Los bombardeos del pasado viernes se sustentaron en una información que asegura que el régimen de Bashar al-Assad había utilizado armas químicas contra el pueblo sirio, lo cual generó rechazo internacional. De todos modos, la crisis que atraviesa el país no es novedad en el día a día sirio. ¿De qué trata el conflicto?

Lo que se inició en 2010 como parte de la Primavera Árabe –conjunto de movimientos revolucionarios en Medio Oriente- continúa hasta el día de hoy en medio de lo que se ha considerado un conflicto interminable en Siria. Aunque en un inicio las protestas se daban en un marco de reclamo pacífico, frente al asimétrico accionar del gobierno sirio, la población inició un rearme, lo cual llevó la situación a otro tono.

Si bien el inicio de los movimientos civiles giraba en torno a reclamos político-religiosos –como en el resto de los países involucrados en la ola revolucionaria- con el paso del tiempo la intromisión de otros actores generó lo que hoy se conoce como una proxy-war.

Pensar en una proxy-war o una guerra de delegación en Siria significa pensar en una situación de enfrentamientos armados donde los actores no son dos –ciudadanos versus gobierno oficialista- sino que hay una multiplicidad de actores internacionales participantes, lo cual torna aún más inestable y conflictiva la situación.

Cuando se habla de “otros actores participantes” se hace referencia específicamente a dos grupos principales: por un lado, Rusia e Irán apoyando al oficialismo, es decir, al gobierno de Bashar al-Assad; por otro lado, EEUU, Francia, Gran Bretaña e Israel, entre otros, que se postulan en contra del régimen sirio, considerándolo a este como dictatorial.

Su apoyo militar, financiero y político para el gobierno y la oposición ha contribuido directamente a la intensificación y continuación de los enfrentamientos y convertido a Siria en un campo de batalla de una guerra subsidiaria.

Esto no significa que no existan otros actores, como por ejemplo la activa participación de grupos terroristas como el conocido Estado Islámico, el cual se considera que, con su participación en el conflicto, generó “una guerra dentro de otra guerra”, a partir del hecho de que se enfrenta tanto a la oposición, como a las fuerzas militares de Bashar al-Assad, entre otros.

En este sentido, reducir lo que ocurre en Siria a un enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia, o peor aún, entre Donald Trump y Vladimir Putin, no resulta conveniente. Pensar en la crisis que atraviesa al país en la actualidad no debe acotarse a una situación meramente coyuntural, sino al resultado que la proyección de enfrentamientos entre distintos países en Siria genera, donde quien realmente pierde día a día es el pueblo sirio.

En lo que refiere al vínculo Estados Unidos-Rusia, éste encuentra un nuevo punto de tensión luego de los bombardeos norteamericanos. La nueva confrontación es un compromiso más directo, que se refleja en los campos de la información, la economía y las finanzas, la política y el dominio cibernético.

De todos modos, lo que acaba de ocurrir es el escenario menos malo: una serie de ataques estadounidenses y aliados que son en gran parte simbólicos. Tal ataque enviaría la relación ruso-occidental a un nuevo punto bajo y conduciría a aún más recriminaciones, sanciones y contrademandas, pero no pondría en peligro la paz. El resultado, por ahora, está abierto.

Si bien el gobierno de Bashar al-Assad negó en todo momento el uso de armas químicas, versión que fue apoyada por Rusia -aliado clave que hasta el día de hoy lo mantiene en la presidencia siria-, desde donde se aseguró que cuenta con pruebas de que se trata de un montaje.

En este sentido, Siria insistió en que destruyó su arsenal químico, como se había comprometido tras un ataque en 2013 con gas sarín. La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), sin embargo, le ha atribuido cuatro ofensivas de este tipo desde entonces.

Dejando a un lado lo que pueda ocurrir en el escenario internacional, donde en el último tiempo se observan patrones comunes que giran en torno a la falta de cooperación internacional y a la escalada de tensiones entre distintos países, el pueblo sirio sigue siendo víctima de una guerra que lejos ha quedado de los reclamos iniciales en contra del régimen de Bashar al-Assad.

En lo que refiere a sus consecuencias, el enviado especial de la ONU para el conflicto de Siria, Staffan de Mistura, dijo en abril de 2016 que se estimaba que la cifra de muertos estaba en torno a los 400.000, lo cual deja en evidencia la magnitud de la guerra en Siria, donde, al día de hoy, no parece asomar una solución posible, principalmente debido a que aquellos que podrían presentar un accionar diplomático en pos de terminar con el conflicto son, paradójicamente, los principales responsables de que el conflicto continúe y se intensifique día tras día.