¿Públicos ciudadanos inquietos?
El estado de la democracia argentina
Desde hace algunos años, la idea del estancamiento democrático comenzó a ganar terreno en la opinión pública de las democracias occidentales consolidadas. ¿Qué sucedió en el resto del mundo? Entre 2006 y 2020, según el índice “democracia en consolidación / autocracia” (Democracy Status) confeccionado por Bertelsmann Stiftung, la cantidad de democracias en consolidación pasó de 20 a 17, las democracias defectuosas de 46 a 57 y las autocracias de 53 a 63. Frente a este panorama, la ola democrática no sólo se detuvo, sino que ganó presencia pública la idea de retroceso y regresión democrática. Tampoco faltaron las metáforas necrológicas (“muerte” o “enfermedad” de la democracia o “cómo mueren las democracias”) para caracterizar dicha situación. Dado este contexto: ¿En qué estado se encuentra la democracia argentina? Pregunta en extremo compleja, aun así, los diferentes públicos ciudadanos no cejan en el interrogante y este momento preelectoral es ejemplo vívido.
La complejidad requiere alguna simplificación y la más importante consiste en separar el asunto del estado de la democracia de la cuestión de los resultados democráticos. Mientras la última cuestión lleva la discusión al terreno del nivel de bienestar al que acceden las personas ciudadanas, la primera se ancla en la robustez y consolidación de los activos democráticos. Así, el estado de la democracia apunta a evaluar la calidad de las reglas de participación política, el sistema imparcial y equitativo del financiamiento de la política, el Estado de Derecho, la división de poderes y su sistema cruzado de controles, la rendición de cuentas, la neutralidad del Estado frente a las visiones comprensivas del bien, entre otras dimensiones cruciales. Argentina, entre 2006 y 2020, se ha mantenido -tomando el mismo índice- en la línea fronteriza entre democracia defectuosa y en consolidación, llegando a convertirse en 2018 en una de las pocas democracias de la región latinoamericana en recibir la etiqueta de “en consolidación”. Frente a esta descripción y evaluación relativamente alentadora surge, inevitablemente, un interrogante: ¿Por qué muchos públicos ciudadanos se muestran inquietos y preocupados por un eventual proceso de des-democratización?Un proceso des-democratizador, término popularizado por Charles Tilly en su libro Democracia, representa lo contrario al proceso democratizador. Así, la pregunta encierra dos asuntos: primero, dar cuenta de la existencia de esos públicos; segundo, identificar el mecanismo a través del cual esas inquietudes o preocupaciones se convierten en opinión. Para ambos asuntos se puede ensayar una posible respuesta.
Latinobarómetro informa que en 2018 un 54% de las personas encuestadas creían que la democracia argentina era “una democracia con grandes problemas”. Si bien este dato no dice que ese porcentaje de personas creen que se está produciendo una des-democratización, lo que sí dice es que no se puede excluir del análisis que esas personas carezcan de interés por el estado de la democracia. Sí hay públicos ciudadanos inquietos y preocupados, lo que se necesita es explorar cómo esa inquietud se transforma en una opinión sobre una eventual des-democratización.
La cuestión del estado de la democracia se puede frasear en un tono más épico y romántico: la democracia requiere producir democracia mientras es democracia. Este enunciado hace énfasis en dos cuestiones. Primera, que los gobiernos no sólo gobiernan a los ciudadanos, también implementan políticas y toman decisiones que generan impactos (positivos o negativos) sobre la democracia y su entramado institucional. Segunda, que siempre resulta posible que la democracia deje de producir democracia mientras es todavía democracia. La interacción de ambas cuestiones es útil para explorar cómo la preocupación ciudadana por el estado de la democracia sirve para advertir sobre una potencial situación des-democratizadora. Este mecanismo puede presentarse del siguiente modo: una parte de los públicos ciudadanos descuenta por adelantado los potenciales efectos negativos que ciertas políticas y decisiones gubernamentales podrían tener sobre el futuro estado de la democracia.
La motivación que pueden tener ciertos públicos ciudadanos y que opera detrás del mecanismo de “descuento por adelantado” puede justificarse intersubjetivamente y exponerse del siguiente modo: la experiencia doméstica e internacional sirve como alerta cívica para no caer en la trampa de la falacia del continuum, conocida también como del montón y expuesta por primera vez en s. IV a.C. por Eubulides Milesio. La falacia consiste en asumir que pequeñas diferencias en una serie continua de sucesos resultan irrelevantes. Los públicos ciudadanos que descuentan por adelantado no ponen en duda que cuando quitamos un grano de trigo de un montón lo que queda no sigue siendo un montón, sino que afirman que ese montón ya tiene otra “cualidad”. Y esa cualidad es el meollo de las mediciones del estado de una democracia, es decir, de su calidad. La preocupación de estos públicos no es el quiebre democrático per se, sino el declive continuo del estado de la democracia provocado por políticas y decisiones gubernamentales que tomadas aisladamente no parecen peligrosas tomando en cuenta el estado actual de la democracia. Estos públicos ciudadanos al descontar por adelantado que ciertas políticas y decisiones presentes van a producir un efecto des-democratizador en el futuro están, en definitiva, anticipando lo que en el futuro sólo resulta posible entender en retrospectiva. Estos públicos inquietos razonan en términos precautorios y al hacerlo se ocupan del pacto democrático.
Concluyendo, aunque los públicos ciudadanos que descuentan por adelantado una eventual des-democratización fueran considerados por el resto de la opinión pública como en extremo alarmistas, están, sin embargo, haciendo un trabajo de defensa de la propia democracia. Una tarea o actividad, vale remarcar, de la que ninguna persona demócrata podría quejarse.
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