Córdoba y más allá
Existen tantas versiones sobre lo que realmente pasó en la expresión cordobesa de la interna de Cambiemos como personas opinan al respecto. Lo decimos así (expresión cordobesa de la interna de Cambiemos) a propósito. Porque intervienen en el asunto mayor cantidad de factores que los específicos de dicho territorio.
Hay quienes dicen que el presidente Mauricio Macri tiene un acuerdo inconfesable con el gobernador justicialista no-kirchnerista (y ex Socma) Juan Schiaretti. Su triunfo, alegan, no le molestaría porque ha sido un opositor (por así decirle) amable. Además, su continuidad, que al igual que la suya no podría extenderse más allá de 2023, garantiza un soporte robusto para la división peronista, que tiene en Córdoba a sus más entusiastas promotores. Por último, y quizá lo más importante, postergaría al radicalismo, impidiéndole acceder a una gobernación fuerte y, por ende, a una mejor posición para discutirle el mando de la segunda alianza. El cese a la vista de Gringo, que abre incertidumbres sucesorias en el peronismo de La Docta, da tiempo al PRO para desarrollar a alguien que postergue a los correligionarios.
Otros aseguran que el pacto es en realidad entre el sucesor de José Manuel De La Sota y el intendente la capital de la provincia, Ramón Mestre, de la UCR, que a cambio de ser retador testimonial y dinamitar cualquier chance cambiemista quedaría como jefe de la oposición local. El capataz de los diputados nacionales oficialistas, Mario Negri, que mediría mejor según ciertas encuestas, ya es más macrista que radical. Algo hermana a ambas hipótesis: hay un malestar cada vez menos disimulado al interior del llamado partido centenario. Son muchos los que se preguntan por el costo de seguir en rol de reparto en un experimento crecientemente riesgoso, dado el fracaso de gestión de Macri.
Todos coinciden en que, en cualquier caso, la administración de la tensión doméstica entre Negri y Mestre fue pésima. La pregunta es si eso se trató de torpeza, porque las modalidades new age de Jaime Durán Barba no encajan en los moldes tradicionales a los que es afecto el radicalismo; de algo hecho adrede, por el supuesto entendimiento Macri-Schiaretti; o de que, sencillamente, las cosas se le volvieron inmanejables a Olivos.
Una cosa es indiscutible: a la salida de las elecciones de medio término de 2017, en Casa Rosada se sentían listos para avanzar federalmente hasta duplicar (o más) sus gobernaciones actuales. Córdoba figuraba entre las provincias conquistables con tropa propia, y no a través de ajenos amigables. En 2015, el voto cruzado había favorecido al PJ que no contiene al Frente para la Victoria localmente, y definió el balotaje a favor de Macri por una misma y única razón: antikirchnerismo. También ilusionaban capturar Neuquén. La segunda ya no fue; la primera, luce imposible tras la ruptura, y aún sin ella. Ahora recalcularon. Plan B: favorecer a opciones que derroten a Unidad Ciudadana, aunque no pertenezcan a Cambiemos.
Apostar a que una sucesión de tropiezos distritales desgaste a Cristina Fernández a la vez que sobreactúan debilidad para, dada la ausencia de logros, buscar supervivencia vía el temor al retorno del cuco populista. Tiene contraindicaciones: una acumulación de victorias de terceras alternativas podría proyectarse nacionalmente a la emergencia, por fin, tras tantos intentos fallidos, de una diagonal equidistante de lo que se denomina grieta. Si al menos un segmento de la UCR emigrara hacia allí por espanto al futuro CEOcrático, y en el marco de la resiliencia de un peronismo K que para colmo se ha robustecido, el combo podría ser letal para el Presidente.
De fondo, late un interrogante que reclama respuesta desde 2015: ¿Cambiemos ha realmente refundado la política, o sólo procura practicarla de otra manera, camuflarla? Esto a cuento de que, desde una óptica clásica, al dúo Durán Barba-Peña se suicidaría al subestimar rosca territorial y apile de gobernadores e intendentes. Ésta sería, a fin de cuentas, una empresa que se agotaría en el ex alcalde porteño y su núcleo íntimo. De ahí que su dude acerca de la posibilidad de que una hipotética sucesión recayera en María Eugenia Vidal: el sesgo clasista le impediría a ella heredar. Es alguien que sirve para un propósito, pero inaceptable para liderar. Emilio Monzó es otro que puede dar fe de esto.
Podría contestarse a esto que, si se aplaudió la constitución de Cambiemos hace cuatro años como inteligente método para congregar bajo un único paraguas la totalidad del voto no-peronista, resultaría contradictorio despreciar ahora una posible emigración radical a la nueva esperanza blanca, Roberto Lavagna. Se replicaría entonces que en la nueva política lo que cuenta es el contacto comunicacional directo con el votante, y que el armazón de ello puede variar.
En definitiva, quienes descartan que los conflictos internos de la coalición gobernante como síntomas de que algo no andaría bien allí, estiman intactas las probabilidades de que el macrismo repita. A favor de esta tesis, dos argumentos: el jefe de Estado se esmera más siempre en apaciguar los berrinches de Elisa Carrió, otra que minimiza los aparatos y apuesta todo al vínculo inmediato con sus simpatizantes, que los de los boina blanca. Por otro lado, la única presencia que molesta al programa hoy en despliegue es el kirchnerismo: la consolidación del país regresivo depende de su eliminación de la escena. Con lo cual, es razonable que la convivencia con actores intermedios no suene dramática.
Pero cuidado, tal vez no todo sea lo que parece. Si bien es innegable la aptitud PRO para girar a tiempo rumbo a sub-óptimos (como llamar a acompañar al Movimiento Popular Neuquino: haya o no impactado, noticiosamente les sirvió), eso retrocesos indican que registran un debilitamiento. Lo mismo puede decirse de los videos que bajan línea de aguante al ajuste: nadie justifica aquello que se acata sin objeción. Algo huele mal en la Argentina capital-friendly. De otro modo, no se explica que funcionarios hayan viajado de urgencia al FMI a pedir permiso para gastarse lo que presta el organismo en sostener el dólar, lo que se ha convertido en todo el horizonte de Balcarce 50; y para tirar algún peso a la calle.
Comprensible: vencieron en 2015 en el contexto de un kirchnerismo al que (como oficialismo que era entonces) le tocaba excusarse por un epílogo menos rendidor que sus dos episodios iniciales; y en 2017, habiendo incentivado crecimiento y bienestar con dinero público, pecado para su credo que les costó carísimo, pero que en esta ocasión no estaría disponible.
Si de veras piensan que con relato basta, como dijera el general Perón, lo disimulan muy bien.