En Argentina se viene imponiendo una falsa dicotomía sobre el papel de las exportaciones y del mercado interno en el desarrollo económico. Unos argumentan que los ‘modelos’ de crecimiento impulsados por exportaciones requieren salarios bajos y una distribución regresiva del ingreso. Otros, en cambio, plantean que un ‘modelo’ de crecimiento basado únicamente en la expansión del mercado interno estaría limitado por un reducido crecimiento de la productividad y una tendencia al estancamiento por insuficiencia de divisas, el fenómeno más conocido como “restricción externa”. En resumidas cuentas, el crecimiento de la demanda local se traduce en mayores importaciones que no se pueden adquirir en forma sustentable sin que crezcan a su vez las exportaciones.

Entendemos que este debate es artificial. En primer lugar, no está demostrado que el crecimiento de las exportaciones necesariamente deba ir acompañado de menores salarios o una distribución regresiva del ingreso. En los países donde las exportaciones crecen a tasas más elevadas los salarios suelen acompañar la tendencia alcista. En segundo lugar, exceptuando economías muy pequeñas, no es frecuente que el crecimiento se sustente apenas en exportaciones. Quienes plantean esta falsa dicotomía suelen confundir restricción externa con el denominado “crecimiento liderado por exportaciones”. En el primer caso, no estamos hablando de aquello que causa o genera el crecimiento, sino de aquello que eventualmente lo restringe. En la medida en que una economía no enfrenta escasez de divisas, puede crecer en base al mercado interno. Aunque las ventas al exterior sean imprescindibles para sortear el estrangulamiento externo, de esta constatación no se deduce que sean la única fuente de crecimiento en desmedro de los otros componentes de la demanda agregada.

Debe añadirse que aquellas actividades donde las exportaciones argentinas crecen más rápidamente no se distinguen por la informalidad laboral o los salarios bajos. Es el caso, por ejemplo, de la minería y la extracción de hidrocarburos, rubros donde el promedio salarial se encuentra entre los más elevados del país. Tampoco se trata de actividades particularmente sensibles a fluctuaciones del tipo de cambio. La mayoría de estos proyectos depende de empresas líderes en sus respectivas actividades, actores cuya competitividad no radica en las particularidades del mercado de trabajo o en regulaciones ambientales tolerantes. Varios proyectos con destino exportador están en proceso de ejecución y la tendencia parece ir en aumento. No existen motivos para suponer que el crecimiento de las exportaciones y los salarios bajos necesariamente deban coincidir. Debe notarse, no obstante, que una fortaleza exportadora tampoco podrá garantizar el desarrollo económico sostenido de nuestra economía a menos que logremos fortalecer el peso reduciendo la inflación y revertiendo nuestra tendencia a la salida de capitales. 

Las relaciones comerciales de Argentina se están modificando al compás de las transformaciones por las que atraviesa la economía mundial. Asia viene ganando terreno en desmedro de Europa y América Latina. A este ritmo todo indica que en breve China se convertirá en nuestro principal socio comercial superando a Brasil, una economía estancada desde mediados de la década anterior. Esta evolución, por su parte, no estará exenta de tensiones. Por un lado, nuestros niveles de endeudamiento en dólares y la fragilidad monetaria que caracteriza a nuestra economía refuerzan los lazos de dependencia del país con Estados Unidos. El flujo comercial, por otro lado, empuja cada vez más a nuestra economía hacia la región asiática y hacia China en particular. De continuar estas tendencias, los gobiernos argentinos deberán moverse con pragmatismo económico y cautela diplomática.