Desde que asumió la presidencia en enero de 2019, Bolsonaro muestra dificultades en mantener la estabilidad de su base de apoyo conformada por la agenda ultra-liberal del ministro de economía Paulo Guedes, el grupo parlamentario conservador Biblia, Bala y Buey que tiene al ex Juez Sergio Moro como ícono, y el ala militar.

La inestabilidad permanente ha debilitado a dos de las tres patas de sustentación del gobierno. El Ministro Paulo Guedes ensaya una posible retirada por su insatisfacción con el poco comprometimiento que Bolsonaro ha demostrado respecto de su agenda de privatizaciones y a ciertas reformas, como la tributaria y de la administración pública.

A su vez, la agenda de seguridad encabezada por Moro, ha sufrido derrotas que se explican, en gran parte, por el tibio apoyo del gobierno en la negociación con el poderoso Presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia.

El desprecio que el gobierno demuestra respecto al necesario proceso de articulación política entre el ejecutivo y el parlamento para la aprobación de su agenda, ha dificultado la relación entre los dos poderes. Para empeorar, dichos de Guedes llamando a los funcionarios públicos de parásitos, y del Ministro Heleno de Seguridad Institucional, acusando a los parlamentarios de chantajear al poder ejecutivo, han amargado todavía más la relación entre los poderes.

La estrategia para mantenerse en pie parece haber sido el ensanchamiento del sector militar, con derecho, inclusive, a la ironía de colocar un ministro militar como jefe de gabinete. En Brasil, dicho puesto, con jerarquía de ministerio, se denomina ¡Casa Civil!

Según un reportaje del diario Folha de Sao Paulo, el gobierno cuenta con alrededor de 2500 militares en cargos de jefatura o en asesorías – antes ocupados por civiles – y hoy en día ocupan casi la mitad de los ministerios (9 de 22).

Sin embargo, sabemos que el equilibrio de un trípode requiere que sus tres pilares de sustentación tengan la misma altura para que carguen con el mismo peso. Cualquier alteración afecta el punto de equilibrio y, como más allá de la física hablamos de política, en la cual el contexto no es controlable, los desequilibrios provocan consecuencias no previstas.

Recordemos que la base electoral inicial de Bolsonaro, fueron los sectores militares del bajo escalafón. Su discurso se ha dirigido siempre al empoderamiento de la policía militar y, ahora, como Presidente, una de sus controversiales banderas es la aprobación de un mecanismo que establece la posibilidad de que un agente de seguridad, en situaciones de “garantía de la ley y el orden”, pueda incurrir en excesos del uso de la fuerza sin que ello implique en alguna punición (excluyente de ilicitud). Deja de ser caratulado como delito y entra en el mérito de la legítima defensa.

Recordemos también que Bolsonaro fue expulsado del Ejercito por actos de indisciplina contra el propio ejército. De hecho, así comenzó su carrera política.

Recordemos por último la cercana relación de los Bolsonaro con las llamadas milicias. Más de una vez la familia presidencial se vio relacionada con representantes de estos grupos paramilitares.

Durante la investigación sobre el asesinato de Marielle Franco y su chófer, se supo que el ex policía Ronnie Lessa, el principal sospechoso ya encarcelado por el asesinato, vivía en el mismo condominio de lujo que los Bolsonaro. Además, se difundió una foto del mandatario junto a Élcio Queiroz, el otro sospechoso de matar a la concejal.

Adriano Nóbrega, ex militar y miembro de la Oficina del Crimen, un grupo de exterminio que presta servicios a paramilitares, asesinado en febrero de este año en Bahía, fue homenajeado por Flávio Bolsonaro cuando estaba preso por homicidio en 2004. Además, dos parientes del ex militar muerto trabajaron en el gabinete del entonces diputado estatal hasta el segundo semestre de 2018.

En paralelo, el miércoles pasado el senador Cid Gomes fue baleado cuando trataba de avanzar contra policías amotinados en el estado de Ceará. En varios estados la inconformidad de los sectores militares con sus sueldos ha generado una grave crisis de seguridad. El agravante de esta situación, sin embargo, no es solamente la falta de policías en la calle, sino más bien a que estos efectivos cargan armas y llevan sus rostros cubiertos en los actos de protesta. Más que huelga, parece sublevación.

Esta promiscuidad sumada al empoderamiento militar y a un discurso que incita la mano dura parece estar llevando a una especie de bolsonarización de la política: el rompimiento con la institucionalidad que protege al contrato social y nos acerca al estado de naturaleza hobbesiano, en donde el hombre es el lobo del hombre.

*Politóloga (EPyG, UNSAM / Directora del Observatorio de Economía y Política Brasil-Argentina)