El 2020 se termina y lo laureles finales serán para Alberto Fernández. Después de un año que significó una prueba de fuego para el inicio del Frente de Todos, atravesado por la crisis mundial del COVID19, el jefe de Estado logró poner el broche final de diciembre con una seguidilla de batallas ganadas. Contra todos los pronósticos, Casa Rosada celebra fin de año en paz.

La histórica aprobación del aborto legal ocurrida en las últimas horas, se suma ahora a un escenario donde se logró concretar la llegada las discutidas vacunas contra el coronavirus, la puesta en marcha de su plan nacional de inoculación. A su vez, sobre el último respiro, el oficialismo logró victorias parlamentarias cruciales, como lo fue la reforma jubilatoria o el proyecto de aporte solidario, entre otros.

La tarea no fue fácil, si se tiene en cuenta que la mayoría de estos puntos mencionados fueron puestos en serias dificultades por múltiples razones. El desgaste del humor social, la presión de una crisis económica y laboral sin precedentes y el permanente ataque de la oposición, hicieron de diciembre un mes tormentoso para el Frente de Todos y para Fernández en particular. En apenas pocas semanas, acaso, pudo tambalear la solidez de gestión de todo un año.

Lo que se preveía en diciembre del año pasado como un año de reconstrucción luego de la gestión de Cambiemos, luego se vio alterado de manera rotunda e inesperada ante la llegada del COVID19 en pleno inicio del 2020. Todavía no lo sabía, pero a Fernández le esperaban unos nueve meses de decisiones drásticas, acuerdos con la oposición y contención urgente de una crisis económica y social pocas veces vista.

Allí apareció marzo con el mentado Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. Y, detrás de este, la batería de medidas económicas, sanitarias y sociales que conllevaría. IFE, ATP, suspensión de actividades presenciales, prioridad de trabajos esenciales, asistencia en cientos de barrios vulnerables. Junto a ello, la reconstrucción casi total de un sistema de salud estancado luego del deterioro en tiempo de Mauricio Macri. Respiradores, camas de terapia intensiva, unidades modulares, refuerzo de personal. Política a contrarreloj.

En esa misma  línea, el país entero comenzó a contabilizar las muertes. Primero semanales, luego diarias, con el epicentro de mayor tensión en el AMBA. Como suele ocurrir en temporada de crisis, la provincia de Buenos Aires se convirtió en el termómetro del país y gobernar Argentina, durante buena parte del año, fue sinónimo de controlar Buenos Aires. Esto se reflejó en la presencia de Alberto Fernández en el conurbano y su intervención en la protesta de la Policía Bonaerense que requirió intervención nacional, y se resolvió con la mentada quita de un punto de coparticipación a CABA para ceder a Provincia. Una “solución” que sumaría un nuevo dolor de cabeza y el divorcio con de la unidad con Rodríguez Larreta.

Al ritmo de la aumento de casos, el invierno encontró a Fernández con la tarea pendiente aún de reestructurar la monumental deuda externa heredada de la gestión Cambiemos, con un país en recesión y una coyuntura regional y mundial en similares o, en algunos casos, peores condiciones. Casa Rosada, con Martín Guzmán como protagonista, puso piloto automático y no bajó los brazos.

Entre parches para manejar la pandemia, la demanda de medidas fuertes se materializó en propuestas controversiales como la mentada expropiación de Vicentin, acaso la primera fractura del consenso político desarrollado para combatir el virus en “unidad”. Allí se sumó el primer boceto del “impuesto a las grandes fortunas” que también traería dividiría aguas, y la destape judicial por la causa contra Mauricio Macri por la polémica de espionaje ilegal. Tras una primera mitad del año de diplomacia, un buen día, volvió la grieta.

La creciente presión de la oposición política, de los medios de comunicación afines, y de buena parte de la sociedad, obligó a Fernández a adoptar un fuerte cambio de perfil, del “presidente de la moderación” que llegó al poder en diciembre del 2019, a un endurecimiento de sus posiciones para marcar autoridad ante la coyuntura. Los discursos del mandatario dejaron de tener el tono dialoguista y sereno, para empezar a subir el volumen ante una sociedad que demandaba decisiones claras y liderazgo claro.

La batalla que Fernández daba en la plana de Casa Rosada continuó su curso en el ámbito legislativo, a fuerza de rosca y zoom. El oficialismo debió enfrentar las cuestionamientos sobre las facciones “albertistas” y “kirchneristas” en sus filas, y la sombra de Cristina Fernández de Kirchner, como blanco perfecto de la opinión pública opositora. En simultáneo, se agitaban fantasmas de crisis social, inseguridad, las polémicas tomas de tierra (caso Guernica) y el rostro de Facundo Castro en todos los medios. El Gobierno optó por la defensiva: pragmatismo y “siga, siga”.

A pesar de los embates, Casa Rosada se atrincheró en sus decisiones. Tras fuertes dilataciones para su tratamiento, el “aporte solidario” tuvo éxito. Los contagios de COVID19 encontraron su punto de aplanamiento y el ASPO se convirtió en DISPO. Volvieron las actividades laborales, apareció un horizonte para la crisis del turismo y el humor social recibió u paño de agua fría. Tierra adentro de la Provincia, Axel Kicillof selló la paz con un Presupuesto 2021 aprobado. 

Quedaban pendientes, en tanto, banderas de campaña aun vigentes, como el caso de la legalización del aborto. Lo mismo ocurrió con el proyecto de reforma jubilatoria, que establece volver a la fórmula de cálculo previsional que regía durante el kirchnerismo. Anoche, dos días antes de año nuevo, tuvieron su corolario.

Contra los pronósticos de un diciembre caótico, el Frente de Todos ganó batallas decisivas sobre la hora. Este 31 a la medianoche, Fernández podrá brindar con el alivio inmediato de terminar el año con “la casa en orden”. Le quedan por delante tres años más de gestión. Casi nada.