Aún resonaban los disparos en la plaza de mayo y el sonido de las hélices del helicóptero que llevaría a de la Rúa al peor de los olvidos. Aún ardía el dolor por los asesinatos en aquella plaza, los de Kosteki y Santillán y los más de treinta baleados en las inmediaciones del puente Pueyrredón. Todavía la Argentina seguía sumida en el estallido social que le puso fin a la década neoliberal, cuando el 3 de julio del 2002 el entonces Presidente Eduardo Duhalde anunció que se adelantarían las elecciones del año siguiente. Apenas una semana había transcurrido desde la represión policial conocida como la masacre de Avellaneda, que dejó la certeza de que Duhalde no podría contener el conflicto social y la necesidad de legitimar un nuevo rumbo para el país en las urnas cuanto antes.

Dos décadas atrás, el país estaba en llamas. La crisis producto de la salida de la convertibilidad y los efectos de los años neoliberales seguían pegando sus coletazos, y según los registros del Indec el 2002 marcó una línea pobreza bajo la cual estaban el 57,5% de los argentino, de los cuales el 27,5% estaban en condición de indigencia. En ese contexto, Duhalde  anunció que los comicios que debían realizarse en octubre del 2003 se adelantaban al 30 de marzo de ese mismo año. La medida buscó ser una salida política a la crisis que no cedía, a pesar de que la economía comenzaba a estabilizarse tras la fuertísima devaluación para salir de la convertibilidad. Con el horizonte trazado de que Duhalde no se quedaría en el poder, como se había especulado en esos meses, comenzó la carrera al Sillón de Rivadavia entre un inédito número de postulantes que reflejaba la crisis de representatividad del sistema político para con la sociedad.

Finalmente el barón de Banfield oficializaría su renuncia el 22 de octubre del 2002, aunque anunciando también que se quedaría en el cargo hasta que se realizaran los comicios y surgiera un nuevo primer mandatario. Casi un mes después, con el Decreto 2356/2002, la fecha de las elecciones volvió a correrse hasta el definitivo 27 de abril del 2003, con una eventual segunda vuelta pautada para el 18 de mayo y la asunción del ganador para el 25 de ese mismo mes.

Argentina en loop, a 20 años del triunfo de Néstor Kirchner

CRISIS DEL SISTEMA Y FRAGMENTACIÓN POLÍTICA

Al igual que en la actualidad, todo el sistema político atravesaba entonces una fuerte crisis. La debacle del peronismo tras la experiencia menemista que traicionó todas sus banderas históricas, y la del radicalismo por el estruendoso fracaso del gobierno de la Alianza, generaron un escenario de enorme fragmentación del mapa político, en el que afloraban propuestas y candidatos pero donde ninguno lograba establecerse como la opción ganadora. El Partido Justicialista aparecía como el sucesor casi natural al gobierno, pero las distintas líneas internas confundían el panorama. Mientras, crecían figuras que se desprendían de la Alianza, como López Murphy o Carrió. La incertidumbre sobre qué rumbo adoptaría el país y quién lo encabezaría era casi total. El escenario de fragmentación política al que recurrentemente se refiere CFK y que será objeto esta tarde de otra de sus clases magistrales, era una de las principales marcas del contexto que llevó a Néstor Kirchner a la presidencia hace 20 años.

El radicalismo estaba por el piso, o si se quiere aún volaba en el helicóptero de la Rúa. El 15 de diciembre de 2002 se llevaron a cabo las elecciones internas del partido centenario, que enfrentaron a  Rodolfo Terragno y a Leopoldo Moreau en sus aspiraciones de representar a la UCR en las presidenciales. Moreau, hoy uno de los principales laderos de CFK, ganó esa interna por 0,85% de los votos y terminó conformando la fórmula con el entonces Senador por Misiones, Mario Losada. 

De las escisiones radicales surgieron otras dos candidaturas para el 27 de abril. La primera fue la de Elisa Carrió, que alejada de la UCR fundó la Coalición Cívica – Afirmación para una República Igualitaria (CC-ARI). Su discurso progresista y de centro pretendía recuperar el electorado que en 1999 se había inclinado por la Alianza, con sus principales vértices en la lucha contra la corrupción y la descentralización del país. Pero en aquel momento el ex aliancista que más peso propio mostraba era Ricardo López Murphy, que desde el extremo ideológico opuesto al de Carrió sonaba como el candidato más fuerte para llegar a un ballotage con el peronismo. Su partido se llamó Movimiento Federal Recrear, y en la fórmula llevó como vice al Senador por Salta Ricardo Gómez Diez.

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Tanto por izquierda como por derecha, esos emergentes marcaban la descomposición del sistema político y la pregnancia en la sociedad para los discursos rupturistas. En ese entonces, como hoy, el caldo de cultivo era la prolongada crisis económica, la falta de respuestas y de representatividad del sistema. Lo novedoso del fenómeno libertario y de figuras como Milei, en boca de todos los analistas, puede leerse en clave histórica con sus puntos de contacto con la situación político/social de hace 20 años, donde el descreimiento de la sociedad para con la política sembraba las mismas posibilidades para alternativas que basaran únicamente en su oposición al sistema, incluso a veces proviniendo de sus propias entrañas.

LA INTERNA PERONISTA EN EL CENTRO DE LA DISCUSIÓN

En el presente del peronismo también hay importantes puntos de contacto con su situación de hace dos décadas, aunque también importantes diferencias. La primera y central, es que hoy el fracaso del FdT condena al peronismo a encarar la elección de este año cargando sus promesas incumplidas. Veinte años atrás, si bien aún estaba fresco el complejo final de la década menemista, el responsable del estallido había sido el radicalismo y el PJ tenía todas las de ganar. Pero, así como hoy el macrismo resurge con chances luego de haber estallado el país hace tan solo cuatro años, también en el 2003 Carlos Menem reaparecía como la principal opción electoral tras el colapso radical. 

Otros nombres que se barajaban eran los de los gobernadores Juan Manuel de la Sota (Córdoba), Juan Carlos Romero (Salta), Adolfo Rodríguez Saá (San Luis), Carlos Reutemann (Santa Fe) y Néstor Kirchner (Santa Cruz). El Presidente Duhalde tenía sus fichas puestas en Carlos Reuteman, pero no logró convencerlo de presentarse. Lo mismo le sucedió luego con de la Sota, y así llegó finalmente a apoyar la candidatura de Néstor Kirchner el 15 de enero del 2003. Para ese momento ya habían declinado varios de los posibles candidatos, y Juan Carlos Romero se había sumado a la fórmula con Menem, por lo que el justicialismo tenía tres opciones consolidadas. A la fórmula Menem/Romero se sumaban la de Kirchner/Scioli y la de Adolfo Rodríguez Saá/Melchor Posse, Intendente radical de San Isidro por cinco mandatos consecutivos entre 1983 y 1999 y padre del actual jefe comunal del distrito, Gustavo Posse.

Menem apostaba a ganar esa interna partidaria a partir de la fragmentación en tres listas y quedar como el representante del peronismo para las nacionales. Sin embargo todos los otros sectores del partido consideraban que una interna tan próxima a las generales y con las fricciones que existían resultaba un riesgo muy alto y podía desgastar mucho a quien saliera elegido. Así fue que el 24 de enero del 2003 el partido justicialista decidió suspender la elección interna y habilitar a las tres fórmulas para que se presentaran con los símbolos partidarios, en lo que se conoció como la “ley de neolemas”. Veinte años después, el partido vuelve a estar enfrascado en una especie de revival aggiornado de aquella discusión, en la pugna sobre si presentar distintas candidaturas en unas PASO o sellar políticamente una oferta electoral única.

EL CAMINO A LAS URNAS

Néstor Kirchner gobernaba Santa Cruz desde 1991 y venía olfateando el clima desde antes del estallido del 2001. Viajaba recurrentemente a Buenos Aires para mantener reuniones con distintos sectores en busca de consolidar una armado peronista que se parara en las antípodas de lo que había sido el menemismo. Su agenda en esas visitas a Buenos Aires las manejaba Alberto Fernández. Kirchner empezaba así a construir su base política en los movimientos sociales y piqueteros, con movidas como su apoyo al Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO) y un diálogo constante con dirigentes como Edgardo Depetri o Luís D´Elía.

Sin embargo, su figura era muy poco conocida a nivel nacional y a medida que se acercaban los comicios las encuestas lo daban totalmente afuera de la disputa. Tanto los otros dos candidatos del peronismo como López Murphy aparecían con una intención de voto mucho más alta que la de Kirchner, que había encarado una campaña austera bajo los slogans “Un país en serio” y “primero Argentina”. La jefa de esa campaña era Cristina Fernández de Kirchner.

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Con el apoyo de Duhalde más consolidado y a medida que fue avanzando la campaña, Kirchner fue haciéndose más visible para una población que no lo conocía y su intención de voto comenzó a crecer a partir de su discurso progresista de defensa de los intereses de los trabajadores y las mayorías. El 2 de abril, el Frente para la Victoria realizó un enorme acto de campaña en un estadio Monumental repleto de gente, con una convocatoria que se calculó en 50 mil personas y que sirvió de fuerte espaldarazo para el tramo final de la campaña.

LA ELECCIÓN QUE LO CAMBIARÍA TODO

Aquel domingo de hace 20 años, 19.930.911 argentinos y argentinas emitieron su voto, marcando una participación del 78,22% del padrón, un 7% más de lo que había sido el nivel de participación en las legislativas del 2001. Hubo 196.563 votos en blanco y  345.651 votos nulos, lo cual representó en sumatoria menos del 3% del padrón. La fórmula Menem/Romero cosechó 4.741.202 votos y llegó al 24,45% obteniendo el primer lugar. Segunda quedó la fórmula Kirchner/Scioli con 4.313.131 y el 22,25%. Fuera del ballotage quedaron López Múrphy /Gómez Diez con el 16,37% y 3.173.584 sufragios, Rodríguez Saá/Posse con el 14,11% y Carrió/Gutiérrez con el 14,05%. Mucho más atrás quedó el radicalismo, que con la fórmula Moreau/Losada apenas alcanzó el 2,4%, registrando la peor elección de la historia del partido hasta ese momento.

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Los tres candidatos del peronismo obtuvieron rotundas victorias en sus respectivas provincias: Menen sacó el 81,93% en La Rioja, Rodríguez Saá el 87,39% en San Luis y Kirchner el 79,25% en Santa Cruz. El candidato cuyano se impuso además en Mendoza y San Juan, mientras que Menem pisó fuerte en el centro del país, el litoral y gran parte del norte, con victorias en Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, Chaco, Salta, Tucumán, Misiones, Santiago del Estero, Catamarca y La Pampa. Para Kirchner, por su parte, fue clave la victoria en la provincia de Buenos Aires, donde obtuvo 1.885.226 votos, a lo que se sumaron los triunfos en las provincias del sur, Formosa y Jujuy. El único distrito en el cual no ganó el peronismo fue la CABA, donde salió primero López Murphy con el 28,85% de los sufragios y segunda Carrió con el 22,86%.

Con las cartas echadas, la segunda vuelta sería entre Menem y Kirchner el 18 de mayo, pero las adhesiones al Frente para la Victoria en contra de un posible retorno de Menem a la presidencia empezaron a caer como fichas de dominó. Frente a los pronósticos de una catastrófica derrota, en la que Kirchner rondaría el 70% de los votos, el ex presidente Menem se bajó del ballotage el 14 de mayo, a tan solo cuatro días de la elección, y el parlamento terminó nombrando Presidente a Néstor Kirchner quien asumiría el 25 de ese mismo mes.

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LAS DEUDAS DE AYER HOY

Dos décadas pasaron y la Argentina se mueve en loop. Lo que pareció un despegue en la primer década kirchnerista decantó en un nivel de estancamiento económico y enfrentamiento político y social que llevó a la derecha al poder democráticamente por primera vez en la historia del país. En cuatro años el macrismo dilapidó el desendeudamiento, trajo nuevamente al FMI al país, destrozó el salario y aumentó significativamente el desempleo y la pobreza. La promesa del FdT por revertir esa situación se chocó con mil barreras y la propia incapacidad política de la coalición, generando el peor de los escenarios: un nuevo contexto de hartazgo social y descreimiento en la política, sobre un terreno explosivo de pobreza creciente, salario insuficiente y deuda asfixiante. 

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Como en un retorno trágico al escenario de principios de los 2000, la angustia del presente radica en que, veinte años atrás, se comenzaba a desandar el camino de una recuperación que cargaría de esperanza a la población y le devolvería una dignidad pisoteada por años. Hoy el horizonte aparece más oscuro. Los discursos antipolíticos y violentos dominan la conversación pública, las nuevas tecnologías de la información plantean desafíos que las dirigencias no consiguen internalizar, las generaciones de jóvenes que crecieron en un país trabado descreen de lo colectivo y se inclinan por el individualismo y el condicionamiento de la deuda externa, infinitamente superior al de entonces, promete someter al país por décadas. 

Frente a estos desafíos, se precisa de una dirigencia que esté a la altura. La necesidad de construir un horizonte común vuelve a convertirse en una prioridad de la Argentina fragmentada, empobrecida y endeudada como hace dos décadas. Nadie entre quienes asuman la tarea de representar al pueblo argentino estará exento de esa responsabilidad y de ser juzgado por los resultados que consiga en ese sentido.