El 2017 fue un año que transcurrió de menos a más. Se pasó de la recuperación al crecimiento, la inflación se redujo y también se achicó el déficit fiscal. Si bien, es cierto que no se trata de grandes saltos, lo conseguido no es menor. Apenas 3 veces en 30 años se logró mejorar la performance en esas tres variables simultáneamente: la salida de la hiperinflación, la salida de la Convertibilidad y el año pasado.

 La buena noticia es que el 2018 será una continuación del 2017. El crecimiento continuará y el PBI se expandiría 3% en términos reales. El consumo privado estará sujeto a fuerzas contrapuestas y aportaría relativamente poco al crecimiento. El empuje vendría más del lado de las inversiones (sobre todo las privadas, ya que no es un año electoral) y de las exportaciones. El crecimiento de nuestros principales destinos de exportación, las perspectivas de buenos precios y estimaciones favorables para la cosecha fundamentan este optimismo. Aunque, cabe aclarar, que el panorama internacional lejos está de ser robusto, que los precios internacionales se mueven al compás del clima en las zonas productoras (o sea, hay incertidumbre) y que la sequía que actualmente nos afecta puede complicar los saldos exportables.

En materia fiscal, el gobierno continuará con el plan trazado este año. El objetivo es reducir el déficit primario a 3,2% del PBI. O sea, un recorte de casi 1 punto respecto al resultado de este año. Es cierto que la reforma tributaria y el pacto fiscal con las provincias implican un costo para el Estado Nacional. Ahora bien, la transferencia de utilidades del Banco Nación, la reforma previsional y el impuesto especial del Revalúo Impositivo bien podrían compensarlo. Teniendo en cuenta, además, que el gobierno pretende avanzar con una reducción de la presión tributaria, el cumplimiento de la meta descansará en lograr recortar el peso del gasto en el Producto. En este sentido, la recomposición tarifaria es clave para alcanzar el objetivo fiscal.

La desinflación continuará, aunque a paso lento. Los precios minoritas finalizaron el 2017 con un alza de 25%. Los aumentos tarifarios ya anunciados (luz, gas, agua y transporte) complicarán la dinámica futura, a lo que se suma el impacto que pueda tener la próxima ronda de paritarias sobre los precios. Consideramos que la inflación descenderá a poco menos de 19% anual el próximo diciembre, lo cual es el caso típico de “vaso por la mitad”. Si se confirmase este escenario, el gobierno habría logrado encadenar el segundo año consecutivo de desinflación, aunque habrá errado a su meta (15% anual) nuevamente. Es el problema de utilizar un esquema de metas para desinflar una economía con un punto de partida elevado e inmerso en un proceso de ajuste de precios relativos.

El panorama luce favorable, pero está sujeto a riesgos no menores. El principal es la exposición al contexto internacional, tanto por su impacto potencial sobre el crecimiento como por el lado del financiamiento fiscal. Un empeoramiento repentino de las condiciones externas empujaría a un ajuste abrupto, con consecuencias negativas. Ello obliga a aprovechar la relativa tranquilidad actual para redoblar esfuerzos. Cuanto más rápido se avance en la corrección de los desequilibrios macroeconómicos, menores son los riesgos derivados de un cambio de escenario. Claro, que la velocidad de la estabilización no depende de la economía, sino de la política. Y ese es un partido que se juega a otro ritmo.

* Escribe Matías Carugati, Economista titular de M&F Consultora