En la configuración del escenario político contemporáneo de nuestro país, hay una forma que no termina de articularse a pesar del esfuerzo de diversos movimientos sociales, líderes políticos, partidos y movimientos. No hay una fuerza política que pueda claramente adjudicarse el rol de oposición política consolidada frente a la alianza gobernante. 

Las últimas elecciones legislativas no hicieron más que confirmar lo que ya se sabía: no hay una posición partidaria con fuerza propia para vencer a Cambiemos en las urnas. Si se pretende que no haya una continuidad de este modelo luego de 2019, no alcanza con esperar a que el progresivo ajuste económico dañe el fuerte apoyo que todavía tiene este gobierno, es necesario construir una propuesta política que pueda presentarse como una alternativa sólida a la administración neoliberal-conservadora que ocupa hoy los mayores espacios de poder político. Es necesario re-crear una oposición.

Quizás sea necesario pensar un poco más, no simplemente sobre la necesidad de una oposición, sino también sobre los objetivos que pueden tener las oposiciones, sobre las fuerzas que las movilizan y las componen. Es decir, quizás no deberíamos dar por supuesto que lo único que debe hacer una oposición política es ser una fuerza capaz de competir exitosamente en elecciones. Hay, por supuesto, otro sentido que una oposición política tiene, que no necesariamente se confunde con el recién nombrado. Se piensa así la oposición como una instancia de control, como un agregado más en los delicados mecanismos republicanos de pesos y contrapesos para que no haya una concentración del poder en manos de la fuerza gobernante. Lo particular de nuestro presente político, es que la Alianza Cambiemos pretende ocupar a través de la figura de Elisa Carrió ese lugar de control que siempre debe ser externo a quien gobierna.

Estas dos concepciones de “oposición política”, como control y como alternativa al gobierno, se presentan muchas veces fusionadas en una sola. Es el caso en el que la oposición política se turna en el lugar del control mientras espera su turno para volver a formar gobierno. Sucede así en los países con fuertes bipartidismos y podríamos decir entonces que más que oponerse, las dos posiciones son complementos indispensables para que se mantenga la misma dinámica de poder y se impida la irrupción de otras fuerzas.

Una tercera forma de entender el rol de la oposición política implica un rol activo para detener o debilitar determinadas acciones de gobierno y no simplemente controlarlas o auditarlas. Esto es lo que algunos denominan “poner palos en la rueda”, pero puede tornarse una acción indispensable, no solamente para enfrentar determinado rumbo de las políticas de gobierno, sino para poner en evidencia la naturaleza conflictiva de la democracia, las contradictorias perspectivas que conviven en el entramado político. Este papel es crucial, ya que muchas veces el partido gobernante –y Cambiemos no es una excepción- busca afianzar la idea de que hay un solo camino posible, con lo que la democracia queda reducida paradójicamente a la aprobación de la única opción viable.

Aún otro objetivo para una oposición es el de crear un nuevo porvenir político, esto es, constituir un nuevo lenguaje, vertebrar diferentes identidades colectivas de formas novedosas, reactualizar y revitalizar los lazos constituyentes con los movimientos sociales y las politicidades que no pueden ser reducidas a la forma partido. Esto implica no simplemente pensar que la oposición política es el signo contrario u opuesto al gobierno, sino que es capaz de desplegar y recorrer diferencias, de hacer diferir el juego político dominante de modo significativo.

Volviendo a la urgencia de nuestra coyuntura, recrear una oposición no debe ser simplemente reunir las voluntades de fuerzas o líderes políticos no incluidos en la alianza Cambiemos. No alcanza con generar una coalición mayoritaria –aunque no es un trabajo menor realizarla- para dar por hecho el éxito de tal oposición. No tenemos que pensar que se trata simplemente de llegar a ganar las elecciones y tomar las riendas del  gobierno de cualquier manera.

Especialmente importante es para el kirchnerismo o su continuación, que jugará un papel preponderante en esa oposición por venir, comprender que no se trata simplemente de “volver”, como si hubiera un paraíso perdido al que retornar y para eso fuera necesario pagar el costo de revalidar formas de acción política que es mejor rechazar. Tan poco promisorio es un futuro en el que Cambiemos siga gobernando, que se cae en el peligro de “volver” a cualquier costo, esto es, sin recrearse, ni pensar en los errores cometidos, ni tejer alianzas de otro tipo que las tradicionales.

Para que esa oposición política por crear pueda efectivamente presentarse como alternativa a la forma de vida que propone la alianza neoliberal-conservadora, deberá afinar el oído para percibir qué es lo que a esa forma de vida se opone en la sensibilidad que se  articula de otros modos en las calles, en los barrios, en los cuerpos, en los territorios. No puede reducirse simplemente a un problema económico, porque eso sería seguir el juego de la despolitización reinante. El kirchnerismo o la fuerza que de alguna manera lo suceda, deberá profundizar ante todo esa deriva plebeya y excéntrica que supo tener en algún momento.

Se trata de oponerse a lo que triunfa, sabiendo identificar de qué modos eso que se impone lo hace también al interior de nuestras prácticas políticas. Para formar una oposición tal, es indispensable oponer a la moral oficial una nueva vitalidad democrática. En este sentido, hay que entender que lo que fuerza a la creación de una oposición debe ser a la vez  una lucha en contra del régimen gobernante y una apertura hacia la constitución de un pueblo que está siempre por advenir.

*Profesor de Filosofía (UBA – UNSAM)