La historia política argentina se caracterizó, desde los inicios del proceso emancipador, por estar atravesada por un constante enfrentamiento entre dos bandos contrapuestos. Parafraseando a Max Weber, la lucha por el monopolio de la violencia ¿tuvo siempre la misma impronta?, ¿se enfrentaron siempre dos modelos de país diferentes o, en cambio, los bandos en pugna fueron metamorfoseándose a los efectos de conquistar el poder por el poder mismo?

Sin entrar en detalles sobre la política nacional de los últimos 65 años (considero que hasta el golpe de 1955 podía hablarse de una puja por dos modelos de país, con sus diferentes matices según las décadas y los actores predominantes), con las excepciones que significaron la oscura experiencia del último proceso cívico-militar y la esperanza del despertar democrático de 1983-1985 y, quizás, la “primavera” entre 2005 y 2008, la lucha pasó por lo general por la simple y mera conquista del poder por el poder mismo, sin importar el verdadero destino del país y su gente.

Si el siglo XX se caracterizó por la conformación de partidos orgánicos, nacionales y provinciales, algunos de ellos ideológicos y de cuadros, otros, los principales, del tipo “atrapatodo” y con algún tinte movimientista, el presente siglo se caracteriza por la conformación de coaliciones electorales y de gobierno, cuyas bases las constituyen partidos o fuerzas políticas de distinta índole, vertiente ideológica y proyecto de país diferente, pero que confluyen en un denominador común: la toma y conquista del poder.

Y en ese devenir de dos bandos en pugna, el presente siglo nos termina deparando la constitución de dos grandes coaliciones: una gestada desde el propio seno del gobierno y la otra constituyéndose por oposición a la anterior. La primera fue disgregándose hasta perder el poder y la segunda fue fortaleciéndose hasta alcanzar el poder; pero la historia no terminó ahí, por el contrario. Esta última no pudo o supo fortalecerse desde el poder y su gobierno fue una muestra de esa incapacidad, mientras que la primera supo reorganizarse, volviendo a “sumar cabos sueltos” y alcanzando nuevos apoyos, que le permitió recuperar el poder. Con la meta firme de mantenerse el mayor tiempo posible. Pero llegó el COVID-19 y todo se trastocó.

El domingo pasado se llevaron a cabo las PASO, para las llamadas “elecciones intermedias” de carácter legislativo, a los efectos de constituir, o no, un nuevo Congreso. En noviembre, elecciones generales mediante, sabremos si la correlación de fuerzas en el Congreso se mantiene o si hay una nueva conformación, que facilite las políticas del gobierno o, por el contrario, que las trabe y que obligue a una serie de consensos o nos lleve a un empantanamiento que haga peligrar la gobernabilidad. Por ahora, y teniendo en cuenta los resultados del pasado 12 de septiembre, esta última posibilidad parece la más latente, lamentablemente.

Tendremos, sin dudas, dos meses a “toda acción”. Esta semana que acaba de concluir es solo una muestra de lo que puede acontecer hasta el 14 de noviembre. Por un lado, tenemos la coalición gobernante que ha sacado a la luz una feroz interna y que, algo inédito desde que existen las PASO, ha movido el tablero de tal manera que modificó en gran medida el gabinete. Aunque, paradójicamente, el punto más flojo de la gestión durante la pandemia, y que tuvo gran influencia en el votante, no ha sido modificado, al menos, en cuanto a los nombres que están al frente de la política económica. Por el otro, tenemos a la coalición opositora que ha mantenido un enigmático silencio en estos días, quizás expectante a la hora de sumar nuevas y más voluntades en noviembre.

A diferencia de lo que la mayoría sostiene, considero que ambas coaliciones no representan modelos o proyectos de país diferentes, aunque sí tienen algunos matices que pueden llegar a diferenciarlas. Ambas coaliciones podemos ubicarlas en el centro del espectro político, una un poco corrida más a la izquierda y la otra más a la derecha, pero ambas con tendencias internas de centro derecha y centro izquierda. Lo que las distingue es que, a simple vista, en la coalición gobernante pesa más la tendencia de centro izquierda (al menos en lo discursivo podemos definirla de tal manera) y en la coalición opositora, la tendencia más de derecha. Y aquí quiero hacer mención al avance que ha tenido la UCR dentro de la coalición opositora: veo un retroceso del macrismo a nivel nacional, un avance del radicalismo y, a su vez, un posicionamiento de Larreta de cara al 2023.

Por el lado del FDT, la coalición gobernante, en estos días quedaron bien reflejadas las principales tendencias internas: el albertismo, el massismo, el cristinismo. Pero más allá de esto, lo que queda claro es la intención manifiesta de revertir el resultado de las primarias, no solo para impedir un cambio importante en el Congreso (en seis de los ocho distritos que renuevan senadores, JxC se impuso sobre el FDT), sino para mirar con otro semblante el escenario para el 2023.

Finalmente, es de destacar que como tercera coalición, muy lejos de las anteriores, por cierto, pero que vale la pena prestar atención, se ubica el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), con una excelente elección en Jujuy y una muy buena elección en Buenos Aires. En el otro extremo ideológico, podemos mencionar casos locales como el de Milei en CABA o, en menor medida el de Espert en la provincia, pero que deben ser tenidos en cuenta.

*Politólogo y Mgr. en Políticas Sociales –UBA. Twitter: @Ceoscaam