En 2016, pleno auge del macrismo, se olían de lejos los intentos de aquel gobierno por construir un nuevo orden. No se trataba de persecución al kirchnerismo porque sí. Había en marcha un ambicioso proyecto de destrucción de los restos del Estado de bienestar. Aún del disminuido que había quedado hacia 2015 tras doce años de de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, que no alcanzaron para sanar el cuarto de siglo (1976/2001) en que el anterior ciclo neoliberal derritió la mayor parte de la obra de Juan Domingo Perón. Además de CFK, en ese entendimiento, debían caer muchos que, aunque estuviesen circunstancialmente enfrentados a ella, pertenecen al modelo que Mauricio Macri se propuso derribar, esa vez sí definitivamente.

La trama mafiosa que revelan las distintas causas de espionaje que se están acumulando en las últimas semanas permite comprender el método con el que el anterior presidente procedió para semejante programa. Quienes ingenuamente le pedían un acuerdo amplio de gobernabilidad -mediante el cual moderase sus pretensiones a cambio de los votos legislativos que le faltaban-, mientras se obstinaban en entenderse con una mala copia de Sonny Corleone, eran espiados y apretados por él y por la confabulación hedionda que iba de Casa Rosada a Comodoro Py, pasando por varias redacciones de diarios y estudios de radio y TV. Así, la Moncloa soñada terminó en la pesadilla del carpetazo.

Horacio Rodríguez Larreta está encerrado en un laberinto. ¿Qué otra cosa que romper con esta entente delincuencial le queda, después de haberse conocido que él también fue víctima de sus mugres? El problema, dadas sus ambiciones, es que eso partiría el espacio no-peronista, porque el segmento irracional, complicado en estas cuestiones, necesita por ello seguir en competencia, y además sus mandantes no van a renunciar tan sencillamente a su representación política. Es decir, su existencia complica al jefe de Gobierno, que si la deja pasar sin más corre peligro de que se le pierda el respeto por exceso de blandura.

A la misma hora en que la podredumbre que ayudó a devastar el país queda al desnudo, ha caído un pilar de ese esquema de intereses. Con el avance sobre Vicentín, Alberto Fernández ha concretado su jugada más profunda, la que más lo diferencia de sus predecesores, justo cuando ellos se miran con desconfianza entre sí. Y también, todo sea dicho, mientras muchos propios reclamaban alguna demostración de que valió la pena el triunfo del año 2019.

Con una oposición resquebrajada por los escándalos de espionaje (y con discurso gastado –Venezuela-, como lo advirtió el insospechado de populismo Ignacio Fidanza), al Presidente, en adelante, le queda traducir en esta jugada la generosidad que hubo en la construcción del Frente de Todos. Las operaciones sobre presuntos recules en el expediente Vicentín tienen más que ver con presiones por parte de otros jugadores del mercado que deseaban quedarse con la presa y están furiosos porque el Estado se les adelantó, que con los todavía dueños. De cualquier forma, eso, que repercutiría en votos en la Cámara de Diputados, puede doblegarse abriendo el nuevo directorio por fuera del 51% público, que alcanza para conducir el negocio. La fractura del heterogéneo frente agrario unificado en 2008 es la diferencia clave con la 125.

Ello no obstante, la precariedad empresaria para intentar participar del asunto, operando en medios en vez de levantando un teléfono; y el dogmatismo con que siguen juzgando la participación del Estado en economía, certifican que, lamentablemente, del macrismo, que encarnaba a otra facción del capital, sólo los diferencia el grado de brutalidad de sus procedimientos. No van tan lejos, no caen tan bajo, pero padecen de idénticas carencias para vertebrar una mirada estratégica en la cual encajar sus intereses. Roberto Lavagna, acaso la más auténtica figura política de ese espacio, comportándose como mero sindicalista empresario, se esmera en dar razón a quienes aseguran que a lo mucho puede acompañar.

Los distintos puntos recorridos en esta constelación de episodios, en definitiva, se sintetizan en un viejo apotegma: la resistencia de lo viejo a morir, las dificultades de lo nuevo para nacer. Es titánica la tarea que tienen por delante quienes anhelan lo segundo, habiendo –como se observa- tan escaso volumen para empujar, entre quienes se oponen y el chiquitaje. La única salida sigue siendo, como le recomendó Cristina a Alberto en la plaza del regreso, la fidelidad para con la agenda popular. Las fieras en comentario no se contentan con nada, su angurria les impide pensar, el riesgo de privilegiarlos es la decepción de quienes sí saben ser leales.