Desde antes de la toma oficial de la Presidencia pro tempore argentina, inaugurada en un tumultuoso fin de 2017 con un importante acto en el CCK, el G20 formó parte del armado discursivo de política exterior del Gobierno.

 La Presidencia Argentina del G20 se ha utilizado en términos generales como un ejemplo que evidencia cómo “la Argentina volvió al mundo”. Evidentemente, el otorgamiento de la Presidencia del G20 fue un guiño al giro del país (así como un logro de las negociaciones llevadas a cabo por Malcorra y su vice-canciller Foradori). Ejercer este rol es importante para el gobierno ya que uno de sus ejes claves es reestablecer la posición y la imagen de la Argentina en el plano internacional, promoviendo el multilateralismo y el alicaído movimiento globalizador. De hecho, el compromiso -casi identitario- con la globalización se trasluce de las palabras de Marcos Peña, Jefe de Gabinete y una de las personas más cercanas a Macri, quién manifestó que el Gobierno no percibe necesariamente una crisis de la globalización sino que lo que ha sucedido en la actualidad es más bien causa de decisiones equivocadas por parte de líderes internacionales.

Igualmente, pese a su uso discursivo, el G20 no es mera retórica, sino que -por el contrario-, abundantes esfuerzos organizativos y recursos son volcados por el Gobierno y Cancillería para llevar a cabo y estar a la altura en la cargada agenda de reuniones: más de 50 y compuestas por funcionarios de alto nivel. De hecho, durante todo el 2018 una gran cantidad de jefes de estado, ministros, delegaciones diplomáticas de los países miembros, autoridades de la sociedad civil, empresarios, expertos y periodistas visitarán nuestro país – se estima en 20.000 la cantidad de asistentes. Algunos para asistir a la agenda oficial de reuniones del G20, otros de sus reuniones informales, o para participar de sus grupos de afinidad –que consisten en distintos foros para el debate de actores de la sociedad civil global-; y no faltarán también los ya conocidos grupos anti-globalización que vendrán para manifestarse.

Para entender un poco más al G20 es necesario presentar, al menos brevemente, cuál es su lugar dentro del tablero internacional. Pese a ser creado a fines de los años noventa luego de las crisis financieras que experimentaron las economías asiáticas, esta organización internacional informal (ya que no dispone de un cuerpo efectivo de burócratas que lleven a cabo diariamente las tareas de la organización)  ha cobrado preponderancia a partir de la reacción promovida en su seno a la crisis financiera internacional del año 2008.

 Sin lugar a dudas, la erosión lenta pero constante del unipolarismo estadounidense –ya ocurrida en el campo económico/comercial– y de la equiparación gradual del poder agregado relativo de los países desarrollados vis a vis los emergentes (en los que resalta sobre todo China), hace del G20 un espacio más adecuado para poder coordinar medidas de impacto global. De hecho, este mismo escenario ha sido una causa necesaria para su surgimiento, ya que en el 2008, cuando Bush convocó a los líderes del G20 en Washington en medio de la crisis financiera, era evidente que esto era en gran parte debido a que no le era posible solucionar el “problema” unilateralmente. Por ello mismo, desde ese momento el G20 aumentó su status al pasar de ser un foro anual de Ministros de Finanzas y Bancos Centrales a uno de Jefes de Estado.

En momentos en los que tanto actores como expertos internacionales no pueden identificar claramente a un Estado como el ordenador de las relaciones internacionales contemporáneas, eventos tales como el G20 constituyen una muestra de hacia dónde consideran los países con mayor poder y recursos del planeta que debe dirigirse el mundo. Su mayor representatividad global en relación a grupos preexistentes tales como el G7 reside en que este se encuentra compuesto tanto por países desarrollados y emergentes. En conjunto, los países miembros del G20 representan aproximadamente el 85% del Producto Bruto Mundial, casi el 75% de todo el comercio mundial y alrededor de dos tercios de la población mundial.

Progresivamente, el foro ha pasado de tratar exclusivamente cuestiones de índole económica, tales como la reforma del sistema financiero y la coordinación de políticas fiscales, a incluir nuevas agendas (como el desafío de generar crecimiento equitativo, la promoción de la Agenda 2030, asuntos medioambientales e incluso políticas para mitigar y combatir el terrorismo). En concreto, el G20 se ha vuelto una institución a valorar porque es en la actualidad uno de los espacios multilaterales que mayor flexibilidad evidenció para adaptarse a los crecientes desafíos globales.

 Primera edición realizada en un país Sudamericano

En un presente incierto, en el que el mismo estado que orquestó el orden internacional intenta deshacerlo y lo deslegitima constantemente, la edición del G20 bajo la Presidencia Argentina –primera edición realizada en un país Sudamericano- no es un evento para nada menor, sino que muy por el contrario es vital para promover acuerdos necesarios para enfrentar fenómenos y procesos que afectan tanto a países desarrollados y en desarrollo, y que necesitan de reformas a nivel global y local para ser sobrellevados. Nuestro país ya ha tenido la difícil misión de llevar a cabo la Undécima Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio en diciembre pasado. Pese a que el objetivo de promover la creación de consensos no fue fructífero por la postura estadounidense, un hecho ligeramente positivo fue la presencia en la Cumbre del Representante de Comercio de Estados Unidos ante la expectativa de un “boicot” estadounidense a la Ministerial de Buenos Aires.

 En el G20, el gobierno buscará mostrarse como un actor de diálogo que pueda interactuar y conversar con todos los países miembros, intentando conciliar sus intereses (consistiendo en una ventaja su condición de país medio y su política exterior “desideologizada”). En este sentido, una gentileza de Argentina hacia Estados Unidos -del que se necesita cooperación para que no trabe una declaración conjunta- podría ser acaso bajarle un poco el tono a la cuestión ambiental, que fue un asunto de máxima prioridad bajo la anterior Presidencia alemana.

 Más allá de ser un actor conciliador, el gobierno también intenta mediante el G20 promocionar hacia el exterior el paquete de políticas implementadas por la gestión Macri, enfocando la agenda en prioridades casi idénticas a las presentadas a nivel interno. Lo que trasluce a las tres prioridades de la Argentina en el G20, que son el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo y un futuro alimentario sostenible, es una administración que busca enfrentar desafíos globales contemporáneos de forma tal de fortalecer el proceso de globalización, sobre todo entendida en términos socio-económicos. Asimismo, se intentará enfocar estos ejes articulándolos parcialmente con las “preocupaciones e intereses” de los miembros de la región, intentando proyectar a través de la Presidencia del G20 cierto liderazgo regional.

Por último, la realización del G20 en nuestra tierra también provee una oportunidad para estimular la producción de reflexiones y respuestas a los dilemas globales por parte de la sociedad civil –a través de los grupos de afinidad del G20; Business 20; Think 20; Civil 20; Women 20; Youth 20; Science 20; Labour 20-, quien es y será en gran parte la afectada por fenómenos globales tales como la automatización y su impacto en el mundo del trabajo, el proteccionismo y sus implicancias en el bienestar global, entre otros.

*Analista e investigador. Es politólogo por la Universidad de Buenos Aires y actualmente se encuentra realizando el Máster en Política y Economía Internacionales en la Universidad de San Andrés. Twitter: @AMSchelp