El colectivo de la Línea 12 estaciona sobre Entre Ríos, a la altura de la calle Chile. Más no puede avanzar. “¡Hasta acá llegamos, fin del recorrido!”, grita el chofer. Enseguida bajan a paso lento unas 20 personas. Alguno pregunta qué es lo que pasa. “Debe ser la marcha de la CGT”. El primer estruendo de la columna de la UOCRA, que llega por Belgrano, les rompe los tímpanos. Son las 12 del mediodía de un miércoles gris y la movilización más importante en muchos años del movimiento obrero empieza a irrumpir a su manera en los alrededores del Congreso, pero también a lo largo y ancho de todo el centro porteño, con epicentro en la 9 de Julio. 

Si algo identifica a la UOCRA en la calle no son ni las multitudes ni los bombos ni el ruido —una marca identitaria de prácticamente todos los gremios— sino el color de sus banderas, amarillo flúo, inspirado en los cascos que utilizan sus afiliados en la construcción. El de Gabriel, particularmente, lleva su nombre impreso en letras negras. Acumula 20 años en el rubro y casi los mismos de militante. A pesar de su antigüedad, dice, en un buen mes de trabajo junta 90 mil pesos. 

Tiene cuatro hijos, dos de ellos varones jóvenes —también son parte del gremio— y la pregunta obvia es cómo se arregla con ese sueldo. “Por algo estamos acá”, le dice a Diagonales.

“Trabajamos solo para comer”

Gabriel está ahora “casi fijo” en distintas obras que realiza Aysa en Avellaneda. Llegó a la marcha con sus compañeros a las 9 de la mañana. El punto de encuentro fue la fundación que tiene el gremio sobre la calle Azopardo. Su delegado, Pablo Romero, secretario adjunto de la seccional Avellaneda, amplía el panorama: 

—El trabajo está repuntando. Tenemos muchas más obras que antes. En algunos casos como Aysa casi el doble, eso es bueno, se ve la mejoría, pero no hay sueldo que alcance. Estamos todo el tiempo atrás de la inflación. El Gobierno tiene que hacer algo, más allá de que no marchamos contra el presidente ni nada, no es contra él, es contra los formadores de precios, como dice la convocatoria, pero la política tiene que arreglarse de alguna forma para que esto pare de una vez—, dice. 

“Trabajamos solo para comer”

La columna que va detrás de él, y que se dispone a rodear el Congreso entrando por Yrigoyen, tiene una de cola de al menos tres cuadras. 

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Entre las 12 del mediodía y al menos las tres, cuatro de la tarde, transitar el centro porteño fue imposible. Las columnas de las organizaciones gremiales y sociales se desplegaron no sólo por las avenidas principales, sino por las arterias y calles adyacentes. El perímetro de la movilización abarcó desde Belgrano y Entre Ríos hasta casi el Obelisco, bloqueando toda posibilidad de escape para el tránsito.

“Trabajamos solo para comer”

Como sucedió ya varias veces en el último tiempo, incluso durante el macrismo, cuando la CGT sale a la calle no lo hace en la forma clásica de un río de gente ordenada, caminando hacia un objetivo preciso. Sus movilizaciones se parecen más a un mar de gente desparramada por todos lados. Son acciones de calle extensivas, en cada esquina sucede algo distinto, en cada extremo de esa masa elástica hay un sindicato diferente, con agremiados llegados de todos los puntos cardenales posibles, principalmente, claro está, del conurbano bonaerense. 

Lo que podría ser una metáfora de la fragmentación del movimiento obrero argentino cobra fuerza en los discursos —y en los silencios— de sus principales dirigentes. Sobre un escenario improvisado —sobre un camión con parlantes— en el Metrobús de la 9 de Julio, habló Pablo Moyano. “Si siguen perjudicando a los argentinos, va a haber cientos de marchas", advirtió. 

"Nosotros somos los que nos matamos para que estos tipos se la lleven para afuera", dijo. La referencia es a “los formadores de precios”, “los empresarios”, a quienes apuntó principalmente la movilización.

“Trabajamos solo para comer”

Héctor Daer, otro de los jefes de la CGT, prefirió hablar más tarde, en conferencia de prensa. Su gremio, Sanidad, tuvo un papel secundario en la calle, lejos de lo que aportaron otros. Hasta último momento, Daer especuló con la idea de no movilizar. “Por supuesto que no quería movilizar. Pero lo hizo para descomprimir, porque todo el mundo quería salir a la calle”, le dijo a Diagonales otro dirigente de peso enfrentado al conductor de la central. 

Mucho más componedor que Moyano, Daer pidió no devaluar. "Es necesario encontrar una salida a favor que no sea la de los sectores de la concentración económica que presionan en favor de un proceso devaluatorio que empobrecerían al pueblo", se conformó. 

“Trabajamos solo para comer”

El documento final de la CGT —que firmaron los propios Daer y Moyano con Carlos Acuña, el tercero del Triunviro— encontró un punto intermedio en el tono de cada uno. 

Uno de los debates que sobrevuela a la CGT es de qué manera recomponer ingresos. “No estoy en contra de la suma fija, pero hay que abrir las paritarias en serio”, dijo a este medio Abel Furlán, flamante secretario general de la UOM. 

“Nosotros tuvimos como docentes una paritaria buena, del 70 por ciento de aumento este año. ¡Y aún así no alcanza!”, graficó por su parte Sonia Alesso, secretaria general de los docentes de CTERA. 

“Trabajamos solo para comer”

Tanto la CTA como las organizaciones sociales -principalmente el Movbimiento Evita- también aportaron sus columnas y dotaron de cuerpo a la movilización, que tuvo tres gremios protagonistas: Camioneros, UOM y UOCRA. 

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Antonio lleva varias décadas como trabajador maderero. Tantas, que en un par de años se jubila. Se considera “un soldado” peronista: no hay marcha que se pierda. Trabaja en una empresa por 90 mil pesos por mes y complementa sus ingresos con su propio taller, en el que hace muebles a medida. Es de San Justo, La Matanza. Su gremio es pequeño. “Cada vez estamos más automatizados y cada vez más precarizados”, explica, parado junto a los suyos —una decena de compañeros, todos varones— sobre la plazoleta del Congreso, todavía vacía. 

“Trabajamos solo para comer”

“La democracia tiene una enorme deuda con los trabajadores —reflexiona, en tono histórico—. Mi único recuerdo de bonanza fue en los primeros años de Néstor y Cristina. Nuestro estado de ánimo era distinto, la gente podía aspirar a comprarse un cochecito, una casa”. 

De frente llega la columna de la UOM, con Furlán a la cabeza, junto a varios delegados, entre ellos Carlos, que aportó “seis micros” llenos de gente. “La marcha no es contra el Gobierno, es contra los empresarios que son formadores de precios”, repite. “No puede ser que trabajemos nomás para comer”.