Más allá de las circunstancias y las particularidades del caso, lo cierto es que las llamadas “retenciones al campo”, los derechos de exportación para la producción agraria, raramente son abordadas en términos macroeconómicos. En parte, es entendible porque se trata de un instrumento de política económica complejo que abarca tanto un aspecto fiscal como distributivo y, eventualmente, cambiario-financiero.

La dimensión fiscal es la más evidente. Las retenciones son un impuesto (en pesos) a las exportaciones agrarias. Asumiendo que las retenciones se aplican sobre la ganancia “extraordinaria” o “renta de la tierra” que se encuentra por encima de la ganancia “normal” (aquella que permite que el negocio sea viable) no habría motivos para esperar un impacto negativo sobre el nivel de producción (vale aclarar que, aunque son las grandes empresas exportadoras las que pagan formalmente las retenciones, aquellas las deducen del precio interno que le pagan al productor). De ser así, entonces, debería esperarse un aumento de la recaudación fiscal sin un efecto contractivo sobre el sector. Probablemente, este sea el enfoque fiscalista que ha llevado al FMI a sugerírselas al gobierno anterior.

Sin embargo, la dimensión fiscal de las retenciones puede que no sea la más relevante al momento de analizar su impacto macroeconómico. Actualmente, la principal restricción de la economía argentina es la deuda pública denominada en moneda extranjera que se encuentra en manos de privados y organismos internacionales. Como la recaudación fiscal es en pesos y los compromisos de la deuda son mayormente en dólares, no sería del todo apropiado decir que se va a pagar la deuda con las retenciones, al menos, en forma directa. Mas allá de los mecanismos operativos por el cual el Tesoro puede hacerse de los dólares para pagar la deuda (superávit primario, adelantos transitorios o letras intransferibles) lo que importa en última instancia es si la economía argentina tiene y genera los dólares necesarios para evitar el default.

Las retenciones tienen un impacto distributivo significativo. El precio doméstico de los alimentos que Argentina produce y también exporta, en mayor o menor medida dependiendo del producto, está determinado por el precio internacional. Por este motivo, cuando aumenta el tipo de cambio, aumenta el precio de los alimentos en las góndolas. En el sentido contrario, una caída del tipo de cambio tiende a reducir la tasa de inflación. Entonces, como las retenciones reducen el tipo de cambio efectivo del exportador, estas tienden a generar un efecto distributivo a favor de los asalariados, y un efecto expansivo al estimular el consumo interno.

En las actuales circunstancias de escasez relativa de divisas, controles de cambio y obligación de liquidación de exportaciones, las retenciones también pueden jugar un rol en materia cambiaria-financiera. Hasta que la economía argentina no logre desarrollar un gran mercado de instrumentos financieros en pesos y logre reducir la incertidumbre cambiaria (en todas sus versiones), es lógico esperar que el dólar continúe siendo la principal aplicación financiera. Por lo tanto, con el aumento de la brecha entre el “dólar soja”, por decir uno, y el “dólar financiero”, en principio, se estaría reduciendo la potencial dolarización del saldo exportado. Sin embargo, no hay que perder de vista que la dolarización financiera es un fenómeno dinámico basado en expectativas cambiarias que, contrariamente a la literatura convencional, no pueden ser formadas “racionalmente” a través de cálculos de probabilidad. Traducido: como nadie tiene la remota idea de lo que va a pasar en el futuro, los agentes privados se dolarizan por las dudas. Por este motivo, no necesariamente un aumento de la brecha cambiaria es estabilizante. Justamente, puede ocurrir el efecto contrario cuando la brecha aumenta porque se dispara el dólar financiero o paralelo. En un esquema en donde el banco central pude hacer poco y nada para estabilizar esa variable, la presión cambiaria puede intensificarse.

El Gobierno acaba de asumir y no hay soluciones de un día para otro para un problema tan complejo como el de “recuperar” la moneda. Pero sin lugar a dudas, tarde o temprano será necesario que el Estado tome la iniciativa en implementar un sistema monetario y cambiario que le permita al Banco Central no solo acumular dólares comerciales sino también financieros. De lo contrario, se corre el riesgo de que la regulación cambiaria se convierta, como ha dicho el Presidente de la Nación, en una puerta giratoria trabada por una piedra, en donde no se puede salir, pero tampoco entrar.    

*Investigador y estudiante de doctorado en Economía en The New School for Social Research. Twitter: @matiasdelucchi