Según un informe del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina, el índice de Pobreza en el tercer trimestre del año llegó al 43,1%, contra el 42,4% de julio-septiembre del año pasado. 

Mientras que la indigencia, entendida esta como los pobres cuyos ingresos no les alcanza ni siquiera para comprar el mínimo de alimentación, alcanzó al 8,1%, por debajo del 9% de igual período del año pasado. Todo esto se dio en doce meses en que la economía creció 4,8%, y la inflación trepaba al 83%, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec).

El informe del Observatorio Social de la UCA destacó que “el escenario de postpandemia”, con la recuperación económica, el aumento de la ocupación, la caída del desempleo y los refuerzos en la asistencia social “lograron atenuar o incluso revertir la tendencia creciente de los indicadores de indigencia y pobreza”. 

Incluso, “en un escenario crecientemente inflacionario, no se evidencia un crecimiento exponencial de la indigencia y pobreza por ingresos”. Esto se debería “a los esfuerzos” tanto de las familias, como “la política pública, de incrementar el número de perceptores laborales y no laborales (planes sociales) de los hogares”.

Según el informe, en 10 años, el índice de pobreza “ha crecido en más de 15 puntos porcentuales” y se pregunta: “¿Quiénes son estos nuevos pobres?: clases trabajadoras de sectores medios y populares, vulnerables a las crisis, a la falta de trabajo y a la inflación. Mientras tanto, los pobres estructurales logran protegerse reproduciendo una economía informal de subsistencia, que nos los saca de la pobreza, pero al menos la alivia”.

En septiembre, una pareja con dos hijos, necesitaba percibir de $ 128.214 para adquirir la cantidad mínima de comida, indumentaria y servicios, y no caer por debajo de la línea de la pobreza. Ese mismo grupo requería de $ 56.731 para comprar la cantidad mínima de alimentos y no ser indigente.