La salida de Matías Kulfas del Gobierno hace eco no solo por su propio peso, sino también por convertirse en el punto más álgido de un largo historial de desplazamientos que Alberto Fernández aplicó con sus propios soldados. Desde Ginés González García hasta Sabina Frederic, pasando por Nicolás Trotta y Felipe Solá, Fernández dejó en los últimos dos años un tendal de finales en malos términos que lo dejan cada vez más solo en el camino hacia 2023.

El caso de Ginés González García es quizás el caso más paradigmático: el sacrificio -acaso desmesurado- de un funcionario de primera línea como reparación ante la bronca social por el mentado “vacunatorio VIP”, episodio que el entonces ministro de Salud pagó con su cargo y sin posibilidad de derecho a réplica.

La angustia y la indignación en plena pandemia de COVID19 exigían una decisión drástica y Alberto Fernández no dudó en cortar de raíz, en un momento donde todavía gozaba de una buena imagen que le daba espacio para actuar. Ante la rabia que desató que Horacio Verbitsky se “colara en la fila”, quedó olvidada la gestión de Salud que puso todos los cañones en recuperar el sistema sanitario argentino luego de cuatro años de ajuste macrista, ante una emergencia mundial sin precedentes.  

El historial de malos términos de Alberto Fernández para echar a propios y el adiós a la reelección

Similar fue el final de Nicolás Trotta, otra de las caras del equipo inicial, en este caso en el Ministerio de Educación, quien fue tachado del Gabinete por el propio Presidente en el transcurso de la pandemia. La presión por la suspensión de clases presenciales y la falta de definiciones ante las críticas opositoras ubicaron a Trotta en un lugar difícil. En ese sentido, el entonces ministro intentó afianzar su imagen y su gestión ante la opinión pública, aunque la falta de apoyo oficial terminó por dejarlo fuera de juego.

Quizás el gesto más agrio fue a comienzos de 2021, donde Trotta anunció que las escuelas volverían a abrir sus puertas y, apenas horas más tarde, el propio Alberto Fernández salió a contradecir esa directiva y confirmar la continuidad de la modalidad virtual. El cortocircuito fue quizás el anuncio no oficial de que el camino de Trotta estaba terminado.

Asimismo, otras de las importantes bajas fue la de Marcela Losardo, hasta entonces ministra de Justicia de la Nación, quien había llegado al Gobierno como una figura del círculo íntimo de Fernández desde sus años de formación universitaria. “Agobiada” fue como calificó el Presidente el estado de ánimo de Losardo, gesto que expuso la vulnerabilidad de la funcionaria a los ojos de la opinión pública y el derrotero hacia la presentación de su renuncia.  

El historial de malos términos de Alberto Fernández para echar a propios y el adiós a la reelección

“Marcela me ha planteado la semana pasada que el tiempo que viene es un tiempo que necesita otra actitud, y más que otra actitud –porque el compromiso de Marcela es absoluto-, lo que creo es que Marcela, que es una persona que no viene de la política, está agobiada”, fueron las palabras del propio Fernández en su momento, en declaraciones a C5N.

En materia de Seguridad, también tuvo eco la salida de Sabina Frederic, quizás uno de los principales cuadros técnico-académicos que Fernández abrazó para su Gabinete, como un respiro de aire fresco tras cuatro años de gestión de Patricia Bullrich en esa cartera. En tanto, el espíritu renovador de Frederic no tardó en generar choques con su par de Provincia, Sergio Berni, cuyas diferencias se hicieron inmediatamente visibles, en especial por las constantes chicanas y críticas que el funcionario de Axel Kicilliof comenzó a lanzar desde los medios hacia la titular de Seguridad de la Nación. Berni nunca dejó de insistir en la falta de colaboración y recursos por parte de Nación para asistir a las problemáticas del conurbano, como tampoco aceptó el perfil de corte progresista adjudicado a Frederic. La entonces ministra también fue tachada de la lista sin siquiera un balance estricto de los logros de su gestión en Seguridad.

En tanto, los vaivenes del Gabinete albertista tuvieron su gran terremoto a partir del recordado discurso de Cristina Fernández de Kirchner referente a los “funcionarios que no funcionan”, acaso el primer gran dardo que aventuraba el descontento del kirchnerismo con la gestión presidencial. Luego llegaría el gran golpe anímico de la derrota en las elecciones de medio término del año pasado, cuya responsabilidad cayó sobre las falencias de la gestión de Alberto Fernández.

El historial de malos términos de Alberto Fernández para echar a propios y el adiós a la reelección

Vacunatorio VIP, la “fiesta de Olivos”, el cierre de escuelas por pandemia y una inflación que ya empezaba a entrar en descontrol, entre otros puntos, sumaron un combo de críticas hacia un jefe de Estado que no terminaba nunca de mostrar su vocación de liderazgo y cuya gestión era reivindicada más por sus funcionarios que por sí mismo. En esa mesa chica, cada vez más atrincherada en Casa Rosada, todavía quedaban en pie dos figuras clave: Matías Kulfas y Martín Guzmán.

Sin embargo, las bajas seguían y cada vez en términos más escandalosos, como fue el caso del canciller Felipe Solá, quien emprendió un viaje a México solo para enterarse desde el exterior que su cargo ya tenía reemplazante, Santiago Cafiero. Solá presentó su renuncia en medio de su estadía en el país gobernado por López Obrador, una postal que expuso el pésimo tacto de Alberto Fernández para lidiar con una delicada situación.

Mientras se acumulaban los cambios de nombres y los desplazamientos en el Gabinete, desde la política y los medios comenzaban a cuestionar en qué consistiría, a fin de cuentas, el mentado “albertismo”, en un Gabinete prácticamente vaciado por el propio Presidente que lo armó. La seguidilla de finales en malos términos con sus propios soldados comenzó a aislar a Fernández cada vez más sobre sí mismo, frente a una oposición que se fortalecía y un Frente de Todos cuyos socios fundadores empezaban a separarse.

En ese sentido, el telón final llegó con la renuncia del ahora ex ministro de Desarrollo Productivo, acaso el último alfil de la primera línea del Gabinete original que quedaba en pie, junto con su par de Economía, Martín Guzmán. Kulfas resistió todos los embates y presiones de la política y los medios hasta esta parte, incluso hasta llegar a enfrentarse abiertamente con el kirchnerismo en medio de las internas, levantando una bandera de gestión que ni el propio Fernández parecía dispuesto a defender.

El final del camino de Kulfas llegó tras la foto del Presidente y CFK juntos en el acto de YPF, una imagen con gusto a “unidad” para el oficialismo y con sabor a derrota para quienes intentaron levantar un albertismo que murió antes de nacer. Doblegado la presión social y por las exigencias del kirchnerismo, el jefe de Estado se dedicó a hacer pagar a sus ministros los platos rotos de sus propios desaciertos. Ahora, con un Gabinete diezmado, un tendal de rupturas en malos términos y con un Frente de Todos atado con alambres, se abre la incógnita sobre el 2023 para Fernández, momento en que el jefe de Estado quizás aspire a una reelección, aunque no haya nadie ahí para respaldarla.