2019 el valor promedio esperado se ubica en 20,9% con un desvío de 2,11 p.p, mientras que para 2020 se estima una inflación de 15,7% con una dispersión de 3,26 p.p.

El dólar y los precios
El dólar y los precios

Es difícil saber qué va a ocurrir, pero nos parece un ejercicio útil especular sobre qué se esperaba que ocurriera y por qué no ocurrió. Entendemos que en algún borrador de algún plan alguien tuvo de bosquejar el siguiente escenario. El 2016 se iniciaba con una exitosa salida del Cepo. La inflación cerraba en baja o sin elevarse significativamente, los salarios reales caían poco o se mantenían y las cuentas fiscales mostraban una mejoría, a la luz de los ajustes de tarifas y al calor de los fondos que llegarían del exterior para explotar oportunidades en turismo, energía, agro y software. El año 2017 había de reforzar las tendencias anteriores, apuntaladas por una expansión de la actividad, un déficit menor y una inflación domada por el sistema de Metas de Inflación. El 2018 debería haber sido pan comido.

¿Contemplaba este hipotético escenario una corrida? Por supuesto. Incluso bajo un escenario alentador, el mundo se ha tornado un lugar complicado y nuestro país abrazó una estrategia macroeconómica altamente dependiente del financiamiento externo. Es difícil de creer que una devaluación brusca dentro de un programa de flotación con apertura financiera no aparecería entre los posibles eventos. Probablemente, se esperaba que buena parte de los fondos frescos habrían de estar ocupados en negocios cuyo horizonte temporal excede el vencimiento de las LEBACs. Aunque en un contexto volátil siempre habrá inversores dispuestos a apostar a una depreciación del peso ante el más mínimo ruido; había una esperanza adicional: tener domada la inflación para cuando la tormenta perfecta cubriera el cielo. En tal contexto, los efectos de una suba del dólar no deberían de reflejarse en los precios, como lo ilustra la experiencia de gran parte de los países que utilizan sistemas de flotación combinados con Metas de Inflación.

¿Qué salió mal? La historia argentina nos enseñó que los precios, incluido el dólar, siempre suben. Para muestra basta un botón. Durante 2002-2003 el peso argentino valía entre 3 y 4 unidades por dólares. El Real brasileño también. Para 2018 la cotización del dólar en nuestro país supera los 30 pesos por dólar. En Brasil la cotización todavía oscila entre 3 y 4 reales por dólar. Cuando algo sube todo el tiempo es difícil convencer al público de que la escalada terminó, máxime cuando no existen señales poderosas y duraderas al respecto. ¿Qué se puede decir de las recientes medidas? Las tasas altas sugieren que puede haber complicaciones a futuro y no brindan garantías ni inspiran confianza. Los dólares del FMI lucen insuficientes. Quienes ahorran saben que en el dólar hay refugio seguro y quienes fijan precios saben que, a menos que la economía se congele, mirar al dólar suele ser una buena referencia, incluso cuando el bien que se vende no tienen componentes importados o ni se exporta.

Las tan ansiadas inversiones sobre la economía real nunca se materializaron porque nuestro país no ha terminado de encarar las serias deficiencias en materia de infraestructura y calidad del gasto público, los problemas de competitividad sistémica, la presión impositiva y el nivel elevado de las tasas de interés, que pesan como la espada de Damocles sobre las castigadas empresas domésticas.

*Docente e Investigador. CIMaD - EEyN (UNSAM). Twitter: @FedeFavata

En colaboración con Emiliano Libman: Dr. en Economía, Profesor UNSAM/UBA e Investigador CIMaD/CEDES. Twitter: @emiliano_libman