Muy pronto pudieron comprobar Alberto Fernández y el peronismo que volvió bajo su mando que en la oposición hay elementos que coquetean con los métodos golpistas que abundan en la región: el intento de impedir la jura de 22 diputados del Frente de Todos, casi 10% de representación electoral, se parece demasiado a eso. Muy pronto pudo comprobar lo que hasta hace diez días era oficialismo que aquello que se constituyó a partir del corrimiento vicepresidencial de CFK es el rasgo distintivo que dificultará aquí lo que fue posible en, por ejemplo, Bolivia.

El proceso que concluyó en la sanción de la Ley de Solidaridad y Reactivación Productiva deja como saldo político ruidos al interior de una oposición que tuvo varios caciques que se contradijeron entre sí y armonía al interior de Todos. No sólo Cristina y La Cámpora demostraron aceptar el rol de engranaje a la par de otros (que antes fueron sus subordinados) en la maquinaria que ahora conduce Alberto, sino que no hubo un solo elemento de ese sistema sin tarea en la negociación legislativa que culminó con éxito. Nadie se quedó sin posibilidad de hacer política: si se abre la oportunidad de protagonismo, el involucramiento es mayor, y el empuje se siente más.

La reacción en masa del funcionariado dispuesto a volver por 24 horas a la Cámara de Diputados para burlar la intentona cambiemista, al punto tal que Fernando Espinoza estuvo por pedir licencia en el gobierno de La Matanza que acaba de asumir, probó hasta qué punto el peronismo, confederación de fragmentos (liderazgos locales, sindicales, sociales, etc.), comprendió que siempre es más costoso descoordinarse y favorecer el triunfo ajeno por dispersión. Y que el horno no está para bollos cuando enfrente hay sectores dispuestos a estirar los límites institucionales tanto como para rebanarle a un bloque un sexto de las bancas que le corresponden.

Mientras afina los detalles del plan económico que nadie sensato podría exigir aún, eso sí, sería bueno que el gobierno nacional salga a pulir la comunicación de lo que ya se ha hecho (en gran medida a partir de la ley recién votada) en un país que, en apenas algo más de una semana, ya es otro. Es tan importante mantener motivada a la dirigencia que vuelve a sentirse importante como a las propias bases, sedientas luego de cuatro años de calvario macrista. Hay mucho aquí para reivindicar, lo que vuelve incomprensible cierta minoritaria decepción, sobre todo tan temprano.

Fundamentalmente es ya otro el modelo económico, habiéndose sepultado la bicicleta financiera entre el súper-cepo que clausura la fuga futura y el aumento del impuesto a los bienes personales que penaliza la de los últimos cuatro años, y la baja de tasas que recupera para los bancos su funcionalidad de intermediarios, descartando el de eje central que nunca es conveniente. Esto leído en conjunto con un esquema de retenciones más parecido al de los doce años kirchneristas (pero con la necesaria segmentación para los pequeños productores), con la moratoria para las Pymes y con un congelamiento tarifario que es el paso previo a la discusión del cuadro de costos que haga facturas pagables, operan un reperfilamiento que sí da ganas de aplaudir: el productivo.

En Argentina vuelve a ser rentable algo más que “el campo” y deja de serlo la especulación, con lo que revive la chance de que se conforme un circuito de consumo, inversión y empleo con miras al desarrollo que no sólo incluya más sino que agrande la torta para relajar tensiones distributivas. La militancia kirchnerista debería salir del discurso que sólo se enfoca en “cobrar más a los más ricos”, y valorizar los estímulos a la producción que este cambio supone. Al cabo del cual, por supuesto, la recaudación crecerá, pero como derivación de un modelo sano en el que la principal rentabilidad es la reproducción del capital productivo y la generación de empleo. Si se sale a defender esto como concepto, en vez de apenas una filosofía recaudatoria más justa, se ganará consenso.

En materia jubilatoria, simplemente se trata de recuperar el espíritu puesto en marcha en 2003: que las jubilaciones mínimas crezcan proporcionalmente más que las restantes, para subsanar en la fase pasiva de la vida la desigualdad de la sociedad salarial. Sin acceso al crédito por una deuda impagable cuya renegociación completará el relajamiento externo que ya empezó con el cepo, ni la opción de emitir por la altísima inflación heredada, en recesión y con un caldo social espeso, se fue a por un finísimo equilibrio entre más impuestos para los ganadores del macrismo y mejor asignación de dichos recursos, priorizando a quienes están en situación desesperante.

Si parece limosna un organismo que combata el hambre porque el justicialismo acostumbró a más que sólo comer, debería tomarse noción de que la acción no puede ser la misma si se denuncia un legado catastrófico. Y si con razón se señala que, por caso, sólo con evitar más aumentos de tarifas tampoco es suficiente porque su nivel de hoy ya desquicia todo, conviene entender que habrá más novedades al respecto, pero que lleva tiempo hacerlo durable y consistente, y que mientras tanto había que anclar la espiralización de la debacle, porque, de lo contrario, siempre se está corriendo de atrás al agravamiento de los hechos. Es imposible agotar en este texto tantos temas que hay sobre la mesa: más razón aún para que el oficialismo agote con explicaciones.

La sintonía fina vendrá cuando se ponga en discusión cómo se sale del mal endémico nacional: la recurrente recaída en déficit de dólares, cuyo único remedio que no agrava la enfermedad es un crecimiento de exportaciones que banque el gasto en igual moneda (además de un manejo de deuda responsable, que nunca más genere calendarios de repago imposibles como el actual). Ese debate pondrá en juego muchas estanterías. Es mucho poder tener en la palma de la mano al que necesita dólares si se es de los pocos que los proveen (exportando, como “el campo”; o vía deuda, como los bancos). Se entiende que esos quieran enemistar con la población a la dirigencia que cuestiona dicho statu quo. No así a quienes, pudiendo beneficiarse de un giro, se enganchan.