Balance (provisorio) 2019
24 meses de un debate intenso y profundo
Termina un año político larguísimo, y no es cliché. No se trata sólo de la enorme cantidad de comicios locales que tuvimos hasta el presidencial. Es que resulta imposible pensar 2019 sin analizar a la vez su predecesor. Hemos vivido un año doble. Cuando el 25 de abril de 2018 se detonó la crisis que el gobierno anterior incubó desde su minuto cero, y fundamentalmente desde que el 9 de mayo posterior Mauricio Macri decidió devolverle al FMI las llaves de Argentina, la política entera entró en modo campaña, que por ello fue caracterizada como la más larga que se recuerde. El macrismo optó por atravesar su recta de salida con un torniquete diseñado con el exclusivo objeto de llegar al día en que el dueño de PRO se convirtió en el único presidente de la historia nacional que, yendo por su reelección, no la consigue. Más de 365 días de gestión sin otro matiz que el electoral: obviamente, todo se tiñó de proselitismo.
Entonces, si 2018 fue el tramo que en que Cambiemos (por incompetencia, corrupción e insensibilidad) abrió una ventana de oportunidad para quien se pusiera a trabajar en su desplazamiento, 2019 sería para el peronismo el período durante el cual se evaluaría su aptitud para aprovechar ese contexto favorable. Ya mientras se derrumbaba el castillo de naipes amarillos se advertía que con eso sólo no alcanzaría, y que los compañeros deberían agregar una oferta capaz de seducir a la montaña de heridos que podían devolverlo al poder.
Como la realidad es cruel, pero usualmente un poco más con el peronismo, luego de probar que podía perder, rectificar, reconciliarse (hacia adentro y también puertas afuera) y regresar, incluso con una comunicación muy mejorada como subproducto de una propuesta superadora y refrescante pese a que no reniega de sus raíces, en esta revisión no pueden faltar los desafíos que ya están acosando al nuevo gobierno, de Alberto Fernández.
Acostumbrado a levantar escombros, esta vez el peronismo tiene la misión de evitar un derrumbe. Aunque la situación está maquillada por un FMI que jugó partidariamente, la memoria histórica de un pueblo acostumbrado a que incendio es otra cosa pesará y mucho a la hora de juzgar a Fernández. Desde todas sus vertientes, aún desde los segmentos más duros del kirchnerismo que siempre denunciaron imposibilidad de acordar con los anillos centrales de la CEOcracia, el movimiento apostó a la institucionalidad. Que Macri llegue y que pierda en las urnas. Eso se cobrará en libros de Historia que un día contarán que, finalmente, los feos, sucios y malos demostraron que no era por ellos que sus antagonistas se iban antes de tiempo.
En lo inmediato, que el macrismo no se haya hecho cargo más que del costo electoral de su desastre le impone una pesadísima cruz al Frente de Todos. El crack recesivo, el hiperinflacionario y el del default quedaron al borde de estallar en simultaneo, como nunca. Existen antecedentes de dos de esos tres yendo de la mano, no de todos juntos. Pero, se insiste, el casi hace la diferencia en este caso. A Alberto le toca, al tiempo que elude gran cantidad de incendios macroeconómicos que lo acechan, calmar el social. Y, por si no fuese suficiente, empezar, al menos, a dibujar el desarrollo que siempre le queda pendiente a su familia, para que un eventual horizonte de inclusión no quede trunco por insustentabilidad, punto de partida de las derrotas de los procesos de bienestar que este país ha conocido.
Con 2019 se termina una década en la que pasamos por todas esas etapas: crecimiento chino con redistribución robusta (2010-2011), estancamiento con empate social (2012-2015), derrota, retroceso brutal y mega-crisis (2015-2019). Completa y al alcance de la mano la paleta de triunfos, límites, caídas y fracasos de la biografía patria, hemos atravesado 12 meses (perdón: 24) de un debate intenso y profundo. El relato dominante apela al facilismo de descalificar la campaña como chata y “alejada de las necesidades de la gente”: falso, pocas veces se debe haber discutido tanto la agenda de Estado (y en profundidad). Que se diga lo contrario es indicio de que los culpables de la tragedia están sintiendo que pueden quedar expuestos.
Como sea, se registra cierto consenso en cuanto al diagnóstico y a la receta. Así, una parte del balance deberá necesariamente quedar abierta, para completarse dentro de algún tiempo. Es que en la suerte del gobierno nacional se jugará si 2019 será recordado como bisagra definitiva o como caratula de, apenas, un nuevo capítulo de nuestros eternos idas y vueltas.