Los políticos hablan. Y mucho. La mayoría de las veces resulta difícil encontrar correlaciones entre lo que dicen y lo que hacen. Claro que las generalizaciones son odiosas y no aplican a todos los casos. De acuerdo con las posiciones de cada espacio frente a la contienda, la brecha entre las necesidades concretas y las promesas posibles se regula a partir de la relación con la posibilidad de ganar.

Con un 75% del electorado definido entre las dos opciones con mayores posibilidades de llegar a ser gobierno, puede notarse que a mayor lejanía del acceso al poder, la tendencia a las soluciones más radicalizadas (sea por derecha o por izquierda) suelen ser más comunes.

Al contrario, las dos fuerzas que polarizan la intención de votos de los argentinos, tienden a pararse con moderación, aunque las agendas son distintas.

Frente a un escenario electoral en el que urgen los problemas reales, la estrategia de llenar el silencio con afirmaciones poco probables contrasta con datos que ponen en duda más de una técnica de persuasión.

Hay ciertos temas que son incontrastables. Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA), 51% de los menores de 17 años son pobres. Chicos que no son dichos ni pensados cuando se debaten temas que, si bien pueden ser importantes para el análisis macro, no llenan el plato ni permiten crecer.

La Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios (APYME) y la agrupación Empresarios Nacionales para el Desarrollo Argentino (ENAC) manifiestan el cierre de 50 Pyme por día para lo que va del 2019. Eso impacta en las economías regionales, la industria nacional y el acceso al trabajo que –luego de 13 años- vuelve a incorporar una cifra de dos dígitos para quienes no tienen ocupación.

Respecto de la deuda, en 2020 vencen 22.800 millones dólares que-gane quien gane- se tendrán que afrontar. El modo de hacerlo y la hipoteca sobre el futuro no es una cuestión menor.

La amenaza de no liquidar, hace pensar en cómo se resuelve una tensión que pone en juego unas exportaciones, cuya producción no requiere demasiada mano de obra y no influye sobre la creciente demanda laboral.

Mientras la oposición plantea los temas concretos y argumenta su potencial pericia en que ya lo resolvió una vez, el oficialismo ensaya vías de escape que inserten en el debate temas más abstractos y personalizaciones específicas.

Así, las alusiones a las mafias, la corrupción, la irresponsabilidad de quienes –ahora competidores directos- llevaron a decisiones que solo empeoraron las cosas, confronta con las situaciones concretas de quienes pierden el empleo, buscan y no encuentran, caen de las coberturas sociales o no llegan a fin de mes.

Más preocupados por la táctica persuasiva que por las políticas de estado, ensayan experimentos de big data que no resuelven ni parcialmente la cotidianeidad. Obnubilados con  la creencia de que la sociedad se esclarece a través de mediatizaciones, invierten tiempo y dinero en campañas digitales y pautas que silencian la cobertura de acontecimientos críticos que, aunque no dichos, se encarnan en la propia experiencia de la sociedad.

Los ciudadanos devenidos en usuarios de redes invierten la lógica de la pizarra de anuncios y el megáfono para propalar. La demanda ya no es solo mediatizada por encuestas, comentarios y discusiones entre pares. La interpelación es directa y se sintetiza en dos palabras: Hagan algo.

A contrapelo del marketing, los ciudadanos imponen posicionamientos que el binarismo -caracterizado como grieta- no logra resolver. La ingeniería electoral es eficaz  para convencer desde la situación de la promesa. Pasada esa instancia, lo que prima es la política y la necesidad de debatir. No sobre lo que dicen, sino cómo lo piensan hacer.

*Dra. En Ciencia Política. Directora Instituto de Investigación  en Políticas Públicas y Gobierno (UNRN) – Profesora FSOC- UBA