Un viejo, olvidado y casi inaccesible discurso radiofónico que Perón pronunció el 22 de febrero de 1946, al filo de los cruciales comicios que se llevarían a cabo dos días después, puede servir de espejo para mirar algunos aspectos de la presente realidad política. Recordaré tres puntos.

El primero se refiere a un principio fundante: “El voto es un derecho inalienable del ciudadano y ha de defenderse con la vida si es preciso. No terminaremos con el fraude y las triquiñuelas si cada uno no hace respetar su derecho por todos los medios”. En ese contexto, Perón solía repetir una frase que era todo un programa de reconstrucción cívica: “La era del fraude ha terminado”. Y esa promesa caló hondo en un país que arrastraba -desde las últimas elecciones limpias de 1928-, más de una década y media de “fraude patriótico” y de negociados obscenos. Más allá de que algunos parecidos con la actualidad no son una mera coincidencia, cabría preguntarse: ¿Contra qué prácticas retrógradas y excluyentes puede hoy alzarse un aggiornado proyecto peronista de transformación? ¿Qué dirigencia justicialista es capaz de interpelar en el presente–de manera creíble- a los sectores más dinámicos de la sociedad argentina y proponerles: “La era del caudillismo, del clientelismo, de la corrupción, del patrimonialismo, de la baja calidad educativa, del capitalismo de amigos, del subdesarrollo, del narcotráfico (o lo que se les ocurra) ha terminado”? Que los transformadores de ayer sean quienes hoy conservan celosamente canonjías, retornos y privilegios -que nos atan a una incesante decadencia económica, social o institucional-, es parte del problema que hay que plantear seriamente.

La segunda cuestión desciende al detalle de algunas triquiñuelas: “Hay que evitar caer en las trampas de los votos marcados, de la entrega de libretas, del voto en cadena”; y para más datos, el propio Perón recordaba que “en algunas provincias, como Buenos Aires, no contamos con las garantías necesarias de imparcialidad”, por ello “es imprescindible: vigilar estrictamente los comicios; designar fiscales de repuesto… Es menester que… Se asegure la corrección del comicio y se evite el fraude”. Que el peronismo bonaerense haya sido (y siga siendo) el principal obstáculo para modernizar el sistema de votación -pasando de la anquilosada “Lista sábana” a un modelo de“Boleta única”– me exime de mayores comentarios.

Pero quizá el tercer asunto es el más grave. En un segmento memorable –que tiene idéntica enjundia histórica que la consigna yrigoyenista de “la causa contra el régimen” y el mismo tono conmovedor de la “plegaria laica” que muchos años después entonaría Raúl Alfonsín en el ocaso de la última dictadura- el entonces candidato laborista le decía a los sufridos trabajadores del campo: “Si el patrón de la estancia, como han prometido algunos, le cierra las tranqueras con candado, rompa el candado o la tranquera o corte el alambrado y pasen para cumplir con la Patria.Si el patrón lo lleva a votar, acepte y luego haga su voluntad en el cuarto oscuro”.

La distancia entre ese discurso emancipatorio de ayer y las prácticas reaccionarias de hoy es una de las tantas marcas de nuestra involución como sociedad. El sitio que en el pasado ostentaban los “patrones” de la oligarquía ahora está ocupado por los sultanatos provinciales, la enriquecida gerontocracia sindical, los rancios barones del conurbano o los punteros y mafiosos de toda laya, a los que en los últimos años se le ha sumado esa joven dirigencia camporista que reparte colchones, alimentos o vacunas –comprados con el dinero de todos- pero con pecheras partidarias, o ciertos caporales de los movimientos sociales. Cada uno “en su medida y armoniosamente” retroalimenta la misma rueda perversa: una gestión política del “pobrismo” que a nadie saca de la pobreza y que esconde un profundo desprecio por la vida real de los más pobres.

Entiéndase bien: no estoy cuestionando el asistencialismo como política social (por muchos años los sectores más postergados seguirán requiriendo un sostenido apoyo estatal); lo que estoy cuestionando es que el peronismo actual no parece capaz de articular un proyecto de futuro basado en el ahorro, la inversión, el empleo genuino y la inserción competitiva en el mercado mundial, como fuerza motriz de un nuevo compromiso de autonomía política, desarrollo económico y progreso social. Después de muchos años de una incesante declinación estructural, y de una década y pico de estancamiento inflacionario (todo el segundo gobierno de CFK, todo el gobierno de Macri, y lo que va del actual), la trágica pandemia y su deslucida gestión han agravado todos nuestros problemas heredados.En este marco, ¿alguien puede creer que el urgente e importante debate sobre estas cuestiones medulares puede eludirse derramando “platita” o invocando el “garche”? 

Soy de los que creen que nuestro país necesita construir un consenso post-populista, inter-partidario e inter-sectorial, de matriz republicana y federal, desarrollista y con vocación exportadora, que profesionalice el Estado y que –entre otros complejos desafíos- sea capaz de liberar las fuerzas productivas de nuestra sociedad de las múltiples trabas que las bloquean: de la minería al campo, de la pesca a los servicios tecnológicos. Del kirchnerismo deberá tomar lo bueno, centrado especialmente en las políticas de expansión de derechos, pero abandonando los lastres que lo invalidan: la corrupción, el aislacionismo internacional, una economía desquiciada y el retroceso cultural que ha hecho del que piensa distinto un enemigo jurado. Construir un “país normal”, como decía una propaganda oficial prontamente olvidada, insumirá muchas horas de diálogo democrático y de esfuerzos compartidos entre distintos sectores, alejados de impugnaciones fáciles, de antinomias excluyentes o de grietas intolerantes.

No sé si el peronismo podrá reinventarse en la dirección de superar un ciclo populista totalmente agotado, y constituirse en un actor clave de una nueva etapa. Pero si algunos dirigentes cuentan con la voluntad para hacerlo, me permito sugerirles que revisen el hilo de la historia y comiencen por (re)leer aquel viejo y olvidado discurso de Perón.

*Profesor titular del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y docente de postgrado de la Universidad de San Andrés.