La posición relativa de los países en la distribución mundial de ingreso per cápita no es inmutable. Los países pueden pasar de ser pobres a ricos o de ricos a pobres. Un clásico ejemplo de esto último es Argentina.” Vollrath y Jones, Capítulo 1 del manual “Introducción al crecimiento económico”. 

Es habitual en el debate económico en Argentina que lo urgente desplace a lo necesario. La regularidad con la que la economía enfrenta crisis internas y externas nos llevan a debatir las causas y las soluciones a la inflación o a estar siguiendo el minuto a minuto del tipo de cambio o del riesgo país. Está claro que sin estabilidad macroeconómica no se puede pensar en soluciones de largo plazo. Pero mientras nosotros intentamos reinventar la rueda y cuestionamos consensos básicos sobre cómo ordenar la macro, el resto del mundo se enfoca en cómo mejorar los estándares de vida de manera sostenible. O, dicho en otras palabras, buscan maneras de mejorar su productividad y de introducir políticas re-distributivas que no conflictúen con este objetivo.

La productividad es una medida de la capacidad que tiene una economía en generar bienes y servicios a partir de sus recursos, ya sean su capital humano (trabajadores y sus calificaciones, adquirida a través de la educación, la experiencia o la capacitación), su capital físico (como maquinarias y bienes de infraestructura) o sus recursos naturales, por ejemplo.

La prosperidad económica de los países en el largo plazo suele estar asociada a altos niveles de productividad y cuando crece la productividad, también crece la economía. Un aspecto fundamental es que cuanto más eficientes son los países, más altos son los salarios reales y el bienestar de la población.

¿Cómo creen en el resto del mundo que los países pueden lograr altos niveles de productividad y de estándares de vida? Inversión, innovación, educación y capacitación, infraestructura, mercados competitivos, apertura comercial e integración internacional y políticas de desarrollo productivo. Cuando vemos que, en todas estas dimensiones, Argentina está a contramano del mundo, podemos entender por qué, tanto en términos de crecimiento económico como en términos de evolución de la productividad, hace décadas que el país tiene un desempeño muy pobre, sobre todo cuando se lo compara con otros países de la región o con Estados Unidos. Por ejemplo, de acuerdo a datos del Fondo Monetario Internacional, el nivel de ingreso promedio por persona (ajustado por precios) de Argentina en 1980 era el doble del de Colombia, Chile y Perú. Casi cuarenta años más tarde, Colombia y Perú redujeron la brecha de más del 100% a alrededor de 35%, mientras que los ingresos en Chile ya superaron a los de Argentina. De manera similar, en el mismo período el argentino promedio pasó de tener la mitad del ingreso que el estadounidense medio, a tener menos de un tercio. Estimaciones de las Penn World Tables muestran que, en los últimos 65 años, la productividad de la economía argentina se redujo a un promedio de más del 0.2% anual, mientras que el de Estados Unidos creció al 0.7% anual. 

En una situación de estancamiento productiva, mayor es el sacrificio en términos de consumo que la población tiene que hacer para crecer vía inversión y crecen las demandas redistributivas que retroalimentan políticas distorsivas y fiscalmente insostenibles. En consecuencia, el sector privado se achica, la economía pierde dinamismo y los salarios reales se estancan. Todo esto, a su vez, incrementa la inestabilidad macroeconómica que ocupa regularmente el centro del debate.

Una manera simple de caracterizar la organización y el desempeño de la economía argentina es tomar los indicadores de Doing Business 2019, una herramienta que permite comparar que tan fácil es realizar negocios alrededor del mundo. En este ranking de países, Argentina se ubica 119 entre 190 economías del mundo. En América del Sur, solo Ecuador (123), Bolivia (156) y Venezuela (188) tienen peor ranking. Argentina se destaca negativamente en varios rubros (el ranking argentino está indicado entre paréntesis): dificultad para abrir un negocio (128 en el ranking), manejo de permisos de construcción (174), registro de propiedades (119), obtención de electricidad (103), pago de impuestos -incluyendo tiempo requerido para hacer los trámites-, tasas y contribuciones (169), comercio transfronterizo  -incluyendo trabas a la importación- (125) y cumplimiento de contratos (107), entre otros.

En este contexto, el debate económico sobre el desarrollo de largo plazo genera mucho ruido y poca información. Las condiciones necesarias para generar mayor inversión, innovación y mejoras de productividad requieren políticas activas del estado, pero no necesariamente el tipo de políticas que se intentaron repetidamente hasta ahora, como la protección, la sobreregulación de actividades o el uso del tipo de cambio nominal para mejorar los términos de intercambio. El estado puede contribuir positivamente usando diferentes instrumentos que se intentan alrededor del mundo, como las políticas activas de mercado laboral (e.g. capacitación), fomentar la dinámica sectorial o geográfica y políticas complementarias de largo plazo, como desarrollo de capital humano moderno y transferible (en ciencias, tecnología e ingeniería, por ejemplo), incentivos a la investigación aplicada, infraestructura moderna y bien regulada, entre otros. Argentina tiene su idiosincrasia, y las políticas implementadas deben atender nuestras particularidades. Pero a veces conviene hacer una pausa y mirar alrededor, para aprender qué es lo que estamos haciendo mal y, finalmente, poder dejar de ser un caso de manual.

*Profesor en Economía (Royal Holloway, Universidad de Londres). Twitter: @juanpablorud