Con más de 40 millones de habitantes y unos 600 mil km² de extensión, Ucrania es -sin contar a Rusia- la más poblada de las 15 ex repúblicas soviéticas, y la segunda más grande. Este solo dato resalta por sí mismo su importancia y peso específico en Europa del este, el cual se ve potenciado, a los ojos de aquél país, por encontrarse a las puertas de su territorio y ser un nexo entre éste y el centro del continente. Es decir que, para Rusia, Ucrania es un vecino importante, no sólo demográfica y territorialmente, sino también desde un punto de vista geoestratégico y, por añadidura, político.

Para entender un poco más acerca del presente conflicto que tiene en vilo a la humanidad, es necesario hacer un poco de historia y comenzar señalando que, desde siempre, el actual territorio ucraniano fue codiciado por distintas potencias: polacos, lituanos, rusos, austriacos, turcos e incluso los nazis lo dominaron, total o parcialmente, a lo largo de los siglos; habiendo sido también invadido por mongoles y tártaros, entre otros.

Con motivo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y de la Revolución Rusa (1917), aprovechando el contexto de inestabilidad reinante, Ucrania declaró por primera vez su independencia, pero esta duró poco más de dos años ya que rápidamente, en la reorganización territorial de posguerra, fue anexada a Polonia y, finalmente, pasó a integrar, en 1922, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); aunque la porción septentrional del país quedó bajo dominio polaco. Durante los primeros años, Ucrania gozó de una relativa autonomía, pero entrada la década de 1930 y ya con Stalin al mando de la URSS, la política centralizadora del Kremlin se endureció, suprimiendo oleadas nacionalistas, buscando subsumir la cultura local en una mayor -la soviética-, y dejando cientos de miles de muertos, que se contaron tanto entre los campesinos -debido a las hambrunas producto de la política de industrialización con prescindencia del sector agrícola- como entre los miembros de la élite económica, social y cultural ucraniana.

Los antecedentes hasta aquí señalados son importantes y demuestran que el dominio y apetencias rusos sobre Ucrania han sido una constante histórica; sin embargo, el momento crucial para comprender la situación actual es -sin dudas- la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y sus consecuencias, por varios motivos: por un lado, tras la invasión de la Alemania de Hitler a Polonia este país fue dividido entre los nazis y los rusos, recuperándose los territorios ucranianos que habían quedado bajo dominio polaco tras la Primera Guerra, con lo que se dio la unificación del país por primera vez en la historia, aunque bajo control soviético. Esto dio lugar a la creación, en 1942, del Ejército Insurgente Ucraniano, de carácter nacionalista, que combatió a la ocupación nazi primero y a la dominación rusa después mediante una táctica de guerra de guerrillas, constituyendo de este modo un antecedente directo -en el fondo y en la forma- de lo que estamos presenciando en estos días.

Por otra parte, finalizado el conflicto bélico, dio inicio el periodo conocido como Guerra Fría, un mundo bipolar con dos súper potencias en el que Estados Unidos -líder del mundo capitalista- se enfrentó política e ideológicamente a la URSS -cabeza del bloque comunista-. Siendo uno de los pilares fundamentales en la lucha norteamericana por garantizar la seguridad dentro de su esfera de influencia, la firma de un pacto que garantizaba la defensa militar mutua a todos sus miembros ante una posible amenaza proveniente del este: nacía así, en 1949, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En este contexto tuvo lugar, a su vez, otro hecho relevante vinculado a los acontecimientos actuales, como fue el traspaso de Crimea de manos de Rusia a Ucrania en 1954. El hecho no tuvo mayor trascendencia en su momento debido a que ambos países integraban la URSS, pero con la desintegración de la misma, tras la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, la posesión de esta península cobraría un inusitado valor estratégico para los rusos.

Como resultado del proceso anterior, Ucrania obtuvo su independencia en 1991 e inicialmente las relaciones con su gigante vecino y heredero principal de la ex URSS, Rusia, fueron cordiales, lo cual se tradujo en el Tratado de Amistad, Cooperación y Asociación entre ambos Estados, firmado en Kiev, capital de Ucrania, en mayo de 1997, en el cual las partes se comprometían a respetar la integridad territorial, solucionar pacíficamente las controversias y evitar el uso y amenaza de uso de la fuerza. Como suele suceder en el mundo de la diplomacia, con el correr de los años este tratado quedó en letra muerta, a juzgar por los acontecimientos recientes.

Llegamos así al año clave: 2014. El triunfo electoral de Petro Poroshenko en Ucrania implicó un cambio de orientación en la política exterior del país, que buscó alejarse de la órbita rusa, lo cual se manifestó en ostensibles manifestaciones -y acciones- pro OTAN y Unión Europea[1]. Esto generó protestas en regiones con mayoría de población pro-rusa, como Crimea. El mandatario saliente, Yanukovich, solicitó la intervención de Rusia, la cual no tardó en llegar: respondiendo a estas demandas Putin envió tropas y anexó nuevamente la península a Rusia tras 60 años, lo cual le permitió garantizarse el dominio de un punto estratégico sobre el Mar Negro y el control de la base naval de Sebastopol, que debía hasta entonces alquilar a Ucrania. Un referéndum realizado entre la población de Crimea avaló lo actuado, a lo que se opuso una resolución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con la adhesión de más de 100 países que se pronunciaron en favor de la integridad territorial de Ucrania, demostrando una vez más la futilidad de los organismos internacionales a la hora de tener injerencia real en el devenir de los acontecimientos mundiales, ya que Crimea nunca fue devuelta. 

En paralelo a esta situación (abril de 2014), estalló la crisis en la región ucraniana de Donbass, limítrofe con Rusia, autoproclamándose independientes las Repúblicas pro-rusas de Donetsk y Lugansk, que a la fecha no contaban con reconocimiento por parte de ningún Estado plenamente reconocido del mundo, hasta que Vladimir Putin se los otorgó oficialmente en estos días, respaldado con el envío de la ofensiva militar que estamos presenciando. 

¿Qué hay detrás de esta decisión? Rusia argumenta la necesidad de desmilitarizar Ucrania para que no ataque a esas repúblicas pro-rusas del este del país, a modo de guerra preventiva. Sin embargo, hay otros motivos e intereses de fondo: por un lado, se trata de un claro llamado de atención a la OTAN para que no continúe su expansión hacia su zona de influencia como lo viene haciendo desde hace algunos años, primero con la incorporación, en 1999, de países que fueron “satélites” soviéticos durante la Guerra Fría–Polonia, Bulgaria y Rumania, entre los más cercanos a Ucrania-, y luego (2004) aceptando como miembros a ex repúblicas de la URSS como Estonia, Letonia y Lituania.

Rusia se ve progresivamente cercada por los Estados Unidos y sus aliados (sólo basta ver un mapa para constatar esta realidad, con Turquía y los países bálticos a las puertas de su territorio) y esto, por razones políticas, militares e históricas, la asusta y por eso reacciona. Ucrania es el límite, que caiga en manos del “enemigo” no sólo sería humillante sino sumamente peligroso para la seguridad nacional, dado su potencial y cercanía, aun cuando esto signifique desconocer la voluntad de la mayoría del pueblo ucraniano o, al menos, de sus dirigentes; y la única manera de evitarlo es por la fuerza, invadiendo y colocando un gobierno leal a Moscú, que retrotraiga la política exterior del país a antes de 2014. Por otra parte, existen también razones más tangibles que explican esta ofensiva militar: reafirmar la posesión de Crimea y acaso lograr un proceso similar (independencia para luego solicitar la anexión a Rusia) con las repúblicas de Donestk y Lugansk, regiones económicamente importantes, especialmente la primera, en materia minera e industrial.

Ante esto, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski ha afirmado que su país se defenderá hasta el final, armando a sus ciudadanos y obligándolos a incorporarse a la lucha contra el invasor. Esto presupone una guerra de guerrillas que, de prolongarse en el tiempo, podría traer más de un dolor de cabeza a la administración Putin. Pero más allá de la incierta duración del conflicto armado, no es probable que este se extienda en términos geográficos: los rusos no son ingenuos, no provocarían a la OTAN de forma directa invadiendo el territorio de alguno de sus países miembros -lo cual sí derivaría en una guerra, si no mundial, en todo el hemisferio norte-. Ni esta ni la ONU, parecen dispuestas a intervenir en el conflicto más que a través de medidas y sanciones económicas, financieras, tecnológicas y de abastecimiento a Ucrania (ya Estados Unidos y Alemania afirmaron que no enviarían tropas a la zona). 

Así las cosas, dependerá de la eficacia de la maquinaria de guerra rusa que sea ésta una guerra relámpago o que se prolongue en el tiempo, pero no hay argumentos, por el momento, para sostener que pueda ser éste el inicio de una inminente Tercera Guerra Mundial, como algunos sectores de la prensa amarillista vaticinan. ¿Pretende Rusia incorporar a Ucrania a su territorio y comenzar así a reeditar geográficamente los límites de la ex Unión Soviética? Está claro que no, llegar a tal extremo resulta del todo imposible, y es probable que sus apetencias se vean satisfechas con Crimea y el Donbass. Pero está claro, que esta jugada tendrá sus consecuencias intangibles: tensionará de aquí en adelante las relaciones entre Rusia y sus aliados (China, entre ellos) para con Europa Occidental, Japón y Estados Unidos, configurándose cada vez más claramente los dos grandes bloques que dividen hoy geopolíticamente al mundo. Y los resultados de ello, en el largo plazo, como siempre sucede en el cambiante mundo de la diplomacia y las relaciones internacionales y la historia nos ha enseñado, son del todo insospechados.

*Licenciado  en Relaciones Internacionales y Doctor en Historia. Investigador miembro de la Planta Estable del Centro de Estudios Interdisciplinarios en Problemáticas Internacionales y Locales (CEIPIL-UNICEN). Docente en las Facultades de Derecho y Ciencias Humanas, UNICEN

[1]Si bien Ucrania comenzó su proceso de adhesión a la OTAN en 2008, recién a mediados de 2017 se aprobó una ley que explícitamente la considera una prioridad de política exterior; al año siguiente la organización lo reconoció como país aspirante. Esto se plasmó en la reforma constitucional de 2018, cuyo preámbulo destaca “la identidad europea del pueblo ucraniano y la irreversibilidad del curso europeo y euroatlántico de Ucrania”.