El escenario político dio un vuelco inesperado y brutal esta semana. El Presidente falló como el comandante en jefe de las tropas contra la pandemia en que un sector de la sociedad lo había convertido desde aquellas primeras cadenas nacionales de marzo del año pasado, cuando su imagen positiva rompía récords. La foto filtrada hizo estragos en esa construcción idílica y sentimental, de la que había nacido una legitimidad presidencial novedosa y propia, que nada le debía a Cristina Kirchner. En el cuidado de la salud de la población, Alberto Fernández había encontrado una forma muy potente y efectiva de vincularse con una importante porción de la sociedad, que llegó a ser incluso más amplia que aquella que lo había votado, y la ganancia era entera para él, para la construcción de su propio personaje. Esa carta, que se había jugado tantas veces para contrarrestar otros escándalos, como los vacunados VIP, desde el jueves a la tarde ya no se puede jugar, quedó marcada.

Consciente de esa situación, el titular del bloque de Juntos por el Cambio en Diputados, Mario Negri, se apuró en pedir juicio político. Pese a su rol institucional, Negri no espera que nadie lo tome en serio, pero lo dejará conforme que se escuche lo que realmente quiere decir: esa construcción autónoma de Alberto acaba de morir, o bien está malherida. Las reacciones del otro lado de la grieta parecieron darle la razón por un rato: el pedido de juicio político forzó una defensa acérrima de la actitud del Presidente por parte del núcleo duro kirchnerista, que quedó aislado. Esa es la mala noticia que el “Olivos Gate” trae al Frente de Todos: si antes era una minoría intensa y por tanto solitaria la que despotricaba contra las medidas sanitarias y el plan de vacunación, ahora la torta se invirtió y esa sombra se trasladó hacia quienes defienden lo indefendible, y a los gritos.

El Presidente no tiene quien lo cuide

Repasemos: durante larguísimos meses, trabajadores esenciales, de la salud, educadores y demás sectores de la militancia de base kirchnerista y progresista formaron todos juntos una suerte de masa crítica que hizo carne el mensaje de combatir la peste y su desánimo de manera colectiva. Como un único cuerpo, estuvieron atentos a los cuidados y fueron rápidos para detectar deslices y señalar la peligrosidad del negacionismo. Las encuestas estaban ahí para demostrar que esa manera de enfrentar la mala nueva había contagiado, en el buen sentido, a una mayoría. Y el portador original de ese mensaje había sido, desde el minuto cero, el propio Presidente.

Quizás por eso, algo abatido, el senador Oscar Parrilli, mano derecha de Cristina, dijo en la radio lo que es obvio. “Hay que hacer un llamado de atención a los que están al lado del Presidente para no cometer estos errores”, soltó. No es la primera vez que quienes están encargados de cuidar a Alberto Fernández, no lo cuidan.

Es que algo pasó para que la foto llegara adonde llegó. Extraoficialmente, en la Rosada se apuntaba a las amistades interesadas de Fabiola que dejaron de serlo. Si había 12 personas en Olivos esa noche, salió de alguno de esos doce celulares. Pero estuvo un año guardada en alguno de ellos, hasta esta semana. Es más: el escándalo se remonta temporalmente ya a tres semanas atrás, cuando una cuenta macrista de Twitter filtró primero la lista de ingresos y egresos a la quinta presidencial. ¿Nadie en el entorno del Presidente notó con antelación que el 14 julio o cualquier otro día podría llegar a haber algunos movimientos extraños o fuera de lugar que podrían generar, a futuro, situaciones como la que hoy se está viviendo?

Esa falta de imaginación política por parte del Gobierno es la que tuvo de sobra la oposición (desde un primer momento hasta fue por un escándalo sexual). Pero es aún peor: la Rosada tampoco tuvo el jueves a la tarde-noche capacidad de reacción. Solo silencio. Lo que se devolvía era que no se iban a hacer declaraciones al respecto, y punto. En los medios afines al kirchnerismo el golpe también tardó en asimilarse y la autocensura se impuso hasta la primera hora del viernes, pero el país ya hablaba de una sola cosa. En resumen: no hubo anticipación ni capacidad de respuesta a la crisis.

El Presidente no tiene quien lo cuide

El Presidente ensayó una disculpa desde Olavarría. Su respuesta opacó el sentido original del acto, que era presentar la ley que amplía el universo de beneficiarios del Régimen de Zona Fría y hacer pie en la séptima sección electoral y el interior bonaerense. Al presidente se lo vió desencajado, golpeado. Habló casi como susurrando. Es el peor momento de su gobierno, y quedan apenas 28 días para las elecciones.

La posibilidad de nuevas filtraciones, nuevas fotos (“¿cuántas reuniones así protagonizó el presidente en pandemia?”) generaba pánico ayer en el comando de campaña del Frente de Todos. El problema es que nadie sabe.

Para colmo de males, el Gobierno no venía de una mala semana. Al contrario: el sábado, las organizaciones sociales ratificaron su apoyo en una Plaza de Mayo colmada, con una agenda bien a la izquierda; un día antes, Fernández había recibido al asesor de Seguridad Nacional estadounidense, Jake Sullivan, y logró su apoyo en el marco de las negociaciones entre Argentina y el FMI. Avances concretos frente a la dispersión opositora, sumida en internas. El escándalo de la foto produce, en ese sentido, dos modificaciones en el escenario electoral: el protagonismo en el pase de facturas interno es ahora todo del oficialismo, y el Presidente deberá correrse al menos por un tiempo del centro de la escena. Es decir, hará un cambio de estrategia forzado en el Frente de Todos.

El Gobierno ensayó anoche un intento desesperado de contragolpe: mandó a buscar a Macri a la quinta Los Abrojos, para chequear que estuviese cumpliendo la cuarentena que le corresponde tras haber reingresado al país desde el exterior. Bingo: no estaba. Su abogado dijo que tuvo que “mudarse por causal de fuerza mayor" y que “dio aviso a las autoridades”. En la Rosada rezan para que se suba al ring, pero Mauricio por ahora se calla.

La ley es dura con aquellos que incumplen las normas sanitarias. ¿Pagarán una multa Alberto y Mauricio? Ya le tocó a la premier noruega, Erna Solberg, y a varios ministros y funcionarios alrededor del mundo, como al ex presidente de Israel, Reuven Rivlin, y la lista es enorme. Podría ser una forma decorosa de extirpar culpas.

Una de las defensas que ensaya ayer el kirchnerismo duro era señalar la fuga en el verano de Horacio Rodríguez Larreta, hacia Brasil, que incluso le impidió presidir la apertura de sesiones de la Legislatura porteña; o el caso del PCR trucho de uno de los hijos de Diego Santilli. Otros dos malos ejemplos para la sociedad, está claro, que debieron tener un recorrido mediático y judicial más estruendoso del que tuvieron. Pero en ambos casos, no hubo foto: apenas noticias.

Éste es el punto clave: la foto. En la vida –y en la política– no sólo hay que ser, también hay que parecer. Cualquiera que siga al menos un poco al mundo de la política, sabe que es un caso común el abuso de las posiciones de privilegio que otorga el poder. Alberto no pagó por haber incurrido en ese “pecado”, sino que el pecado fue en realidad el registro fotográfico de ese momento y su posterior filtración. Debió haber sido atendido como una cuestión de Estado, porque estaba en juego la voz mandante en materia de política sanitaria en medio de una pandemia y a menos de un mes de las elecciones que definen los puestos de salida rumbo al 2023. ¿Quién cuida al Presidente? Pareciera que nadie.