Los acuerdos con el FMI siempre son acuerdos para sostener al Estado. No es de extrañar que el préstamo incluya una parte en la que se dice que no baje el gasto público con respecto al PBI. El préstamo es una enorme apuesta en favor de Argentina, porque supone más de diez veces la cantidad a la que tendría acceso según su cuota en el FMI.

El ciudadano medio debe entender que un acuerdo con el FMI es un préstamo. No es que se inyecten 50.000 millones de dólares en la economía, sino que se pone a disposición del país un colchón de 50.000 millones de dólares para que no caiga en impago -default- si la economía no recibe suficientes dólares.

El primer error del acuerdo es que el FMI no hace un diagnóstico adecuado del problema argentino, que hemos repetido en varias ocasiones en esta columna. El FMI hace un análisis adecuado del problema cambiario, y se reconoce que el Banco Central no puede seguir manteniendo un “techo” artificial en el cambio del peso en 25 contra el dólar. Ese techo artificial e injustificado llevaba al banco central a perder un 17% de sus reservas en menos de dos meses. Pero parece que nadie en el Gobierno ni en el FMI quiere reconocer el mayor problema. Argentina no quiere pesos. Los ciudadanos no se fían, tras más de setenta años de destrucción del poder adquisitivo de la moneda con políticas monetarias equivocadas, que culminaron en un agujero monetario enorme dejado por la administración de Fernández de Kirchner. La confianza en el peso no se va a dar nunca cuando la discrecionalidad y control político de la masa monetaria se mantiene. Aún peor, no reconocer el agujero monetario ni el fiscal, manteniendo un objetivo de reducción de déficit basado en mayores ingresos y sin casi tocar el enorme gasto ni la brutal presión fiscal, es un ejercicio de voluntarismo peligroso.

El FMI teme que estos acuerdos se perciban como ejemplos de ese inexistente neoliberalismo y llena el documento de mensajes “sociales”, pero ni ataca el enorme gasto público ni la mayor presión fiscal de Latinoamérica, es decir, deja al gobierno decidir cómo y a qué plazo se va a llevar a cabo el ajuste.

Al centrar el “ajuste” en expectativas inverosímiles de mejora de ingresos y entrada de dólares por arte de magia, lo que ocurre es que el problema estructural de Argentina se perpetúa.

El peso no baja por casualidad, sino porque la eterna financiación del gasto público vía política monetaria destruye constantemente el poder adquisitivo de una moneda que no quieren los propios ciudadanos, indefensos ante el asalto a sus ahorros.

Si no se para ya esa destrucción monetaria, todo lo demás, ingresos fiscales, entrada de dólares y ajuste expansivo, es simplemente imposible.

La confianza en el peso no la destruyen los mercados financieros ni los medios de comunicación. La han destruido uno tras otro los gobiernos que han utilizado al Banco Central para financiar un gasto público imposible y unos desequilibrios gigantes. Entre la inflación desbocada, la fiscalidad depredadora y la devaluación, la política monetaria destruye al ahorrador y al inversor en poco tiempo, y los agentes económicos domésticos e internacionales simplemente no invierten en el país.

¿Cuál debería haber sido el acuerdo?

Primero, dolarizar. Creer que uno u otro gobierno van a devolver la confianza en el peso con un sector público hipertrofiado simplemente no va a ocurrir.

Segundo, recortar la presión fiscal de manera drástica junto con un plan robusto de reducción de gasto público y de subvenciones.

Tercero, implementar zonas de inversión internacional con legislación y arbitraje internacional para atraer capital reconociendo que la credibilidad gubernamental está gravemente dañada desde los terribles errores cometidos con la falacia de la política “inclusiva” que sólo produjo inflación, pobreza y estancamiento.

El FMI, el gobierno y cualquier analista sabe que Argentina tiene enormes posibilidades para salir adelante creciendo y atrayendo inversión. Y que solo tiene dos enemigos en ese potencial. La política monetaria destructiva y el sector político extractivo.

El FMI no va a hacer milagros. El enorme agujero dejado por la administración anterior y perpetuado con la inacción no se va a solucionar con un préstamo. Macri debe informar ya a sus ciudadanos de la gravedad de la situación y olvidar el gradualismo que solo ha empeorado las cosas. Desde la transparencia, la claridad y la apertura es como se construye el futuro prometedor de Argentina. Esperando a que el tiempo haga olvidar los problemas estructurales solo los empeora.

Y el FMI solo pone un parche al problema.

*Doctor en economía, profesor de Economía Global y autor de bestsellers entre los que se cuentan La Gran Trampa, La Madre de Todas las Batallas y Viaje a la Libertad Económica, traducidos al inglés, chino y portugués. Twitter: @dlacalle