La inflación es el impuesto de los pobres. Los defensores de las políticas monetarias inflacionistas les dirán a ustedes que no hay necesidad de controlar la inflación si los salarios, bienes y servicios se intercambian en la misma moneda.

Pero cualquier ciudadano argentino sabe que eso es mentira.

La inflación es siempre un desequilibrio monetario, y la causa principal de la misma viene de la política de los gobiernos y bancos centrales de intentar solventar problemas estructurales devaluando la moneda constantemente.

Sin embargo, en países desarrollados como Estados Unidos o la Unión Europea la inflación es muy baja a pesar de aumentar de manera considerable la masa monetaria. Existe una enorme diferencia entre la política monetaria en esos países y otros.

El primero es que el euro o el dólar norteamericano son monedas de reserva global y sus bancos centrales no aumentan la masa monetaria “imprimiendo billetes”, eso que los inflacionistas latinoamericanos llaman “modelo social inclusivo”. En EEUU o Europa, lo que se hace es aumentar el crédito incrementando el balance del banco central. Por lo tanto, el mecanismo de transmisión de esa masa monetaria, a través de bancos y entidades financieras, evita que se genere un exceso de dinero que destruya el poder adquisitivo y hunda a las clases más desfavorecidas. Es un mecanismo que solo depende de la demanda real de dicho crédito. Como tal, el exceso monetario genera inflación en los activos financieros, pero no destruye el poder adquisitivo de la moneda como lo hace la política monetaria mal llamada expansiva vista en países como la Argentina.

Cualquier ciudadano entiende que el exceso de pesos en la economía lleva a que los precios de los insumos se disparen, el poder adquisitivo de los salarios se hunda, los ahorros se desvanezcan y se genere la más antisocial de las políticas.

No, los salarios no suben tanto como la inflación porque el crecimiento de la productividad se desploma y los márgenes empresariales se hunden. La idea mágica de que salarios y masa monetaria crecen en tándem por designio político no es nada más que un cuento que nunca ocurre. 

Las políticas monetarias inflacionistas son una enorme transferencia de riqueza de los asalariados y el tejido productivo hacia el gobierno. Y como tal, destruyen el potencial de la economía.

La inflación es la erosión del poder adquisitivo y el valor añadido de la economía a favor del aparato burocrático que controla los ingresos por impuestos y se beneficia de “reducir su deuda” a costa de todos los demás, mientras que aprovecha las entradas de moneda extranjera a su favor introduciendo controles de capitales.

En un entorno inflacionista y devaluador, la inversión productiva a largo plazo se desploma por el riesgo constante de hundimiento del valor presente real de los flujos de caja, y se invierte a muy corto plazo o no se invierte.

Pero lo peor de no controlar la inflación es el descrédito y hundimiento de la credibilidad del sistema monetario e institucional. La inflación es un reflejo de los errores del sistema de gobierno, y cuanto más tiempo se mantenga elevada, destruye la confianza en la moneda local por parte de los ciudadanos, agentes domésticos y, por supuesto, los extranjeros. Poco a poco, las decrecientes transacciones con el país son obligatoriamente llevadas a cabo en dólares u otras monedas por falta de confianza, y si continúa la impresión de dinero, el desequilibrio monetario lleva a una erosión cada vez mayor y más rápida del poder adquisitivo de la moneda.

Controlar la inflación es esencial. Además de preservar el poder adquisitivo y garantizar que los flujos inversores aumenten, si no se controla la inflación, la desaparición de la moneda local será inevitable. Porque los propios ciudadanos del país y sus empresas rechazan utilizar una moneda que el gobierno hunde constantemente aumentando la masa monetaria muy por encima del producto interior bruto real y de la demanda de la misma. Ocurrió en países ricos en materias primas como Ecuador, y está ocurriendo con el bolívar porque los ciudadanos y agentes económicos domésticos saben que el poder adquisitivo de la moneda se destruye con las políticas gubernamentales, y simplemente no aceptan una moneda en constante devaluación.

El efecto de la inflación en los salarios reales es devastador, pero en el empleo es claramente negativo. La inmensa mayoría de los estudios empíricos muestran que la relación entre empleo e inflación conocida por la curva de Phillips no existe cuando los niveles de inflación son elevados, y vemos cómo países con muy bajas tasas de aumento de precios, inferiores al 2%, alcanzan el pleno empleo.

Los ciudadanos de Argentina conocen bien el error de las políticas inflacionistas

Entre 2008 y 2014, la inflación oficial fue del 106,7% pero la analizada por el congreso y analistas independientes mostraba un brutal 354,6%. Desde la llegada de la política de imprimir moneda sin control, la inflación anual fue de casi el 30%, casi exactamente la cifra de aumento de la base monetaria anual.

Ante la caída de ingresos en divisas y fiscales en términos reales, se ahogó en impuestos al sector productivo con la presión fiscal más alta de Latinoamérica, hundiendo la confianza en el sistema con el cepo cambiario y rematando las perspectivas con amenazas e intervencionismo.

Ante la escalada inevitable de la inflación, las intervenciones políticas en los precios ni evitaron la elevada inflación ni mejoraron el suministro, solo estancaron la economía con control de capitales y desplome en el stock de divisas y entrada de capitales.

La inflación creada por una política monetaria terrorífica empobrece a todos. Y, además, no favorece la actividad exportadora. En la Argentina, las exportaciones en millones de dólares, a pesar de ser un país rico en materias primas, son menores que en Chile, México, Uruguay o Paraguay.

La inflación es además una expropiación indirecta del ahorro. Lo peor es que, tras la expropiación indirecta vía inflación llega la directa. Argentina la vivió en 1990 y, especialmente, en 2002, creando una fuga sin precedentes del sistema económico de la Argentina. No es por casualidad que a estas políticas se les llame “represión financiera”. Es exactamente lo que son. Reprimir al tejido productivo y ahorrador.  

El tejido productivo y la riqueza del país se “diluyen” de manera inexorable en medio de una política monetaria miope y peligrosa.

No olvidemos el efecto del “impuesto a los pobres” que es la inflación. En Argentina, la pobreza, imprimiendo y con lo que llamaron irónicamente el “modelo social inclusivo”, se disparó a más del 30% según la Fundación Mediterránea, y un desempleo cercano al 9% que enmascara una bajísima tasa de participación laboral, ligeramente superior al 45%. Si analizamos otros países, veremos que la tasa de participación laboral, es decir, el número de empleados entre la población en edad de trabajar, es entre diez y veinte puntos inferior en la Argentina comparada a la de países de la Eurozona que tienen tasas de desempleo oficiales óptimamente superiores.

El esfuerzo por contener la inflación no es una casualidad. Contener la inflación es la verdadera política social, y un paso esencial para recuperar la credibilidad nacional e internacional.

*Doctor en economía, profesor de Economía Global y autor de bestsellers entre los que se cuentan La Gran Trampa, La Madre de Todas las Batallas y Viaje a la Libertad Económica, traducidos al inglés, chino y portugués. Twitter: @dlacalle