Era lunes 12 de agosto y la letra de molde titulaba “arrasó la oposición”. Con eso se abría un terreno incierto en la historia argentina. El año era 2019, y por primera vez un presidente en ejercicio era derrotado -de forma contundente- en las urnas en una elección primaria en nuestro país. Mauricio Macri tuvo que enfrentarse a una campaña electoral, y a cuatro meses de gobierno, con la práctica certidumbre de la finalización de su presidencia el 10 de diciembre de ese mismo año. Lunes 13 de septiembre de 2021: el oficialismo amaneció con una implacable derrota a manos de Juntos por el Cambio. No tanto por un incremento de votos en éstos, sino por una franca caída en el respaldo al Frente de Todos. ¿La consecuencia? Un tembladeral -en este caso concreto, en el gabinete- en el gobierno. Esta repetición de secuencias nos pone en el papel de pensar la misma pregunta que en ese entonces: ¿acaso las PASO no son perjudiciales para la gobernabilidad cuando el oficialismo las pierde?

Las PASO, en los hechos, son una elección a partida doble. Como ya se dijo anteriormente en este medio, estas elecciones son una herramienta estratégica que permite tanto a élites como a votantes obtener (y brindar) información sobre el estado de la opinión pública, y desde allí, modificar los comportamientos. ¿Cómo se observaba esto típicamente? Con un reordenamiento del voto, en torno a las primeras dos fuerzas; y con la repetición de los resultados, con la existencia de mayores incentivos para formar coaliciones más amplias. De esta consecuencia, encontramos que en 2017 comenzó a emerger una fuerte dicotomía que, popularmente, llamamos “la grieta”. Ante el fracaso reiterado de las terceras opciones, éstas optaron por ir gradualmente diluyéndose en las dos coaliciones centrales; y detrás de ellas, fueron los votantes.

Sin embargo, 2019 fue un hito en otra cuestión vinculada al acceso a la información: la ciudadanía usa a las PASO para castigar a sus dirigentes. En tanto se convierten en una instancia ideal para manifestar los desacuerdos con los gobiernos, las PASO se vuelven complejas cuando el nivel de respaldo al gobierno es bajo. El período entre las PASO y las elecciones generales resulta de difícil administración para los gobernantes cuando estos pierden las mismas. ¿Por qué? Éstos se encuentran en una disyuntiva: si toman las medidas necesarias para afrontar la crisis política, dejarán “heridos” en el proceso de formación de coaliciones que alterarán los planes electorales del oficialismo. En 2019, implicaba tomar medidas económicas y reconocer debilidad política profunda, que no iban a encontrar un correlato en la ciudadanía. En 2021, implicaría reconocer la elevada fragmentación y los enfrentamientos internos en el seno de un Frente de Todos que, electoralmente, muestra (o mostraba) una cuidada unidad. En ambos casos, los resultados de las PASO demostraron, al pasar la ciudadanía su factura, los conflictos internos -sean de gestión o de negociación- en las coaliciones gobernantes.

En última instancia, esto, que podría ser algo a simple vista negativo, encierra otra vez la misma lección que venimos viendo desde 2015: el aprendizaje por la repetición de fenómenos que se da en las elecciones primarias exige a la clase dirigente responsabilidad. La aparición de nuevas instancias en las cuales los votantes pueden coordinar sus posiciones, fuerza a la dirigencia política a actuar con responsabilidad, ya que de no hacerlo, sus votos migran a otros espacios. Atendiendo a los elevados costos de desarrollar elecciones “por partida doble”, estos espacios serán menos, lo que por un lado genera incentivos a la oposición para aunar esfuerzos, y por otro, simplifica a los votantes la opción para “emitir un castigo”. Los oficialismos, si quieren ser exitosos en las primarias, y a la vez no afrontar una crisis de gobernabilidad derivada de la “paradoja” de manejar el período entre las PASO y la elección general, deberán hacer una sola cosa de cara al futuro: cumplir con sus promesas de campaña. De no ocurrir, todo parece indicar que estaremos condenados a estas crisis, y también a la amenaza permanente de la alternancia. Las PASO, en este sentido, nos han aportado una columna fundamental de nuestra madurez democrática: fuerzan a los dirigentes a ser responsables, y le aportan a los ciudadanos una herramienta para hacer valer sus críticas a los gobiernos. Lo acontecido tras ellas en 2019 y 2021 nos muestra su relevancia.

*Politólogo, y profesor en las carreras de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Católica Argentina, la Universidad del Salvador, y la Universidad Nacional de Tres de Febrero; investigador del IDICSO (USAL); y se especializa en procesos electorales y partidos políticos. Twitter: @ferdsardou