En las últimas horas, se conocieron dos noticias en torno a la administración Trump: su visita al muro fronterizo en California, la cual fue calificada como simbólico apoyo al avance del mismo; y en segundo lugar, el reemplazo del hasta ahora secretario de Estado, Rex Tillerson, por el director de la CIA, Mike Pompeo. Dos noticias que marcan el rumbo de la agenda exterior estadounidense.

En este sentido, se debe considerar también lo ocurrido días atrás, cuando el Presidente norteamericano, luego de quitar de su cargo al consejero económico Gary Cohn, aceptó reunirse cara a cara con el líder norcoreano Kim Jong-un, con quien había mantenido un vínculo de amenazas recíprocas desde su llegada a la presidencia en 2017.

En este sentido, analizar el gobierno de Donald Trump se torna imposible dentro de las clásicas categorías donde se encasillaron las últimas presidencias norteamericanas. Lo que sí queda claro es el hecho de que Trump introdujo un nuevo elemento en las relaciones internacionales: ser impredecible.

Las decisiones tomadas por su gestión en los últimos días son muestra clara de esto. Tanto la destitución de Tillerson como así también la visita al muro fronterizo en California son muestra clara de un perfil que Estados Unidos está adoptando, y del cual parece no tener intenciones de despegarse.

Perfil que encuentra siempre su eje en lo que fue el lema de campaña de Donald Trump: “Make America great again”, donde el interés nacional y la reconstrucción económica nacional se plantean como pilares de su política interna y externa. A partir de ahí, se puede considerar el actual accionar internacional de EEUU, el cual ha abandonado la lógica internacionalista de la administración Obama, durante la cual el país tuvo un activo rol mundial, principalmente en Medio Oriente y en la región asiática.

De todos modos, esto no significa que la actual presidencia estadounidense se encuentre atravesada por una lógica aislacionista, sino que, lo que ha cambiado es la forma de actuar, es decir, el perfil que el país intenta adoptar en la comunidad internacional.

En esta línea, se puede analizar la elección de Mike Pompeo como nuevo secretario de Estado. Éste es un viejo conocido del presidente, con quien comparte mucho en común: ambos son conservadores y defensores de la línea política dura. En consonancia, el nuevo Secretario de Estado tiene una visión internacional en términos de la lógica amigo-enemigo, la cual ya se ha visto en la administración Bush (2001-2009) y no trajo buenos resultados.

A su vez, el reemplazo de Tillerson por Pompeo encuentra sus explicaciones hacia dentro y hacia fuera de EEUU. En el ámbito nacional, se debe considerar que en noviembre hay elecciones en el país, frente a las cuales Trump se ve en la necesidad de reforzar el ala dura republicana haciendo a un lado a funcionarios moderados, como lo era Tillerson.

Por último –y en relación a la esfera internacional- es vital tener en cuenta que el gobierno estadounidense ha tendido en el último tiempo polémicas líneas de política exterior, tales como la guerra tarifaria que ha iniciado, el acercamiento con Corea del Norte, la reafirmación de la construcción del muro con México, y el pacto nuclear con Irán, el cual se encuentra próximo a renovarse. En esta coyuntura, contar con alguien de su misma línea -como es Pompeo- puede resultarle favorable (o no).