Así como no hay que esperar novedades económicas significativas, de ésas que alteran escenarios, hasta que se solucione la renegociación de la deuda impagable que dejó Mauricio Macri, parece que tampoco las habrá en materia política. Todo hace suponer que la oposición se acomoda al statu quo bajo el que fue derrotada en 2019. Sin cambios discursivos ni de praxis en el acting de indignación dramática y en la defensa de un programa de lo más reaccionario.

No puede concluirse otra cosa tras ver cómo esta semana operó el circuito hasta hace un mes oficialista ante el reemplazo temporario de Alberto Fernández por CFK, por el primer viaje al exterior del Presidente; y frente al anuncio de Martín Guzmán de que pedirá autorización legislativa para formalizar la propuesta que elevará a los acreedores externos de Argentina.

La mentira y la impostación moral (se dijo falsamente que Alberto fue al Instituto Patria a firmar el acta por la que Cristina se hizo cargo del país durante unas horas, lo que probaría que es un títere) y la pretensión de que se puede hacer olvidar el pasado reciente (se le exige a Guzmán que explique en el Congreso cómo quiere desendeudar cuando no se le pidió a Luis Toto Caputo que rinda cuentas por lo contrario) expresan incapacidad para tomar nota de una realidad que disgusta. E impotencia para revertirla, por supuesto, que es lo peor para un dirigente.

¿Es que hay que explicar que afuera de cualquiera de los despachos en cuestión sobra gente a la que le interesan menos que cero las formalidades, porque no saben si al día siguiente lograrán poner en sus mesas todos los platos de comida necesarios? Y resulta que no pueden ser voceros de dichos temores quienes, al rato, se ponen en abogados de los que se benefician de lo que falta en muchos hogares. No se puede estar al mismo tiempo en la misa y en la procesión. Vía la supuesta preocupación institucional no conseguirán suplir la falta de conexión con la agenda de las mayorías populares: cuando la panza hace ruido, es difícil preocuparse por protocolos.

Se insiste en subestimar a la vicepresidenta, que sería el escorpión de la fábula: indefectiblemente, se explica, acabará picando a la rana y causando el ahogamiento de ambos, y con ellos, de la población toda. No les alcanzó con que les pegue una paliza política desde el llano más absoluto (y acorralada mediática y judicialmente). Ella, igual, ya no se engancha. Aprovecha y, siempre en silencio, sigue construyendo poder para el presidente al que le pidió encabezar la boleta, consciente de que más acumula mientras menos lo aparente y de que del éxito de él depende el suyo. No se comprende qué esperan sus rivales de la persistencia en un relato ya fracasado. No captaron el nuevo rol de la ex senadora todavía, y así le hacen un favor, porque no la ven venir.

Del mismo modo, no es muy probable que a alguien le modifique mucho que el ministro de Economía resuelva el default por ley o por decreto: con que lo haga, alcanza y sobra. Pero si existe aquel que lo piense, tal vez también tenga en cuenta que varias veces los funcionarios macristas dijeron, en los escasos dos años que les duró la capacidad de endeudamiento, que no era un problema la cantidad de dólares que estaban tomando prestados: y apenas superada la mitad de mandato, Mauricio Macri tiraba la toalla en el FMI, para iniciar su Vía Crucis de salida.

Esto no implica negar que el gobierno nacional debe dar explicaciones ante el Congreso (algo que no hizo Cambiemos cuando decidió acudir al prestamista de última instancia, como habría correspondido), sino ubicar a la oposición en el volumen que es aceptable en sus respuestas. De cualquier manera, si bien Alberto y CFK (y Sergio Massa, virtuoso cuando está contenido) cuentan para avanzar con todo el tiempo que demoren sus rivales en tomarle el pulso al entendimiento que recuperaron, les convendrá no tentarse con la comodidad de la esterilidad ajena.