Gobernar es tomar posición frente a la distribución del ingreso. El debate con las patronales agrarias debe necesariamente partir desde la frase que pronunció Ricardo Buryaile mientras era ministro de Agroindustria durante el macrismo: "Con Cristina nos habíamos acostumbrado a comer barato." He ahí la definición para diferenciarse: el precio de los alimentos.

La incógnita frente al nuevo lock out agrario pasa por la réplica que tendrá, o no, en la urbanidad, la clave que tumbó la resolución 125. Claro que ahora no se trata del reparto de rentas extraordinarias como entonces, sino de lo poco que queda sano en la tierra arrasada que dejó Mauricio Macri, el presidente más propio que haya tenido el mal llamado campo.

Durante algo más de dos años se probó la receta de la Mesa de Enlace: retenciones cero en casi todos los cultivos, fuerte baja en soja y permiso para liquidar cuando les viniera en gana. En ese lapso tan corto se generó una crisis de deuda récord y los dos años de mayor inflación desde la última hiper (1991). Esos antecedentes, que construyeron la primera y única derrota de un oficialismo que buscaba su reelección, tal vez pesen en la poca predisposición que se advirtió en las entidades para ir a la pelea, salvo CRA, acaso de pedigrí antiperonista hoy más marcado aún que la mismísima Sociedad Rural, y que arrastró al resto cortándose por la suya.

¿Habrá, como en 2008, solidaridad para con uno de los pocos sectores que se llenaron de plata mientras el resto del país quedó al borde de una nueva mega-crisis, cuando lo que se solicita es que ayuden a evitarla justamente porque son de los pocos que quedaron de pie? La sociedad, hasta que se termine de renegociar la deuda que lo condiciona todo, viene demostrando una paciencia ejemplar, con la que una medida de fuerza como ésta desentona.

De hecho, parecen haber tomado nota del agua que corrió bajo el puente y buscan conectar su reclamo con el descontento que pudieran despertar otros gravámenes, como el dispuesto sobre la compra de dólares o la actualización impositiva bonaerense que impulsó Axel Kicillof. El problema es que muchos recuerden que aquellos por quienes saltaron en su momento no retribuyeron, por caso, con los tarifazos, y quieren encarecerles aún más la vida vía alimentos.

Sobre esas diferencias de contexto, y en medio de otra pelea justa (la de las jubilaciones de privilegio judiciales), el gobierno de Alberto Fernández puede inicialmente optar por el papel de víctima de un ataque egoísta. No vendría mal, no obstante, sumar algo en relación a los bancos en base a la investigación sobre fuga ordenada al Banco Central. Una contribución extra en función de tales súper ganancias sería casi imposible de impugnar y liquidaría el argumento sojero de ser los únicos que ponen el hombro.

Estas retenciones, además, fueron establecidas por ley, cuya falta sirvió hace doce años para que se critique constitucionalmente aquella medida (¿todo bien, Corea del Centro?).

De fondo, lo que hay son sujetos que, de cara a un eventual éxito de Alberto con los acreedores de Argentina, cuando debería empezar a dibujarse otro modelo, buscan desesperadamente cualquier expediente que se abra para curarse en salud. El conflicto hasta pareciera tener más empuje desde segmentos ajenos al agro, pero que se saben en idéntica situación de ventaja, que entre los propios productores. Ese apoyo entre grandotes sí se repetirá. Pero cuidado no les salga el tiro por la culata. Como dijo en Twitter @yendoamenos, que esta protesta no termine de exponer dónde está la que a la mayoría le falta.

Una agresión desubicada puede terminar dándole al Presidente la oportunidad para que la sociedad convalide el endurecimiento que, hasta aquí, se viene evitando.