Los datos económicos de 2018 no son alentadores para la Argentina y los datos de 2019, especialmente de inflación, muestran que el país todavía tiene mucho para transitar antes de hablar de una recuperación sostenible. Los datos más importantes están ligados a la inversión que es el sine qua non del crecimiento para cualquier país. Sin inversión, no hay crecimiento que no coma las bases del capital existente.

Lamentablemente, la inversión cayó a los niveles más bajos del mandato de Macri a fines de 2018. Según datos de Orlando Ferreres, la inversión era 13.8 por ciento del PBI en el tercer trimestre del año, en el mismo periodo de 2017 era 17.3 por ciento. Además, la utilización de la capacidad instalada en Argentina en enero de 2019 era solamente 56.2 por ciento.

Estos son niveles no vistos desde la crisis de 2001-2002, adonde la reactivación de la capacidad no utilizada era un eje de la recuperación económica en esa época. Pero la demanda escasa, bajos precios por sus productos,  China y Brasil que no crecen como crecían, EEUU amenazando una guerra comercial y la Argentina sobre-endeudada, no es fácil ver fuentes de recuperación para la economía.

Una de las críticas en contra de Macri es que no hubo una ola de inversiones al país, pero depende de cómo se mida. Uno puede decir que hubo una ola de inversión en la Argentina, pero fue al Estado y no al sector privado. Entre 2016-2018, la deuda externa se incrementó por $85 mil millones, con $50 mil millones viniendo de acreedores privados.[1] Mientras la inversión extranjera directa (IED) en la Argentina entre 2016-2017 fue $14.8 mil millones.[2] Mirando estas cifras, es difícil decir que la Argentina no ha tenido una ola de inversión extranjera. La diferencia es que estos inversiones extranjeros estaban financiando el consumo del estado que no rinde recursos para financiar el repago.

 Fundamentalmente, el problema es que los argentinos no deben esperar de “olas de inversión” desde afuera. Es un discurso que no aborda las raíces del problema, los países se desarrollan con sus propios recursos. Un problema es que el sistema financiero del país no está al tanto para apoyar al sistema productivo. En 2017, el crédito al sector real era solamente 13.8 por ciento del PBI. En Chile era 95 por ciento del PBI.[3] Este fenómeno tiene sus raíces en la falta de fe en el peso como una reserva de valor para los ahorros de los argentinos. Con un peso que no mantiene su valor, sin tasas altísimas, es difícil ver como el país puede desarrollarse sin un sistema de crédito que alienta el crecimiento.

Otro problema es estructural. El país es poco competitivo internacionalmente porque las empresas no son muy competitivas en el mercado doméstico. Con altos niveles de impuestos, regulaciones proteccionistas y subsidios, los empresarios no sienten la necesidad de aumentar productividad. Rinde más teniendo un mercado capturado por trabas estatales que hacer una riesgosa inversión. No es extraño que la productividad en la Argentina no ha aumentado por décadas. Además, el recurso a la devaluación es usado como una herramienta para lograr competitividad. Pero como Mario Blejer dice, “Argentina piensa la competitividad sólo en términos cambiarios y ésa es la raíz de su tragedia.” Para desarrollar y aumentar ingresos no hay alternativo en el largo plazo aparte de aumentar la productividad.

Un sector donde hubo un aumento importante de inversión fue el sector aeronáutico y es un modelo para otras partes de la economía. La demanda de vuelos de cabotaje han aumentado por 13 por ciento en 2018, cuando en otros sectores la demanda desploma. ¿La razón? La competencia aumentó la oferta y bajó el precio, aumentando el excedente del consumidor. La regulación de este sector es un ejemplo de modernizar el mercado interno para aumentar la competitividad del país. Con precios más accesibles para los argentinos, es aún más accesibles a extranjeros que alientan un sector dinámico: el turismo.

El lema “ola de inversiones” es colocar el carro delante de los bueyes. Argentina necesita tener un viraje a políticas básicas consensuadas entre los grandes partidos políticos del país. En Chile o Uruguay no hay discusiones serias sobre ‘el modelo país.’ Hay políticas consistentes para mantener el crecimiento como la estrella norte. Pero en Argentina, la política sostiene ese discurso viejo, es tiempo para actualizar la política para integrar el país al mundo.

*PhD en ciencias políticas por la Universidad de Toronto. Twitter: @NicSaldias


[1] Fuente: FMI

 [2] Fuente: CEPAL

 [3] Fuente: FMI