La inflación vuelve a estar en el tapete, y con razón. El 4,1% de abril es un dato preocupante, y si bien es más bajo que el 4,8% de marzo, sigue siendo un valor mensual muy alto y, peor todavía, muestra una tendencia interanual creciente desde noviembre de 2020. La pregunta inevitable es ¿por qué tenemos inflación tan alta? O sea, ¿por qué, en medio de una pandemia, con la demanda muy por debajo de los niveles de pleno empleo, aumentan los precios?

Las explicaciones de les expertes sobre las causas de la inflación tienden a transitar por carriles predecibles. La ortodoxia económica, cuyas opiniones saturan los medios opositores, tienen una única explicación para la inflación: la emisión monetaria. Siguiendo el credo friedmaniano  y contra la evidencia empírica, aseveran que “la inflación es en todo tiempo y lugar un fenómeno monetario” (recordemos que Macri duplicó la inflación con emisión monetaria cero). Según esta concepción, la inflación sería el resultado del exceso de demanda causado por el gasto público financiado con emisión. El problema con la hipótesis de Friedman, derivada de la añeja teoría cuantitativa del dinero, es que se basa en supuestos errados  o que rara vez se verifican en la realidad. No sorprende, entonces, que partiendo de supuestos errados, se lleguen a conclusiones erradas que resultan propuestas de política que brindan resultados desastrosos.

Les economistas heterodoxes entienden que la inflación es un problema que puede tener múltiples causas y que es preciso realizar un diagnóstico acertado para diseñar políticas orientadas a reducirla. Es común que escuchemos hablar de: puja distributiva, aumento de costos (insumos, tarifas, combustibles, financieros, etc.), devaluación del tipo de cambio, aumentos de los precios internacionales de insumos y alimentos, expectativas y recomposición de ganancias y, por último, la inercia que genera el mismo proceso inflacionario. Ahora bien, lo cierto es que detrás de esta multicausalidad aparecen muchas veces distintas explicaciones algo difusas y que se mezclan entre sí. Por ejemplo, ¿cuánto del aumento salarial se produce por recomposición de pérdidas pasadas y cuánto por expectativas de inflación futura? ¿En la inflación por costos no influyen los salarios y las expectativas?

A nuestro modo de ver es útil, sólo a fines analíticos, distinguir dos cosas: una, que hay ciertos precios básicos cuya incidencia generalizada en el costo de los bienes y servicios del resto de la economía es clave para comprender el comportamiento de la inflación; dos, que hay un gran componente inercial (una relación entre la incertidumbre sobre el futuro de los precios y el pasado y presente de los mismos) en la inflación Argentina que es clave para entender no solo la formación de estos precios básicos, sino también la del conjunto.

Sobre lo primero, tenemos que saber que cuando suben salarios, combustibles y tarifas, el tipo de cambio y ciertos insumos difundidos, tendrán un correlato (en mayor o menor medida, pero casi inevitable) en el resto de los precios. Muchos de estos precios están regulados y/o tienen un fuerte componente vinculado al mercado mundial y a los precios internacionales, de ahí que también escuchemos a heterodoxes hablar de inflación importada.

Sobre el asunto de la de inercia, vale decir que generalmente hay un componente en la fijación de precios que se relaciona con alguna hipótesis de inflación futura. Básicamente porque con las ventas presentes será necesario reponer, en el futuro, insumos o mercaderías. Algo similar sucede con los contratos de alquileres o con los mismos salarios. Y entonces, cuando estas hipótesis sobre la inflación futura son elevadas y contribuyen a la formación de precios básicos, estamos en presencia de un fenómeno de inercia. Lo complejo es que esta inercia no es neutra en términos distributivos; básicamente porque, hay actores con capacidades diferenciadas para hacer realidad esas expectativas.

Ahora bien, ¿qué ocurre en la actualidad? Como decíamos, si bien cada aumento generalizado en los salarios nominales produce algún tipo de tensión en los precios, es difícil sostener que es en el comportamiento del salario donde debamos buscar la principal causa de la inflación actual. No sólo por el increíble 20% que perdió de conjunto el poder adquisitivo del salario durante el macrismo, sino por la pérdida que ha experimentado en 2020 y la que está experimentando durante 2021.

Quizás parte de la aceleración actual haya que buscarla en el comportamiento de algunos precios regulados clave, como el de los combustibles (y en su impacto, por ejemplo, en el Transporte), en los alquileres (en el descongelamiento de 2021 y en el impacto no esperado de la nueva Ley de Alquileres) y, sobre todo, en el aumento de los precios internacionales de los commodities alimenticios y su traslado al mercado doméstico.  

El Gobierno Nacional ha manifestado su interés por coordinar aumentos de precios en torno al 35% para 2021, intentando frenar el componente inercial del proceso inflacionario. Pero lo cierto es que no ha logrado la difícil tarea de disociar el aumento en los precios internacionales de los alimentos e insumos de los precios locales; precios que en marzo de 2020 comenzaron una trayectoria ascendente llegando a niveles en la actualidad que no se veían desde 2014.

Por otro lado, el Gobierno Nacional ha convalidado, como en el caso de los combustibles, aumentos que atentan contra su propia pauta inflacionaria. Con todas las consecuencias que esto tiene. En el caso de este precio básico hubo tres aumentos en lo que va de 2021 (7%, 5% y 6%), con impactos sobre toda la cadena de producción y distribución.

En este sentido, hoy en día lo único que parece ajustarse al 35% son los salarios, con un gasto público que está sufriendo un ajuste en términos reales que tiene pocos precedentes en la historia reciente. Preocupa entonces cierto tufillo fiscalista al fenómeno que manifiestan funcionarios del Ministerio de Economía de la Nación que, en plena consonancia con lo que el FMI siempre ha planteado (equivocadamente), la causa de la inflación es el déficit fiscal y es fundamental mantener la emisión y el gasto deprimidos. En el contexto actual de pandemia, las prioridades deberían  atender el frente interno (salarios, transferencias, reactivación de la demanda y la producción) y no un eventual acuerdo con el FMI para reprogramar una deuda sideral otorgada irregularmente y en gran parte fugada.

*Director de la Licenciatura en Economía Política - UNGS. En co-autoría con Alan Cibils. Investigadores docentes del Área de Economía Política, Instituto de Industria, Universidad Nacional de General Sarmiento. Twitter: @germanpinazo | @EconomiaPolUngs