La frase “Es la economía, estúpido” fue popularizada durante la campaña que otorgó a Bill Clinton la victoria contra Bush padre en 1992. Originalmente decía “La economía, estúpido”, sin verbo. Desde entonces, ha sido popularizada y reformulada cada vez que alguien quiere enfatizar la importancia de un asunto para la consecución de un objetivo. El resultado fue la popularización de un concepto, de una idea. Lo que terminó poniéndose de moda es la importancia de la economía por sobre los demás aspectos.  Se la usó mucho para la economía (Es la economía, estúpido), otro poco para la política (Es la política, estúpido). La cultura todavía no tuvo el honor. Mucho menos la ecología aunque el planeta se prenda fuego. Eso ya no sería de estúpidos sino de suicidas. 

 Envenenados culturalmente

 En los '90 los economistas fueron las estrellas de los programas de tv. La cadena nacional estaba reservada  para el Ministro de Economía porque “es el que sabe”. La economía iba a resolverlo todo. Nos cansamos de escuchar, en su lenguaje poco claro, a esos gurús de la Escuela de Chicago fundamentando la vuelta al FMI porque la salida a la crisis económica era, principalmente, una salida económica.

 Tuvo que reventar el país en Diciembre del 2001 indigestado de los consejos del FMI, inundado de sangre y bronca en las calles de Buenos Aires. Básicamente el error se debió a un problema de enfoque.

El poder económico se arrogaba la capacidad de resolver el problema cuando en realidad el poder económico (o el poder de “lo económico” como ya veremos) lo era. La economía, que se arroga la solución técnica de todos los problemas, aparecía disfrazada de corderito y le echaba la culpa a su hermana corrupta, la  política, la sucia esfera de los ineficientes.

Pero la economía hace lo que la política manda. Porque sigue siendo la política la que maneja la policía.

Las crisis económicas se derivan de decisiones políticas. Pero la política como practica social, como esfera de la realidad, aparecía menospreciada, atacada con furor desde los grandes medios de comunicación. La política es sucia. Carece del hipócrita eficientísimo de la impoluta ciencia económica. La economía es científica y la ciencia, como todos sabemos, es impoluta… Diosa mayor del paradigma occidental, jamás contaminada de intereses espurios.

Y llegó el año 2003. Néstor Kirchner inaugura la vuelta del Estado como centro de las decisiones, es decir la vuelta de la política al centro del ring. Sorprendidos, nos dábamos cuenta que por falta de costumbre o de ejercicio cívico habíamos abandonado eso que se llama Estado y que encima tiene poder. Y que puede ser usado en beneficio del pueblo.

Que el poder puede usarse, valga la redundancia. Lo habíamos olvidado después de tanta crisis resuelta a puro pulmón y voluntarista durante la larga noche neoliberal. Quizás siempre lo supimos, pero la cuestión fue ver ese poder pasar al acto.

Constatamos el valor de la voluntad política, nos dimos cuenta que dependía de la decisión darle poder al Estado. Y desde entonces todo pasó a ser “político” y estalló la rosca. Con esa fruición frenética típica de los argentinos de tirarnos en masa al primer grito de la moda. La política se puso de moda como una banda de rock.

Miles de grupos de las más variadas combinaciones ideológicas aparecieron para alistarse en la disputa. Millones de jóvenes incorporaban a su léxico la palabra mágica: “política”.

¿Pero qué fue lo que se entendió por política? ¿A qué tipo de batalla fuimos convocados? ¿Una contienda nacional o una contienda social? ¿La disputa de qué? ¿Qué causas aglutinaban esas voluntades? ¿Qué tipo de ambiciones?

Fue entonces la disputa del poder del Estado. Pero de un Estado entendido solo como garante de la Seguridad Social. Un Estado dador de derechos. No como encarnación del derecho a la Defensa Nacional, que es el origen de todas las defensas.

Todo se centró en el protagonismo del Estado como único destinatario de la acción política. Todas las agrupaciones, por más pequeñas y barriales que fueran, comenzaron a incorporar una lógica, un léxico, una mirada político - estatal. Una mentalidad partidaria, pragmática, ambiciosa y especulativa, algo así como una habilidad para hacerse del poder.

Sería desde ahí donde lograr una candidatura, llegar a la lista, ingresar al Estado con algún cargo o simplemente algún contrato. El Estado se convirtió en el destino de la política. El Estado pasó a ser un fin en sí mismo, cuando desde el más básico sentido común el Estado es siempre un medio.

Así fue como se hizo de la política una actividad estatal, cuasi burocrática, sin el más mínimo de transgresión y creatividad. Se convirtió en un procedimiento para pasar de lo social a lo político invirtiendo la carga de la prueba.

El movimiento social dejó de estar pendiente de los movimientos de la sociedad, movimientos sutiles de conciencia, y pasó a las candidaturas, los nombres, la farándula y la figuración. La práctica política fue invadida por la lógica de los programas de tv donde el cholulismo, el comentario artero, la suspicacia y la ironía valen más que los valores, el patriotismo y el compromiso social. La política entró en crisis y de su crisis derivó la parálisis militante, parálisis que engendró a la moderna derecha argentina.

¿Qué cosas no supimos ver los que invitábamos a participar en política? ¿Hicimos de la política algo popular? ¿Algo sentido en el arraigo genuino de las esencias culturales de nuestro pueblo? ¿Algo con identidad? ¿O hicimos de la política un experimento masivo, al estilo de los grandes recitales modernos, donde las masas hipnotizadas disfrutan de un superficial y vano espectáculo con fascinantes luces de colores?

¿Hicimos de la política algo de pueblo, algo digno de ser vivido en cada pueblo? ¿O hicimos un mega espectáculo de masas aglutinadas en el más terrible hacimiento? ¿Respetamos los tiempos, pulsos, cosmovisiones y anhelos de la gran variedad de pueblos que hay en Argentina? ¿O nos comportamos como tarjeteros del boliche urbano y unitario?

Un pogo, un recital de candidatos, un conglomerado amorfo de individuos yuxtapuestos que desesperados por la dura supervivencia imprimen su lógica de mega consumo en los temas centrales de las agendas electorales y corporativas.

Fuimos, cual supermercado, mayoristas electorales. Garantizamos así la supervivencia de una casta multimillonaria nativa que vive de la intermediación. Los profesionales de la política negociando con las grandes corporaciones extranjeras el futuro de todos.

 ¿No faltará dar ahora el principal y más profundo debate, el de la cultura?

 ¿No quedó claro que la derrota electoral fue una derrota cultural? ¿Por qué lo cultural es tan subestimado por las organizaciones políticas, sindicales y económicas? ¿Será que les alcanza con armar “el área de cultura” para dar respuesta al problema principal que es el de Nuestra Cultura?

 En todo caso, no habrá que pensar en cosas nuevas, sino en nuevas formas de pesar las cosas.

La cultura determina a la política porque la cultura apunta al corazón del paradigma. El paradigma es problema mayor. El capitalismo ya fue, frente a la crisis del paradigma el capitalismo es una bicoca, solo una extensión del problema.

Hablemos del decadente paradigma occidental que es en definitiva la forma misma que tenemos para pensar las cosas. Ese materialismo tan arraigado que nos lleva a cuantificar todo. La matematización absoluta de la realidad. Eso que nos ha sido muy inculcado desde niños por la educación occidental y europea y que asumimos como propio. El núcleo mismo de la cultura occidental, la que hegemoniza a la humanidad en un triste materialismo. Núcleo que se encuentra dentro de cada uno de nosotros. La ventajita, la competencia, la desconfianza, el egocentrismo. La dificultad cultural para convivir. La guerra permanente entre nosotros mismos. Agarrados de los pelos peleando por cosas.

Es por eso que una política sin cultura, sin identidad, sin arraigo simbólico, es simplemente un mecanismo para ganar elecciones. Nada más que un mecanismo. Lo que se dice un aparato. De un poder hecho de tecnicismos y astucias electorales no se deriva algo bueno para nuestro pueblo. Básicamente porque desestima la cultura que es lo que realmente somos.

Pero vamos a aclarar qué es cultura para avivar a los despistados que la buscan en los museos.

Cultura es cultivo, de ahí viene la palabra, de la relación del hombre con la naturaleza, es decir la ecología. De la relación del humano con la naturaleza se desprenden sus símbolos, la identidad cultivada por su paisaje. Si el paisaje se destruye, su identidad se deteriora y pierde su cultura. Y si un pueblo pierde su cultura no sabe más quién es. Después de eso le cabe la condena de pelear solo por plata. La condena de ver en bienes materiales su felicidad.

 Un pueblo sin cultura es como un hombre sin alma. Está muerto, nada lo hace único y es solo un eslabón más en la cadena de producción y consumo. Habrá que pensar en cómo cultivamos para ver qué pasa con nuestra cosecha cultural.

Porque la cultura es el ambiente. Ambiente humano y natural, entidad biológica que se expande desde el cuerpo y que nos nutre, como imaginaba Rodolfo Kusch, lo mejor y menos leído de la filosofía peronista.

La cultura es nuestro modo de ser, es nuestro medio ambiente. Y si de medio ambiente hablamos la verdad andamos todos medio envenenados.

Poner el debate cultural por sobre la urgencia económica o la especulación política. La soberanía siempre será un valor de lo alto, un valor espiritual. El principal problema de los argentinos no es ya ni económico ni político. Es cultural y se define por una marcada ausencia de cultura soberana, la negación en dirigentes y militantes de una cultura para la Defensa Nacional.

 El énfasis puesto en los últimos años en las problemáticas sociales, todas necesarias de atender, obturó el debate de la defensa. No se reconoce que los problemas sociales de la República Argentina son la consecuencia de la debilidad geopolítica de nuestra nación. No se reconstruye un país solo con ambulancias. Tenemos que volver a sentirnos argentinos. Hace falta más cultura nacional.

*Sociólogo UBA. / Maestrando en Defensa Nacional - UNDEF