El peronismo parece tener un problema genético con los sectores del campo. Desde su nacimiento en 1946, la relación con el sector agrario estuvo signado por los controles de exportación. En su origen es planteada como un proyecto antioligárquico y antiterrateniente, avalado por acciones políticas concretas a partir de las expropiaciones y el dictado de normas regulatorias respecto de la tenencia de la tierra y de las relaciones laborales, y una amplia campaña propagandística sobre la reforma agraria.

Pasaron más de 50 años y sigue con la misma coherencia, combatir al “campo” pero al mismo tiempo necesitarlo como fuente primaria de abastecimiento. El precio de la soja durante los 12 años de kirchnerismo subió a precios históricos: USD 340 en tiempos de Néstor y USD 640 en tiempos de Cristina Fernández. Alberto Fernández también disfrutó de las mieles de los precios internacionales, la soja llegó a costar USD 608. Quizás por esto, la excepción fue la relación con Grobocopatel.

Al campo ni alfalfa

En esa coherencia genética, cae siempre en el mismo pecado original, identificar al “campo” como un todo homogéneo. Esto tuvo su peor expresión en la Resolución 125 que en el año 2008 generó una enorme crisis política y la división del gobierno. Los cortes de ruta y el Voto no Positivo no hicieron tronar el escarmiento. El peronismo cayó en la misma trampa.

A pesar que los trabajos de los equipos técnicos del INTA, que demuestran la heterogeneidad no sólo de la producción en el campo argentino, sino también de la multiplicidad de realidades socioeconómicas, el gobierno se encarga de hablar y actuar a una homogeneidad, que no es tal, conviven allí grandes terratenientes con sobrevivientes de su trabajo. Tampoco cabe de manera lineal la vieja distinción casi clasista entre la Sociedad Rural Argentina y la Federación Agraria Argentina, también en el interior de cada organización ha penetrado la heterogeneidad.

Así las cosas, los tractores se hicieron ver nuevamente en las calles de la Gran Ciudad, la medida no se llama 125, sino impuesto a la Renta Inesperada, para que “los que ganan más, sean los que más aporten”. No obstante, los pequeños productores, aquellos que no tiene domingos, ni lluvia que lo pare, que una sequía o una tormenta los deja rengo por un año, son tildados de la oligarquía terrateniente.

Se hace necesario aplicar políticas totalmente focalizadas ante cada caso, en un país federal. El campo no es la excepción, el problema es confundir peras con manzanas.