Encumbrada en nombre de la estrategia para conseguir adhesiones para aprobar la ley IVE, la maniobra prostético-reivindicativa que reunía diputados de sectores diversos ―y hasta políticamente antagónicos―, cumplió su cometido en la Cámara Baja. Sin olvidar aquel llamado misterioso que a último momento hizo cambiar el parecer de los funcionarios pampeanos ―que se alzan hoy con la más reciente victoria peronista en su provincia―, la aclamada transversalidad traccionó votos de modo apartidario y permitió la media sanción del proyecto de ley por la interrupción voluntaria del embarazo. Sin embargo, ni la presión de la movilización en la calle ni el modus operandi exitoso en diputados fueron suficientes para atravesar los muros de la Cámara de Senadores. Terminado el mes de agosto, y pospuesta la discusión de la IVE para el 2019 luego de que cayera en una votación más política que ideológica ―casi exenta de floreos pasionales y poses eticistas―, fueron varios los asuntos que quedaron latentes y se sumaron a la larga la lista de interrogantes alrededor de la máxima prioridad del movimiento feminista.

Cualquiera que haya encendido la televisión o la radio, scrolleado las redes sociales camino al trabajo o participado activamente de las movilizaciones los días de las votaciones en ambas cámaras, habrá podido advertir al menos dos cosas. La primera, que por primera vez en Argentina el feminismo tomó las características de un movimiento masivo. Teñido de verde, del color de la vida, esa masividad es muchas veces confundida, deliberada y convenientemente, con lo popular. Subyace aquí un reflejo de justificación, como si el derecho al aborto legal, seguro y gratuito no fuera una cuestión de salud pública, un derecho en sí mismo, y como si precisara del aval demagógico inscripto en la génesis de la popularidad.

En segundo lugar, con un golpe de efecto menos inmediato pero quizás sí más proyectual, se vio el albor de nuevo tipo de electorado. Huérfano y vacante, mayoritariamente joven y de corte progresista, en la marea verde se anticipaba lo que poco después decantó: gran parte de su militancia votará en las próximas elecciones de acuerdo a esta demanda concreta, con preponderancia sobre temas de competencia estructural como, por ejemplo, la economía. Este debate valórico se traduce en un nicho electoral a estrenar y deja a la vista un gran desafío no sólo para el movimiento feminista ―y sus diversas corrientes― sino también para la política y su plasticidad de representación.

El feministómetro: de las ideas a las urnas

Que el feminismo es antisistema o no es. Que el feminismo es justicia social. Que es imposible ser feminista y acompañar a un gobierno neoliberal. Que ser feminista y peronista es un oxímoron de antología. Entre declamaciones cosméticas y militancia comprometida, entre la neurosis idealista y el sabor amargo de lo posible, entre la superioridad moral y la roña de la realpolitik, la disputa librada dentro del movimiento hizo de tripas corazón todo lo que pudo pero ahora pronuncia sus diferencias a viva voz. Aunque negativo para quienes sólo analicen la realidad en términos de sororidad, lo cierto es que estos sucesos plantean un escenario enriquecedor y proponen un salto cualitativo para poder analizar esta marea verde de modo fragmentado, menos monolítico, más sufragante. En un fuerte metejón con lo ideológico que atenta contra los avatares imperiosos de la política, que infantiliza el debate y complica la salida de la crisis, ¿puede lo reivindicativo acondicionarse al presente de este sistema democrático sin dejar ninguna convicción en el camino? ¿Cómo se adaptará este feminismo de masas a las estructuras partidarias existentes? ¿Cuál es la capacidad y el interés de los partidos en cautivar estos votos? ¿Quién sabrá capitalizar la fortaleza demostrada en las calles para transformarla en representación política?

Siempre oportuno, nunca inoportuno

Con giros políticos de novela, corridas de dólar, índices de inflación altísimos y Comodoro Py como gran musculador de operaciones, el camino a octubre es escarpado: por momentos queda muy lejos, por otros demasiado cerca. Pero el cimbronazo de los últimos días ―con el anuncio de la fórmula Fernández - Fernández como principal frente opositor― nos acerca de un empujón a la inminencia de los armados y cierres de listas. En este clima de ansiedad preelectoral, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito presenta el 28 de mayo el proyecto de ley de IVE por octava vez. Según se consigna en la web oficial, se eligió esa fecha porque coincide con el Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres, pero también porque la Campaña cumple 14 años y “porque fue un 28 de mayo de 2007 cuando presentamos por primera vez el proyecto”. Del mismo modo, se argumenta que reiterar la presentación en plena campaña electoral es un hecho estratégico y apunta a que el asunto “no pueda ser soslayado por ninguna candidatura y tenga que entrar en el balance de los votos que se logren respecto al derecho al aborto”. Certeza: el silencio para los candidatos acerca de este tema ya no es una opción porque si hay un derecho que se ha ganado es, aquí sí, el de importunar. Que uno de cada tres argentinos sea pobre, que el desempleo haya trepado a los dos dígitos y que la inflación pulverice los salarios mes a mes son para una parte del electorado un asunto separado del sentido común feminista.

Claro que no es el objetivo sino el tiempismo lo que hoy se ubica en el centro de la discusión, poniendo nuevamente bajo la lupa los límites de la transversalidad. Hacia dentro del movimiento, las preguntas giran alrededor del sentido de la oportunidad, de la existencia de posibilidades reales de  transformación ante un modelo neoliberal en caída; de los efectos de desgaste en la sociedad y los de rebote en los sectores declamados pro vida. Por otra parte, fuera de la militancia resuenan interrogantes similares. Los espacios políticos se debaten qué hacer con un tema de estas dimensiones en meses de campaña donde el principal objetivo es convocar, unir y, sobre todo, no fracturar; donde la meta está en derrotar a Cambiemos, los amos y señores de esta crisis. A un lado u otro de esta grieta, sobran los motivos para mantenerse firmes. Ambas causas son nobles, considerados necesarios y urgentes, por unos y otros. Pero un constituye derecho y otro un modelo de gobierno. Legalizar el aborto y ganarle la pulseada al neoliberalismo no son proyectos excluyentes, solo que uno será facilitante del otro y no, como se creyó durante los meses de debate en 2018 y se insistió en estos últimos días, al revés. No hay aquí restos de conjeturas o supuestos, hay mediciones y datos que contrarían una idea falsa instalada por el núcleo más duro del progresismo: la discusión está ganada y para toda la sociedad el aborto es prioritario. Está claro, nadie puede darse el lujo de “seguir esperando”, ni las mujeres abandonadas a la clandestinidad, ni los niños con frío, ni los jubilados que interrumpen su medicación porque no pueden comprarla, ni los jefes y jefas de hogar que se quedan sin sus changas. El tiempo es tirano y no es sólo una la deuda a saldar. Todos lo sabemos, la clase dirigente también. Reivindicar y hacer política son caminos paralelos que se cruzan sólo si contamos con la astucia y la madurez que implica la jerarquización de la realidad en pos de un modelo.

A cuentavotos

En un mapa que no es el territorio, las voces corren y se van perfilando entre la confusión y la convicción profunda. Por su propia naturaleza de síntesis, o por el fervor de lo digital, en la jungla de las redes sociales los votos son cantados de manera taxativa. Son, si se quiere, los más determinados a votar desde ambos lados de la trinchera, sin matices, negociaciones o miramientos. El enfrentamiento se profundiza y se prolonga gracias al lobby de gran alcance y en pleno crecimiento de las instituciones religiosas, tal como se comprobó en los resultados de las PASO en la Provincia de Santa Fe. Pero lo que ocurre en el microclima de las redes no coincide, mucho más que habitualmente, con lo acontecido fuera de ellas, y lo que expresa el territorio es una preocupación que excede al tratamiento de la ley. La angustia e incertidumbre por la crisis económica se lleva toda la atención. Los grupos focales, que miden y seguirán midiendo hasta las cuestiones más nimias, arrojan que “la preocupación [por el aborto] nunca ha surgido de manera espontánea” de parte de los encuestados y encuestadas y que no constituye un tópico central “en la conversación ciudadana”.

Si gran parte de este voto de nicho no estuviera atravesado por la lanza liberal, los números electorales de la izquierda crecerían en octubre de manera sensible porque, como bien ha sabido reconocer la Jefa de bloque del Frente Renovador en pleno debate en la Cámara de Diputados Graciela Camaño, desde siempre ha sostenido en su plataforma y su agenda el tema del aborto. El resto de los espacios opositores, que se disputan gran volumen de votos, se adaptan a esta puja condicionados por otros factores que se inscriben en el ejercicio real del poder. No ignoran la agenda feminista –cuyo único punto, subrayemos, no es la legalización del aborto– sino que la absorben y la ubican dentro de modelos. Llegar al poder no es en efecto ejercerlo, ganar una elección no garantiza saber gobernar. Esta es otra de las cosas que todos  sabemos, la clase dirigente también. Pese a la avanzada discursiva comenzada en 2015 en los albores de Ni una menos, pese a la tracción cultural y simbólica y pese al robustecimiento del feminismo como nueva matriz de pensamiento, el tratamiento de la ley de IVE conserva sus espinas y tiene el don, como pocos otros temas, de dividir a la sociedad. Así lo consignó Gines González García quien sugierió que, de momento, es vital “usar coincidencias, no disidencias”.

Si bien el nuevo proyecto de IVE “incorpora modificaciones surgidas del análisis de los debates sociales” recogidas de manera “federal y horizontal”, en las bancas de ambas cámaras permanecen los mismos funcionarios: ¿por qué esperar resultados distintos? Si el objetivo de todo el arco opositor es desplazar por la vía democrática al gobierno de Mauricio Macri, entonces es él el mayor beneficiario de la reinstalación del aborto en el centro de la arena pública. Como ya lo supo capitalizar en 2018, habilitando un debate que luego no traccionó, que le compró meses de inmunidad a los medios y que lo consagró como el “feminista menos pensado” entre sus votantes y el anticristinismo, el Presidente sabe de provechos. Incluso un gobierno debilitado, que se atreve a admitir que por momentos huele su derrota en primera vuelta, no olvida la efectividad del coloso “agrieta y reinarás”. Es tarea opositora, tarea feminista, no olvidar la potencia arrasadora de la transversalidad.