Desde diciembre de 2015, el discurso de la alianza Cambiemos fue escueto y simple y evadió los principales conceptos con los que estábamos familiarizados en la década anterior. Se dejó de hablar de patria para hablar de país, de vecinos, de política moderna e igualdad de oportunidades.

El ideario de la libertad de mercado se implantó en un esquema de inflación en crecimiento con escasez de divisas, que generó desindustrialización y pobreza, retroalimentándose negativamente para agitar los fantasmas del pasado. Sin embargo, nada estalló en estos tres años.

La sociedad se mostró reticente a algunas quitas de derechos pero no desequilibró el régimen político. 

Los objetivos que decía perseguir el nuevo gobierno -llevar la pobreza al grado cero, combatir el narcotráfico y unir a los argentinos - siguieron apareciendo en los discursos oficiales como mantras soporíferos, inmunes ante los efectos del proyecto.

El neoliberalismo pobre

La idea de unir a los argentinos apoyada sobre la figura de la grieta que divide la sociedad, suponía la existencia de una mayoría del otro lado de la brecha, hastiada de las diatribas en cadenas nacionales, de la corrupción política y de la vida pública en general.

Según la interpretación de Durán Barba, había un deseo intenso de trascender ese amontonamiento para relajarse sin oír nada de proyectos y relatos. Dejar a los políticos la gestión de los asuntos públicos sin participar de los grandes debates en danza y encerrarse en la vida privada. Los políticos los visitarían en su casa, mostrándoles que no son líderes sino que son iguales a ellos pero exitosos, por ende preparados para gobernar.

La idea era quitarle el factor aglutinante de la política a la sociedad, dividiéndola en millones de átomos, convirtiéndolos en una mayoría silenciosa de diversidades, sin necesidad de encontrarse espacialmente. Bastaba con juntar sus votos a la hora de escrutarlos.

Luego el discurso del “Sí se puede”, desorbitado en medio de una economía sin rumbo, le cedió el paso a una idea más modesta pero no por eso menos cargada de ética: decir la verdad. “La verdad es que fui demasiado optimista”, nos dice el presidente; "la verdad es que era todo más complicado de lo que pensaba”, nos repite. “Y la estamos pasando mal porque antes la pasábamos demasiado bien”. Algo así como un castigo necesario, un túnel confiscatorio de derechos mal atribuidos. Un error viejo, que ya cumple setenta años y hay que corregir.

El neoliberalismo pobre

Las características de este modelo neoliberal pobre que sólo brinda un colchón finito para amortiguar los golpes de los más vulnerables cada vez que se caen del tejido, necesita ayuda por fuera de la política propiamente dicha para subsistir sin quebrarse.

Una de ellas es la relación perversa y simbiótica que se establece con el poder judicial y los medios masivos de comunicación. Éstos se vuelven la mano de Mandrake para perseguir opositores, permitir negociados y tapar agujeros que las fuerzas políticas dejan en el Congreso, siguiendo el paso rengo de la institucionalidad oficial.

Por último y contradiciendo los discursos iniciales, el recurso de la emoción. La sociedad atomizada, el sueño del liberalismo pobre que propone el macrismo, es un sueño añejo. Para darle actualidad y eficacia, se abraza el odio, el desprecio y la manipulación semántica.

Captar las particularidades de esta sociedad atravesada por pasiones, abrir la escucha a sus imaginarios y deseos y construir una narrativa que los exprese, es el desafío que tiene la dirigencia opositora si quiere revertir este proyecto de exclusión deliberada.

*Socióloga UNLP. Twitter: @JNarcy