La cercanía de los comicios neutraliza más de lo que crispa. Sin subirse al agite mediático, la sociedad espera el 11 de agosto con cierta firmeza en sus consideraciones acerca de las principales fuerzas políticas y sus candidatos. Tan es así que los consultores avizoran un escrutinio con el macrismo y el Frente de Todos alzándose con el 80 por ciento de los sufragios, en una polarización con capacidad de concentración o acumulación sin precedentes desde el retorno de la democracia.

Las odas a la avenida del medio y la ilusión de los habitantes de -esa geografía difusa que el mundillo de la política bautizó como- Corea del Centro para que se desengrietase el país sucumbieron. Indecisos se buscan, en uno y otro campamento, para ganarles su voluntad a la hora de meterse al cuarto oscuro pero, a esta altura, su existencia es objeto de duda: resulta extraño que haya tantos electores que no sepan qué boleta elegirán y tal vez sea más factible que los votantes sepan a quién no votarán y difieran hasta último momento su pronunciamiento, como quien atesora dólares y espera el instante justo para convertirlos a pesos.

En ese sentido, el simple ejercicio antropológico de la observación participante en verdulerías, supermercados, taxis, oficinas, clubes, bares o cualquier ámbito que trascienda el feed de Instagram reporta una serie de datos cualitativos al mejor estilo de los focus group. Tras el entusiasmo que generó al interior de la oposición la táctica kirchnerista de encaramarse detrás de Alberto Fernández, la noticia se fue asimilando paulatinamente y terminó diluida bajo el anuncio de la postulación de Miguel Ángel Pichetto como compañero de fórmula del presidente Mauricio Macri.

A la explosión ordenadora que produjo la decisión de Cristina Kirchner y el desconcierto inicial de la Casa Rosada, sobrevino el alivio del ajedrecista que obtura una jugada maestra del adversario: la designación del senador rionegrino es una maniobra defensiva y ofensiva a la vez. Alcanza con su verba encendida contra los inmigrantes o su macartismo desembozado para la fidelización del sufragio cambiemita y exime al Jefe de Estado de la tentadora posibilidad de dedicarse a la profusión de guarangadas que le están vedadas en aras de un ecumenismo de campaña.

Orden

A un costado y otro del antagonismo principal, orden es la palabra que más cotiza. No obstante, en boca de la ex Presidenta el vocablo apunta a una acepción más organizativa, basada en la noción de que la rutina cotidiana de las familias argentinas funcione. Para el caso de Juntos Por el Cambio, basta la elocuencia de Pichetto: el orden es, en su lengua, punitivismo, persecución y represión.

El issue puede tildarse de aburrido pero, en un calendario electoral con más anemia ideológica que moderación, la pregunta por el destino de lo político se torna más que imprescindible. “Quién quiere pensar en un año electoral”, sugirió la profesora Natalia Romé, doctora en Ciencias Sociales por la UBA y especialista en Louis Althusser, en un artículo que todavía no salió a la luz para Revista Kamchatka. Y bajo el mismo prisma, se aduce que no es casualidad que, en uno de los audios cosechados y difundidos clandestinamente por el aparato judicial del Gobierno, se escuchara a la candidata a vicepresidenta opositora, en fecha más o menos incierta pero probablemente hace 2 años, decirle a su secretario, Oscar Parrilli: “Si la única que piensa soy yo, estamos en problemas”. A confesión de parte…

Todos los actores tienen demasiado en juego esta vez. El país, casi podría decirse, contiene la respiración. Y se sabe bien: en un cotejo cerrado, no hay lugar para las audacias ni salir jugando de abajo sino que los zagueros bartolean la pelota y la mandan lejos del arco propio aunque cueste meterle un gol al rival.

En ese contexto, un reducido grupo de dirigentes kirchneristas que cenó el fin de semana con el ex ministro de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni se llevó la preocupación sincera del jurista, ya no por el resultado electoral sino por la suerte de la democracia. “Estoy preocupado por la democracia a nivel mundial”, habría dicho el ex juez en alusión a los avatares que trascienden las fronteras locales, y habría advertido sobre una posible expansión de la oleada de derecha que crece en lugares como Alemania, Italia y España, entre otros.

El entusiasmo militante por la proximidad de la fórmula de los Fernández con el guarismo de los 45 puntos necesarios para alzarse con la victoria en primera vuelta no disuade a los operadores y cuadros más curtidos de un temor que regurgita en tonos inaudibles: si al macrismo no se le gana por varios puntos de diferencia, podría echar mano de mañas para quedarse. Recuerdan, al respecto, las 48 horas que demoraron las autoridades durante el escrutinio de las PASO en Provincia de Buenos Aires en 2017 para negarle el triunfo a la por entonces candidata a senadora por Unidad Ciudadana contra Esteban Bullrich, quien terminaría derrotándola en las generales. Los más memoriosos se remontan al batacazo de Andrés Framini en 1961, a caballo del peronismo bonaerense recién salido de la proscripción, e inmediatamente anulado por presión verdeoliva contra el menguado presidente Arturo Frondizi. Por eso cabildea, para los que oscilan entre el cinismo y la jactancia, el ex diputado e histórico apoderado del PJ, Jorge Landau, con el objetivo de impedirle al oficialismo tretas pequeñas pero decisivas en un turno electoral que se resuelve como definición por penales.

Sin novedad

Si bien es cierto que el macrismo y el peronismo se deglutieron el centro político y social a tarascones limpios, no es menos probable que el cansancio opere en los fragmentos que eludieron los colmillos proselitistas de ambos polos pero, incluso, talle sobre los hombros de aquellos que acompañan a una u otra opción. Ese agotamiento preanuncia problemas que asoman el hocico a la vuelta de la esquina porque también los que eligen sin titubeos cualquiera de las dos fórmulas que se disputan el último round expresan algo de hastío.

Tal vez porque no hubo renovación alguna y los que se autoperciben como outisders son objeto de bullyng en redes sociales o trolleados por haters o bots. Tal vez porque una de las pocas sorpresas o revelaciones sea el nombre de Ofelia Fernández, candidata a legisladora porteña por el Frente de Todos, lo más fulgurante bajo ese enfoque. Dicho de otro modo, a nadie escapa que los principales púgiles de la contienda tienen bíceps y pectorales tatuados con hitos de otras épocas y hasta calzan guantes y pantaloncitos que remiten a melancolías partidarias o liturgias en desuso.

El peligro que se avecina anida en las pulsiones antipolíticas cultivadas con perversión por los que no precisan de las herramientas de la deliberación, el consenso y la legitimidad en el ágora pública para detentar poder pero pivotea en las frustraciones de los que sienten que las promesas de la restitución del sentido de la política incumplieron sus mandatos. En ese andarivel flotan el desencanto y el hartazgo, cuya desembocadura no suele coincidir con los puertos progresistas. Cobra vigor para los que esperan sin nada que los seduzca ni más deseo que seguir tirando la frase de Theóphile Gautier: “antes la barbarie que el tedio”. El tiempo que viene esconde curvas inquietantes para estas pampas.