“Hay que pagar la fiesta…”. Esta frase la escuché por primera vez, fuera de los medios de comunicación, a mediados de 2016 en un taller de formación que coordinábamos, en un barrio del sur del conurbano, al que asistían mayormente mujeres jóvenes. El tema del día para trabajar en clase era la situación que cada uno estaba viviendo en sus barrios. La autora de la frase, una madre de tres hijos, hablaba e intentaba encontrar la justificación en aquella “pesada herencia recibida” por el gobierno del PRO, a que algunos de sus vecinos y familiares estaban empezando a perder su trabajo, e incluso su propio salón de belleza que había instalado en los últimos años en una habitación de su casa, entraba cada vez menos gente. También había que digerir de alguna manera que los ingresos de su pareja, y los que ella misma cobraba de las diferentes coberturas sociales por programas de trabajo y AUH, cada mes le alcanzaba para comprar menos en “el chino” del barrio.

Al paso de los años de gobierno de Cambiemos esta situación social no mejoró esperando algún “segundo semestre”, sino que tendió a empeorar para los más postergados, pero también para pequeños comerciantes y asalariados que, salvo excepciones, vieron caer sus ingresos reales, más allá de ajustes trimestrales de los beneficios que paga el Estado, y las paritarias sectoriales que fueron siguiendo el aumento del costo de vida muy desde atrás. La primavera de atraso cambiario del 2017, créditos blandos de ANSES y programas de fomento a consumo, clásicos de los meses de campaña electoral, dieron alguna sensación de holgura que le alcanzó a la alianza de gobierno para llegar a la elección de medio término sin mayores sobresaltos y obtener resultados mejores de los previstos por propios y ajenos.

La movilización de organizaciones sociales y sindicales fue una constante en estos años y el gobierno ha demostrado cierta capacidad para administrar el conflicto, a veces con la mano y la chequera abierta y otras con la represión al conflicto callejero. Solo con la excepción de las protestas masivas y la violenta respuesta de las fuerzas de seguridad en la Plaza del Congreso, frente a la reforma previsional que el Poder Ejecutivo apuró envalentonado luego de la renovación legislativa de diciembre de 2017, podemos decir que no hubo desbordes, ni estallidos. Esta “calma”, seguirá siendo motivo de análisis y sorpresa de los que esperábamos fines de años agitados que nunca llegaron, frente a índices económicos y sociales que perforaban récords por lo negativos. Nuevamente encontraremos la razón en la gestión política del gobierno e intendentes, la presencia de organizaciones sociales que contenían en la profundidad de la necesidad, y todo sobre la base de un colchón social que brindan las políticas públicas heredadas y una clase media que tenía resto para esperar tiempos mejores.

La pregunta que nos queda en el aire, y estará presente en análisis de encuestadores y equipos de campaña que empiezan a entrar en calor en la temporada otoño/invierno, será: ¿Puede ser competitivo, y aspirar a un segundo mandato, un gobierno que llega a las elecciones con 18 meses de caída económica; con pérdida de poder adquisitivo cercana al 20% en términos reales de los ingresos en pesos; con una inflación solo comparable con países muy diferentes a los admirados por el núcleo duro de Cambiemos? No nos apuremos a responder que la pelota está en juego todavía, y el equipo del gobierno tiene jugadores con mucho que perder y no parecen dispuestos a amistosamente darse por derrotados.

El oficialismo tiene la respuesta preparada, Jorge Macri declara: “La gente la está pasando mal, pero nos dicen que para atrás no vuelven”, el ministro Dietrich va más allá, y sin ponerse colorado frente a los micrófonos cuenta que conoció a una persona a la que consideró con una “gran inteligencia emocional” y que le confesó “que antes vivía mucho mejor y tenía más trabajo, pero vivíamos en una ficción…”.

Las Ciencias Sociales en Argentina encuentran dos momentos en la historia reciente donde se produjeron profundas transformaciones y fuertes ajustes, que fueron antecedidos y acompañados por factores disciplinadores: una en la década del noventa, con el recuerdo de la hiperinflación como ablandador social, que con tal de dejar atrás el fantasma inflacionario, aceptó las reformas del gobierno de Menem, y otro periodo se da durante la dictadura donde de más esta decir, que el disciplinador fue la violencia.

Los cerebros de Cambiemos están convencidos que encarnan, finalmente, un cambio cultural que llevará a la Argentina a las reformas necesarias para lograr la modernidad que los “70 años” han impedido. O dicho de otro modo que la gente entendió finalmente que todos deben ceder algo para atravesar la “selva” populista y luego llegar por fin a ese lugar que nos prometen donde se respira Civilización y República como bien ultimo y deseado por todos, cuando nos quitemos como sociedad la mochila del populismo, aunque eso incluya no llegar a fin de mes, olvidarse de estabilidad laboral, jubilarse a una edad lógica y demás mentiras populistas. Entre agosto y noviembre, con escala obligada en el 27 de octubre, podremos comenzar a respondernos esta incógnita.

*Politólogo (UBA). Docente Seguridad Ciudadana y Gestión Políticas Públicas (UBA / UNDAV).

Socio y presidente del consejo de administración de la Editora Patria Grande Cooperativa de Trabajo. Twitter:@ignaciopacho