Uno de los grandes problemas de Argentina a nivel financiero es la carrera contra la inflación y la destrucción del dinero. En esta columna, hemos alertado del grave problema que causa la impresión de pesos descontrolada a la hora de estabilizar la economía. Una de ellas es la carrera hacia ninguna parte que reflejan las tasas bancarias.

Las tasas bancarias en Argentina son excesivamente altas porque reflejan dos riesgos: la destrucción del poder adquisitivo de la moneda por parte del Banco Central y el elevado riesgo.

Por un lado, esas elevadas tasas bancarias favorecen que la inversión sea fundamentalmente financiera y no en la economía real. La destrucción del poder adquisitivo del peso vía depreciación constante y la inflación extrema, añadidas a una fiscalidad confiscatoria, hacen que la inversión productiva real a largo plazo esté penalizada de manera muy agresiva. No es sorprendente que los ciudadanos e inversores de la Argentina busquen cualquier producto financiero líquido que les proteja del inflacionismo y mantengan la cautela a la hora de tomar riesgo a largo plazo, contratar o construir capacidad productiva.

El principal problema es que si se redujesen las tasas bancarias por ley, sin acometer la importante reforma monetaria que urge en Argentina, lo único que se conseguiría es una rápida salida de depósitos.

Esas elevadas tasas bancarias no son la causa, sino un síntoma del problema monetario que afecta a Argentina desde hace décadas: negar el negativo impacto a corto y largo plazo de las políticas monetarias. Son el reflejo de la necesidad de inversores y ahorradores de escapar a la voracidad inflacionista. Y sin ellas, los bancos se descapitalizarían ante la fuga de capitales.

Este problema se convierte en una espiral negativa. Cuando el Banco Central dispara la masa monetaria para financiar el gasto público, el poder adquisitivo del peso se desploma, la inflación crece a doble dígito, el dinero cada vez vale menos y las tasas de interés reflejan el riesgo de la economía. Si bajan las tasas, los ahorradores retiran sus depósitos escapando del efecto destructor de la inflación. Si las tasas suben, la inversión se concentra en activos financieros líquidos a corto plazo, pero no en formación bruta de capital en la economía real o el empleo, porque los altos impuestos y la alta inflación funcionan como un potente desincentivo a la utilización de capital para crear puestos de trabajo a medio y largo plazo.

Adicionalmente, el gobierno alienta esta carrera de tasas emitiendo instrumentos a muy corto plazo con alto rendimiento para financiar el déficit público: instrumentos bien conocidos por todos como las Lecap, Lebac y las Letes que son, en muchos casos, incentivos creados desde el gobierno que alientan la inversión financiera a corto plazo, sobre otro tipo de oportunidades que se presentan como claramente poco atractivas en comparación. Si un instrumento de financiación del tesoro llega a dar hasta un 60% de rentabilidad a corto plazo, como ha ocurrido, se desincentiva de manera muy evidente cualquier inversión de capital en la economía real a largo plazo. Irónicamente, ese mismo incentivo también hace los instrumentos bancarios y las tasas más arriesgados, porque se drena a la economía productiva de savia para crecer.

Llevamos varios meses analizando retos de la economía argentina, y nos encontramos constantemente ante la evidencia del efecto negativo que tiene la utilización agresiva de la política monetaria. Este no deja de ser otro síntoma.

*Doctor en economía, profesor de Economía Global y autor de bestsellers entre los que se cuentan La Gran Trampa, La Madre de Todas las Batallas y Viaje a la Libertad Económica, traducidos al inglés, chino y portugués.Twitter: @dlacalle