En un contexto de plena crisis por la pandemia y donde el clima político y social demanda definiciones claras, Alberto Fernández reafirmó su sociedad con Cristina Fernández de Kirchner. El caso de Vicentin fue la muestra definitiva de un Fernández que está lejos de tomar distancia de la pata kirchnerista encarnada en la ex presidenta y, de esa manera, despeja las especulaciones construidas alrededor de un presunto “albertismo” en disputa por la conducción.

A seis meses de la llegada de la dupla Fernández-Fernández a la Casa Rosada, fueron múltiples las expectativas que se generaron en toda la esfera política sobre cuál sería el destino de la fórmula presidencial conformada por dos figuras antes enemistadas. La designación de Alberto Fernández como el candidato a presidente generó en su momento varias interpretaciones en todos los bandos políticos. Desde un gesto de paz por parte del kirchnerismo más acérrimo frente a la dispersión del peronismo, hasta una mera maniobra más de CFK por mantener el poder a través de un “títere”, tal como definió la oposición más dura al actual jefe de Estado.

Con el correr de los meses, el Gobierno mantuvo posiciones ambiguas sobre si mostrarse “leal” al cristinismo que capitalizó la aprobación popular (y los votos) durante años o, en cambio, dar el viraje final para sacarse de encima la épica kirchnerista y generar un ciclo nuevo de moderación y acercamiento a los sectores alejados de la “década ganada”.  

Las conformaciones de listas, gabinetes, bloques legislativos y otros cuadros de representación, no terminaban de dejar en claro cuál era síntesis definitiva del Frente de Todos, ni cuál sería el ordenador que conduciría el nuevo proyecto gubernamental: si el espectro vigente del kirchnerismo y La Cámpora, o una eventual renovación albertista.

Atravesada por un silencio casi absoluto Cristina Fernández de Kirchner, la primera mitad del 2020 –coronavirus de por medio- puso a Alberto Fernández en el centro de todas las miradas. Con el desafío de una crisis sanitaria mundial inédita, el Presidente supo mostrar su capacidad de liderazgo y decisión, sin despertar especulaciones sobre posibles condicionamientos de “la Jefa”, elemento que ha sido el arma más utilizada por la prensa opositora.

El escenario incluso devino en expectativas sobre un Alberto Fernández con posibilidad de construir su propia épica y deshacerse de una vez de la pesada herencia K. El perfil dialoguista y pacificador con sectores del macrismo por parte de Fernández, puso el acento aún más en un presunto inicio de una nueva etapa libre de grietas y polarizaciones.

Sin embargo, en un clima donde la política y la opinión pública comienzan a pedir gritos definiciones firmes, Fernández dio su tiro de gracia a las especulaciones y ratificó su costado cristinista a la luz de todos y todas. La expropiación de la empresa Vicentin, además de una contundente medida de gobierno, representó un fuerte gesto simbólico para dejar en claro que el Frente de Todos está lejos de presentar un divorcio con la impronta política del kirchnerismo.

Esto fue un mensaje no solo para los propios, sino también para la vereda de enfrente, cuyo círculo rojo ahora comienza a inquietarse ante la renovación del sello K dentro del oficialismo. A esto debe sumarse la carta jugada por la AFI, ahora en manos de Cristina Caamaño, con el escándalo de espionaje macrista. La irrupción de esta investigación fue un golpe duro y una ofensiva clave hacia Juntos por el Cambio, que ya empezó a reorganizar sus filas para darle pelea al Gobierno en las próximas elecciones.

Espero que la justicia haga lo que tiene que hacer con las denuncias de espionaje. Hoy vamos a designar a una persona en la subsecretaría de Servicios Penitenciarios con capacidad de intervención en esa área”, fueron las palabras que el propio Alberto Fernández dejó esta mañana sobre el curso de la investigación por espionaje ilegal del macrismo.

Entre medio, persisten los grises en figuras como Horacio Rodríguez Larreta, quien inició este año un camino de diálogo y colaboración con el oficialismo, del cual todavía no se sabe con exactitud hacia dónde lo llevará. El carácter desentendido del kirchnerismo que mantuvo el Presidente en los últimos meses fue justamente el comodín necesario para mantener la tregua con determinados sectores de la oposición.

No obstante, en un momento donde la Argentina no parece estar dispuesta a tolerar medias tintas, el Presidente dejó una fuerte definición sobre de qué está hecho su Gobierno. Allí, quedó claro, el apellido Fernández incluye tanto a Alberto como a Cristina.