Julio es un trabajador, una persona pensante que sueña con un país más justo, más soberano. Trabaja en un sindicato ejemplar para sus afiliados, ubicado en el barrio porteño de Constitución, muy cerca del canal televisivo TN y en él pareciera resumir la contracara de millones de argentinos que sin proyecto de país, habitan muy cómodos el reino del individualismo al que fueron conducidos, siendo blanco desde hace años de la construcción cotidiana de un país paralelo. Son los peores analfabetos, los analfabetos políticos aferrados al mensaje de los medios de comunicación hegemónicos.

Según el periodista Gustavo Campana, compañero radial del destacado Víctor Hugo Morales, hay hombres y mujeres cercados por un hermético corralito informativo, sólo comparable con los efectos del seudo periodismo controlado por la última dictadura cívico/militar. No es el caso de personas como Julio.

El Gobierno nacional y sus laderos recurren primero a la mendacidad mediática y luego a la victimización. Perder siempre duele y más si aún retumban los ecos del reciente triunfo electoral de octubre y a dos años del balotaje presidencial. Ni siquiera las muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel en la Patagonia, ni la desaparición del submarino en el Atlántico sur, parecían conmover la marcha del Gobierno.

La oposición barruntó que esta Alianza PRO/UCR es débil y sin imaginación política. La movilización de los trabajadores, de los movimientos sociales, incluyendo al de derechos humanos y a los estudiantes desenmascaró esa enorme vulnerabilidad. Descontado de la escena Federico Pinedo, no hay espadas que logren acaparar el manejo político. Se terminó el marketing de los globos y el diccionario de Durán Barba. El oficialismo pierde la calma y en la política, como en la vida, quien se enoja, pierde. Emilio Monzó presidente de la Cámara de Diputados, lanzó unos manotazos a su par Leopoldo Moreau que hubiera sido la síntesis del fracaso absoluto de la falta de ideas. Correligionario auténtico de Raúl Alfonsín, Moreau tiene un archivo envidiable para muchos políticos. La impredecible y teatral Elisa Carrió maneja los tiempos parlamentarios como si estuviera en un estudio de televisión y no en el cuerpo legislativo que representa los intereses del pueblo. Y el jefe de Gabinete, Marcos Peña refunfuña en una realidad ficticia.

Es la política y no los globos

Al fantasma de las jornadas del 2001 se sumó otro esperpento: las denuncias de “diputruchos”.  En rigor, esta vez nadie pudo atrapar a una persona que no fuera legislador sentado en una banca como sí ocurrió el 26 de marzo de 1992 en esa Cámara cuando se iba a votar la privatización de Gas del Estado. En aquel entonces fue denunciado desde el palco del recinto de ese cuerpo legislativo, un diputrucho, Juan Abraham Kenan, por  el entonces periodista parlamentario del diario Clarín,  Armando Vidal –el padre de quien esto escribe- quien dió la voz de alerta y corrió a buscar al ocupante ilegal de una banca. El escándalo del diputrucho late en los manuales de la historia política nacional.

Si se carece de imaginación, en términos prácticos no se puede hacer economía en el vacío sin mirar las consecuencias políticas y sociales. Y tampoco se puede hacer política en el vacío porque la economía, tarde o temprano, hace pagar los costos.

El oficialismo está ofuscado  con la reforma en el sistema previsional y los fondos de los jubilados, pensionados y beneficiarios de la AUH. No se plantea sacar fondos de otro sector. Desechada la aplicación de un decretazo de necesidad y urgencia hay coincidencia con algún sector de la oposición de retomar el debate del proyecto en Diputados ya mismo. Mientras se extorsiona a los gobernadores, el macrismo no quiere que la discusión parlamentaria se realice durante los históricos días 19 y 20 que retrotraen la memoria al 2001. El peronismo, aún dividido, no dejará pasar esta ocasión. SÍ, se avecinan tiempos difíciles como interesantes.