El 2022 parece haber iniciado con viento en contra para el presidente Alberto Fernández. A mitad de camino desde el inicio de su mandato, el Presidente atraviesa el peor momento de su imagen pública, entre una situación económica que no da tregua, el creciente malhumor social y las ya inconciliables diferencias internas dentro del propio Gobierno. En búsqueda de mejorar su imagen de manera drástica, el jefe de Estado apuesta a maniobras arriesgadas que lo ubican entre la necesidad de épica propia y una caída aún más fuerte en el descrédito social.

De atajar penales en la playa mientras los incendios azotaban el interior del país, hasta mostrarse jugando en una pileta el mismo día que se lanzaron los números de inflación, Fernández denota desde hace rato un intento por recuperar una simpatía y aprobación social que, desde la pandemia a esta parte, decayó al ritmo del deterioro de los bolsillos.

En ese marco, el derrotero de esta semana llegó con la mentada “declaración de guerra a la inflación”, un gesto de discurso que, lejos de inspirar expectativa y esperanza, desató una ola de burlas y chistes en tono de "cringe" en las redes sociales.  

El escenario no puede ser más delicado: Fernández debe defender un acuerdo con el FMI que puso en contra al sector más denso de su propio bando político, al mismo tiempo que necesita encontrar una respuesta a inmediato y mediano plazo contra la suba de precios que, acorde a los recientes balances del INDEC, podría ubicarse en breve en los peores números de la era Cambiemos.

La situación parecía impensada hasta hace un año y medio. La figura presidencial todavía gozaba de una relativa buena salud, con la lucha contra el COVID19 como bandera propia y el paréntesis que había generado la parálisis productiva por la pandemia. Un período de tregua con el país donde, al menos por ese entonces, las culpas podían depositarse en el coronavirus y la “pesada herencia” macrista. No obstante, con un 2020 ya lejísimos en el imaginario social, el presente vino a buscar a Fernández con el peso del FMI, un creciente hartazgo social y las internas del FdT en ebullición.

La situación de Fernández de cara a la esfera y política social, evoca al inicio del lapso más crítico del mandato de su antecesor, Mauricio Macri, quien también se vio devorado por el fracaso de sus proyecciones económicas, el paulatino descontento de su electorado y una falta de liderazgo que le valió una irremontable pérdida de autoridad frente a sus aliados políticos. La diferencia es que Macri encontró su derrotero en 2019, la recta final de su mandato, mientras que Fernández se ubica recién a mitad de camino.

Mientras tanto, puertas adentro del oficialismo, la grieta entre el sector leal al Presidente y el kirchernismo duro ya parece casi oficializada, en especial tras la reciente declaración de Gabriela Cerruti, quien dio por descartada la “amistad” interna para llevar adelante el Gobierno. Una pulseada difícil para Casa Rosada, si se tiene en cuenta que el cristinismo parece cada vez más decidido a abroquelarse sobre sí mismo, frente a un “albertismo” que –intencionalmente o no- nunca termina de nacer y dar la pelea.

En ese contexto, en ausencia de un épica propia que le ayude a levantar vuelo en la crisis, Alberto Fernández parecería estar obligado a militarse a sí mismo, a fuerza de actos públicos, agenda de gestión y declaraciones subidas de tono que, por el momento, generan más memes que elogios.