En sincronía con la espera por la mentada “curva” de mayor tensión por la pandemia, Alberto Fernández comienza a transitar en simultáneo su momento más complejo en la esfera económica, social y política. La sumatoria de complicaciones que van desde la pandemia a la recesión, la deuda y una inminente crisis social preparan un terreno de plena incertidumbre para la segunda mitad del 2020.

La negociación de la deuda externa instaló uno de los primeros dolores de cabeza para la administración del Frente de Todos, que ahora ubica a un Martín Guzmán que pelea a capa y espada por encontrar un acuerdo favorable con los acreedores internacionales que permita, al menos, un respiro a las finanzas argentinas de aquí al año próximo.

Mientras el ministro de Economía enfrenta hoy el vencimiento de confidencialidad, se define el último acuerdo de pago de cara al viernes 19, cuando se establecerá la negociación final. Cabe destacar que, hasta el momento, persiste un sector del conjunto de bonistas que mantiene una posición intransigente con los ofrecimientos de la Argentina para reestructurar la deuda.

Mientras tanto, puertas adentro del panorama financiero nacional, hace eco todavía la amenaza de una “rebelión fiscal” impulsada por buena parte del aparato empresarial argentino, que ya manifestó su hartazgo de la “presión del Estado” en sus cuentas. En tanto, las medidas restrictivas y la parálisis productiva surgida como consecuencia de la pandemia, no hicieron más que profundizar el malhumor en determinados sectores que ahora insisten en reactivar la actividad del sector a como dé lugar.

Por otra parte, mientras el oficialismo lidia con los números de la recesión económica –reflejada en la caída de sectores como la industria y la obra pública, así como en la grave crisis del trabajo informal-, en la opinión pública comienza a calentarse el caldo de un fuerte malhumor social. Movimientos sociales ya comenzaron a salir a las calles en reclamo por la preocupante situación de los barrios más postergados, mientras que la clase media también decidió volver a hacer sonar la cacerola en nombre del fastidio “anti-cuarentena”.

Los sectores más concentrados, en tanto, ven con desconfianza la reciente medida de intervención de Vicentin, hecho que la propia oposición de Juntos por el Cambio observa como una puerta de entrada a una nueva polarización social con un posible rédito político a favor. Allí también confluye el mentado “campo”, cuyos grandes productores ya se pronunciaron en contra de la expropiación de la cerealera y no descartan confrontar al Gobierno en una pelea similar a la disputada por “la 125” en 2008. Entre medio, la figura de CFK vuelve a aparecer como el detonador de amores y odios en la sociedad civil.

Como ya se ha dicho, el escenario nacional tiene uno de sus grandes termómetros en el AMBA, hoy convertido en el principal terreno de batalla contra el COVID19. Alberto Fernández debe trabajar codo a codo con Axel Kicillof ya que cualquier desequilibrio en el principal centro poblacional y productivo del país repercute de manera directa en Casa Rosada. En ese escenario juegan su papel legisladores, intendentes y empresarios. La tensión se mantiene alrededor del sistema sanitario bonaerense donde, aun a la espera del pico máximo de contagios, “se teme un posible colapso en apenas un mes”. La cúpula de gestión de Kicillof ya realizó su advertencia al respecto.

Luego de un primer semestre piloteado a fuerza de “unidad nacional”, medidas de emergencia y priorización de “la vida antes que la economía”, Alberto Fernández ahora enfrenta un segundo round donde deberá mostrar más que nunca la vocación de firmeza y liderazgo. Restan seis meses para cumplir su primer año como jefe de Estado y en el horizonte hay nubarrones negros.