El atentado contra la vida de CFK, que conmocionó al país el jueves pasado, parece haber dejado más preguntas que respuestas sobre el devenir de la sociedad argentina hacia adelante. La imagen impactante de la pistola Bersa a centímetros de la cara de la mayor líder popular del país del último medio siglo, se repite una y otra vez reavivando la tormentosa pregunta del qué hubiera pasado sí. Pero, más allá de las ucronías posibles, la pregunta más resonante y difícil de responder es cómo seguimos, luego de haber visto en primer plano la postal que ratifica la ruptura de todos los acuerdos y sus lamentables repercusiones.

Resulta difícil creer que la mayoría de la sociedad argentina esté de acuerdo con el intento de magnicidio, así como también con el escenario de escalada de violencia social que se hubiera generado si esa bala salía. Quizás, entonces, el mayor de los riesgos hacia adelante sea que las posiciones democráticas, que ponderan la convivencia y la paz social ante cualquier diferencia, queden subsumidas en lo que la comunicación política denomina la “espiral del silencio”. El concepto le pertenece a Elisabeth Noelle-Neumann, y explica cómo frente a distintas situaciones las personas pueden evitar manifestaciones de sentido que vayan en contra de lo que se percibe como un discurso dominante o mayoritario para no quedar aisladas socialmente.

Que el saldo de lo sucedido sea una reactualización de la teoría de los dos demonios, en la cual toda manifestación pública sobre el adversario político da lo mismo, sea un deseo de muerte o una crítica ideológica o en relación a medidas concretas, es un problema grave para una sociedad en la cual esa discusión parecía resuelta. Por eso, recuperar las bases de la discusión democrática y marcar con claridad nuevos límites es una tarea indispensable, que implica a todo el arco de la política y la comunicación social. Que la democracia no caiga en una espiral de silencio será la victoria más importante, y para ello los esfuerzos deberán provenir de todos los sectores.

LA CONVERSACIÓN DIGITAL SOBRE EL ATENTADO A CFK

Algunos estudios sobre el impacto en las redes sociales del intento de asesinato a la Vicepresidenta marcan la fragilidad del suelo sobre el que estamos parados. Uno de los más interesantes fue el realizado por la agencia de monitoreo de redes Reputación Digital. A través de análisis de Big Data, la agencia determinó que entre las 00:00 hs del 31 de agosto y las 14:30 hs del 2 de septiembre, más de 256.300 usuarios únicos participaron del tema en Twitter, generando un volumen de más de 708.000 tuits. Los usuarios más influyentes fueron medios de comunicación y la emoción predominante fue el par enojo-ira. “El total de visualizaciones alcanzadas por la conversación en torno a la figura de la vicepresidenta Cristina Fernández asciende a más de 1.884 millones de visualizaciones” afirma el estudio.

El dato más contundente que surgió de este informe, y que fue levantado tanto por referentes oficialistas y opositores como José Luis Gioja o el periodista Luis Majul, es que el 62,49% de las conversaciones giraron en torno al descreimiento sobre lo sucedido. “En gran medida, comentarios irónicos que refieren a “circo” y “payasos”. Usuarios plantean que es una maniobra de distracción; refieren a pedidos de justicia en la causa contra CFK, pronunciándose en contra de la mandataria” explica el estudio en relación a esas conversaciones.

Discursos de odio y redes sociales: la democracia en riesgo de una “espiral del silencio”

Lo que resaltó el Diputado oficialista en su cuenta de Twitter al respecto, y lo que olvidó mencionar el periodista de LN+ en su editorial del pasado martes, es que de los 20 usuarios más activos durante ese período en la conversación, 16 resultaron trolls anti K. La cantidad de tuits del usuario más activo fue de 334 mensajes, alrededor de 280 para el segundo y en torno a los 200 para los primeros 5. La generación de un clima específico a través de estas estrategias de comunicación digital no es algo nuevo, y han llevado en una de las democracias más estables del mundo, como la norteamericana, a sucesos como la toma del Capitolio. Pero no deja de ser llamativo el impacto que pueden lograr y el rebote en los medios de comunicación, colaborando con la instalación de un discurso dominante alrededor de un tema, como si fuera la expresión de una mayoría realmente inexistente.

A ese dato hay que sumarle otro igualmente o incluso más relevante. Los medios de comunicación, que resultaron los actores más influyentes en la conversación, fueron predominantemente opositores al Gobierno. Esto no descubre nada, y resulta más bien una nueva descripción del mapa mediático y comunicacional del país, en el cual los medios opositores son la abrumadora mayoría. Pero un repaso por el impacto que tuvieron en la conversación digital en torno al atentado a CFK es una foto interesante para tener a mano a la hora de pensar cómo sigue el debate democrático.

Infobae fue el medio que más alcance tuvo en Twitter, con 108.413.646 visualizaciones de sus posteos. Lo siguieron las cuentas de medios como la CNN con unos 88.2 millones, TN con 82.7 millones, Clarín con 72.9 millones y La Nación con +45 millones. Recién luego de ese pelotón se ubicó C5N, primer medio de la lista que se puede asociar a posiciones afines al oficialismo.

Discursos de odio y redes sociales: la democracia en riesgo de una “espiral del silencio”

De los datos precedentes puede extraerse una conclusión indiscutible. El poder de construcción de sentido, de generación de discursos sociales, está profundamente concentrado en la Argentina en manos de actores político/mediáticos opositores al Gobierno. La concentración y la falta de pluralismo siguen siendo el gran problema.

Otro aporte del estudio de Reputación Digital contribuye a una arista diferente del problema. Los dos tuits con mayor cantidad de likes en la conversación digital sobre el tema fueron dos “video memes”, es decir, publicaciones que relativizaron la gravedad del hecho a partir de la burla. El primero fue un video de una mujer mayor algo confundida luego de un juego de realidad virtual, que toma un arma y comienza a disparar contra una tv. El texto del posteo era “Mi abuela que no come hace 20 días y mañana cobraba la jubilación viendo que declararon feriado nacional”. Cosechó 53.500 likes. El segundo es un video de una chica que, en medio de un grupo de gente, observa que hay un arma empuñada por una de las personas a su lado y se le transforma la cara. El texto banalizaba el atentado: “en exclusiva el momento del #AtentadoACFK”. Fueron 26.700 likes.

Por otro lado, el tuit con más RT resultó el de un joven de 21 que en su perfil se describe como de "derecha anticomunista", que decía "feriado nacional porque "le apuntaron" a Cristina con un arma. Todos los días asesinan trabajadores, chicos y gente honesta. Sólo vale la política, el pueblo nunca importó". Al momento del estudio de Reputación Digital el posteo tenía 19.700 retuits. Hoy ya eran 22.600.

No puede dejar de observarse que la operación permanente de deslegitimación de la política como herramienta de transformación social y para mejorar la vida de la ciudadanía tiene consecuencias como estas. Por supuesto, opera aquí también la falta de respuestas por parte de la política a la sociedad, la no resolución de problemas estructurales y la sensación de crisis permanente en el país que ya lleva al menos unos cuatro años, con una clase dirigente a ña que le cuesta salir de la endogamia.

Otro estudio, en este caso del Conicet, aporta elementos para pensar esta cuestión. El mismo fue llevado adelante por Ezequiel Ipar y se realizó a través de encuestas telefónicas a 3140 personas. A partir de ello, se elaboró un índice de discursos de odio tomando las reacciones a enunciados racistas, xenófobos y sobre minorías sexuales. Los resultados arrojaron que un 26% de los ciudadanos apoyan esos discursos de odio, un 17% se muestra indiferente y un 57% los desaprueba. Pero lo más interesante resultó el desglose por edades: el segmento de millennials (25 a 40 años) fue el más propenso a aceptar esos discursos de odio, con un 31% de aprobación. Lo siguieron los centennials (15 a 24 años) con el 26% y por último los Baby Boomers (56 a 74 años) con 19%.

Una conclusión posible sobre esos resultados es que las generaciones más jóvenes encuentran pocas respuestas en la política y la situación social del país, pocas expectativas en el futuro, y eso las predispone a sentimientos y emociones fácilmente estimulables a través de medios de comunicación concentrados y ejércitos de trolls. La consecuencia es obvia, a río revuelto ganancia de pescador. Los sectores más concentrados de la economía, quienes tienen el poder para generar esos climas, son quienes más aprovechan las crisis sociales para seguir concentrando poder y posiciones de privilegio en la sociedad.

SENTAR UN NUEVO PISO DEMOCRÁTICO

La salida no es sencilla y ni siquiera aparece en el horizonte. Una mínima opinión de una funcionaria oficialista, Victoria Donda, sobre la necesidad de regular de alguna manera esta cuestión, generó las más burdas reacciones de la oposición. Desde Horacio Rodríguez Larreta hasta los medios opositores salieron a criticar una supuesta “ley mordaza” que no existe y nunca estuvo en agenda real del Gobierno, tal como confirmó la vocera Gabriela Cerruti.

La oposición se abroqueló tras la movilización del viernes pasado y el documento que se leyó sobre el escenario, poniendo el foco sobre la mención a los discursos de odio como si fueran un ataque político hacia su sector. El PRO montó un acto dantesco en Diputados, primero trabando la sesión en la que se votaría un repudio unánime hasta lograr que se sacase la palabra “odio” del mismo, luego retirándose de la sesión ni bien comenzada para “no ser víctimas de acusaciones” que en lo concreto nunca llegaron.

Los medios de comunicaciones opositores radicalizaron su agenda, subiéndose a la victimización en la que se paró cierto sector de la oposición, denunciando odio por parte del oficialismo. Sin avalar la teoría de los dos demonios, lo concreto es que esos discursos y editoriales, la recolección de hechos y declaraciones del oficialismo que hacen para legitimar ese lugar en el que se paran, pueden resultar verosímiles para muchas personas opositoras al Gobierno. Y hace tiempo que lo verosímil es mucho más importante que lo verdadero.

Entonces, reina la confusión. El debate público se vuelve un berenjenal de acusaciones cruzadas donde las audiencias y la ciudadanía pueden inclinarse hacia uno u otro lado sin el más mínimo esfuerzo por intentar entender qué pasa en la vereda de enfrente. Y si bien hace casi una década y media que discutimos como sociedad en ese esquema, lo novedoso es el límite al que se llegó el jueves pasado, en el que bordeamos el abismo.

Discursos de odio y redes sociales: la democracia en riesgo de una “espiral del silencio”

Es preciso que toda la sociedad comience a preguntarse cómo se bajan estos niveles de tensión insostenibles, donde los sesgos de confirmación, los efectos burbuja y la concentración mediática y de producción discursiva hacen que cada polo de la grieta tenga todo el alimento que quiera para seguir pensando lo que ya piensa. En esa cancha gana el status quo que quiere que nada cambie. Seguir insistiendo en las mismas recetas confrontativas, sin un esfuerzo intelectual y político por encontrar algo superador, sólo traerá más de lo mismo que llega cada vez más recargado.

La única certeza que deja el atentado contra CFK es que la democracia pende de un hilo, de un segundo o de un milagro. Que la fractura social parece irreconciliable y que cada vez cuesta más tender puentes entre los que piensan distinto. Quebrar esa dinámica para construir una nueva mayoría democrática es urgente. Reconocer en el atentado a CFK un límite a toda convivencia posible, y en la dinámica de un debate social marcado por la imposibilidad de interpelar al otro una raíz, los primeros pasos. Lejos de la tibieza, exigirá toda la valentía e iniciativa políticas posibles.

No se trata, entonces, de un impulso idealista e ingenuo de buscar el diálogo con quienes no quieren dialogar como la única solución. Resulta, más bien, una actitud defensiva como sociedad hacia una barbarie hacia la que podríamos estar caminando sin mucha conciencia de ello. No da todo lo mismo, y eso tiene que estar bien claro. No todos los actores tienen la misma responsabilidad en el estado de las cosas, tal como están. Pero sí existe un mismo desafío, casi a modo de supervivencia: afianzar las posiciones democráticas para que no caigan en una espiral de silencio, aislar de la manera más inteligente posible a los instigadores del odio que sacan rédito de él, cuestionarse permanentemente sobre el cómo interpelamos al diferente, no necesariamente para que acepte nuestra opinión como la verdad, sino para que exista algún punto común sobre el que pueda edificarse un nuevo piso democrático.

Que las minorías ruidosas y odiadoras no tapen y conduzcan a las mayorías democráticas es el enorme desafío de este tiempo. Para ello será fundamental arrojarse a la incomodidad de cuestionar lo propio para entender lo diferente. Sin aceptar que dé todo lo mismo, pero comprendiendo que por este camino en el que vamos podemos terminar dependiendo de un milagro.