Las próximas fases de la lucha contra el COVID-19 serán más difíciles aún que la primera. Si una medida de brocha gorda como el aislamiento que aún se transita supuso trastornos monumentales, porque implicó lisa y llanamente dar vuelta 180 grados la vida de la sociedad sin manual de instrucciones, como esa restricción de conocimiento sigue vigente, la sintonía fina será todavía más ardua. Se va haciendo camino al andar, y entonces lo que parecen contramarchas o contradicciones son en realidad la nueva normalidad. Lo que ayer sirvió, quizá hoy ya no. Y todo es, necesariamente, gradual, por etapas: las exigencias y el nivel de conformidad con cada respuesta social, sanitaria, económica, no pueden ni deben ser siempre iguales.

En ese marco, los logros que Alberto Fernández puede exhibir en la comparativa con el resto del mundo que apila cadáveres, habiendo recibido un país en terapia intensiva, se convierten al instante siguiente en un nuevo escollo a saltar. Era necesario que el Presidente le mostrara a la sociedad lo mucho que ha servido encerrarse, para darle sentido al sacrificio. Pero ello puede haber causado algún relajamiento que aflojó la disciplina durante la última semana. Nada dramático, pero urge entender que, aunque las cosas estén yendo bien, un solo contagiado residual es potencial caldo de cultivo para que el cuadro se transforme en un desastre como los que muestran las noticias internacionales. Al mismo tiempo, era esperable que el compromiso con el confinamiento cediese en algún momento. Lo importante será encapsularlo, que sea pasajero.

¿Cómo encontrar un equilibrio comunicacional en el que la gente, al mismo tiempo que recibe una felicitación por los frutos de su esfuerzo, se convenza de la necesidad de insistir en el rumbo y de que los inevitables errores que se cometen en la ignorancia no equivalen a retroceder a cero?

Mientras el famoso aplanamiento de curva conseguido en este mes adentro de casa permite que un eventual traspié pueda corregirse sin que disparen cifras de tragedia, porque el piso está bajo y en estas semanas ha crecido la capacidad hospitalaria, mucho ayuda una dirigencia que, por lo menos, no suma ruido innecesario donde la calma deviene insumo fundamental. En medio de esta verdadera cruzada, Alberto Fernández se ha dado el gusto de lanzar su oferta de canje de deuda, otra vez, del mismo modo que para entrar a la cuarentena, con respaldo que trasciende al Frente de Todos.

No es menor el paso dado: habiéndose triplicado el tiempo inicialmente previsto de combate contra el coronavirus (de 45 a 120 días, no necesariamente del mismo aislamiento que el actual), los auxilios económicos que necesitará proveer el gobierno nacional deberán multiplicarse, y es lógico que se hayan graduado en un escenario que se va modificando a diario. Con el ultimátum a los acreedores, vía plazo de gracia o bien con default, acaban de conseguirse fondos para ello.

Seguramente, alguien dirá que el consenso no garantiza éxito: nada lo hace, pero, en el específico caso de la negociación que lleva adelante Martín Guzmán, es bueno recordar que mucho de la derrota contra los fondos buitre se debió a que Mauricio Macri, entonces promesa y cuya arquitectura partidaria iba en ascenso, prometía pagar aquel juicio entero y cash. A los de Paul Singer, en tal contexto, les convino esperar y colaborar, como lo hicieron, con su consagración presidencial. Hoy el ex alcalde porteño carga con el mayor fracaso de la democracia sobre sus espaldas y parte de quienes integran Cambiemos posaron en la foto con su sucesor.

Cristina Fernández jamás habrá imaginado, cuando propuso a Alberto y la construcción que ello favoreció, que ese edificio sería puesto a prueba por una pandemia como la que estamos viviendo. La generosidad como inteligencia estratégica garpa: le está siendo muy útil al pueblo argentino.