Desde la aparición de la fórmula Fernández-Fernández, algo cambió. Se habla más de estrategia que de épica. Más de consenso que de contienda. ¿Se desgastó el relato rabioso de la grieta? El paso al costado de CFK para elevar a Alberto Fernández como precandidato a presidente encuentra a un Macri alicaído en busca de sellar acuerdos con el peronismo y a la figura de María Eugenia Vidal como una posible opción para apostar al futuro de Cambiemos.

Tras ganar las elecciones de 2015 y ratificar la legitimidad en las legislativas del 2017, en los búnkers de Cambiemos pensarían: “Hay grieta para 50 años más”. Reforzar la beligerancia como regla. La economía en retroceso, el malhumor social y las discusiones internas hicieron lo suyo y el desgaste llegó antes de lo esperado. El 2019 encuentra a un Macri débil, un radicalismo rebelde cuyo presidente “llama a ampliar las filas” y a un “Plan V” que nunca termina de descartarse del todo.

Mientras la lealtad a Macri se debate contra los desplantes del radicalismo o de la propia Elisa Carrió, desde Casa Rosada hacen sintonía fina para trazar puentes de comunicación con el peronismo no kirchnerista y tantear los movimientos del armado de Alternativa Federal, que a su vez, se ve en la posición de reaccionar frente al nuevo compañero de fórmula de  Cristina Fernández de Kirchner.

En tanto, la llegada de Alberto Fernández –incluido el guiño de invitación a sumar a Sergio Massa- parece terminar de sellar el llamado a un 2019 de la “moderación”. Tal como su evocación a un “contrato social” durante su discurso en la feria del Libro, CFK envía un nuevo gesto  de paz para el microclima político que da de comer a diario a periodistas, funcionarios, gobernadores, intendentes, jueces, sindicalistas y trolls.

Los medios tomaron ese mensaje durante el último fin de semana y lo tradujeron en el síntoma de una sociedad que pide menos intensidad y más resultados. Bajarle la espuma a las plazas militantes y ubicar la atención en el candidato que “criticó al kirchnerismo cuando tenía que criticar” y al que “nadie puede acusar de corrupto”.

Por lo pronto, las posibilidades están abiertas y habrá que dejar que el tiempo tenga la última palabra. Sacar conclusiones antes de tiempo es un riesgo y la política conoce mejor que nadie las consecuencias de desayunarse la cena.